No he visto Modelo 77. De hecho, empiezo a escribir estas líneas la víspera de su estreno en las salas comerciales.
Estoy convencido de que, en el peor de los casos, será una película solvente. Su director, Alberto Rodríguez, es incapaz de entregar menos. Algunos de los mejores filmes españoles de las dos últimas décadas llevan su firma.
Si este largometraje ha encendido la mecha necesaria para emborronar la cuartilla de esta semana ha sido por las reacciones que ha despertado, a su paso por el Festival de San Sebastián, en los compañeros de la prensa especializada.
“(…) Se acerca al thriller (…), pero sobre todo a la emoción y al retrato de unos personajes (…) que demuestran, una vez más, que esa transición 'modélica', lejos de romper con la dictadura, dejó intactas instituciones y personas del antiguo régimen”.
“Alberto Rodríguez vuelve a bucear en las cloacas de la Transición (…) Modelo 77 es también un título lleno de mala leche que pone en entredicho esa Transición que nos dijeron que era un 'modelo' para el resto del mundo”.
“Alberto Rodríguez le discute a la Transición su humanidad y su unanimidad”.
Ya era hora de que el cine español se acercara a las zonas oscuras de la Transición. Han sido tantas las hagiografías que el proceso histórico ha conocido en los últimos 45 años que la nube de la plataforma de Enrique Cerezo corría riesgo de quedarse sin almacenamiento. Como, por ejemplo… O, también… Y, cómo olvidar… Si usted tampoco es capaz de completar los puntos suspensivos, quizá convenga pararse a pensar.
Hay un cine de la Transición, claro. Pero se hizo, fundamentalmente, durante la propia Transición.
Algunos directores contaron historias indisociables del momento palpitante. Las dos primeras películas de José Luis Garci, Asignatura Pendiente (1977) y Solos en la madrugada (1978), son dos ejemplos paradigmáticos.
Otro debut de 1977, el de Fernando Colomo (Tigres de papel) supone otra mención pertinente. Hay un valor sociológico inmenso en algunas de las realizaciones de José Luis García Sánchez en la época (El love feroz… o cuando los hijos juegan al amor, 1975). La trilogía nacional de Berlanga (1978, 1981 y 1982) ha ido ganando enteros con el paso de los años como retrato de lo que va del tardofranquismo a Felipe González. Y podríamos traer a colación más ejemplos.
Las más de las veces, el reflejo que mostraba la pantalla grande del cambio político estaba muy alejado del camino de rosas. Nada de musicales con españoles celebrando el estreno de la libertad bailando una coreografía en la Gran Vía de Madrid. Pedro Masó podría haberlo hecho, pero prefirió contratar a Azcona para hacer comedias burguesas sobre el divorcio o la evasión de capitales.
Que conste que son divertidas. Casi todo el cine de Eloy de la Iglesia mostró en tiempo real las famosas zonas oscuras. Gutiérrez Aragón dedicó Camada Negra al ultraderechismo violento que no estaba dispuesto a dar su brazo en alto a torcer. Los terroristas de ETA han tenido más retratos humanos en el cine que los ministros de Adolfo Suárez.
Era normal que la guerra civil y el franquismo coparan nuestra cinematografía de los años setenta y ochenta. Fueron cuatro décadas de tabú. El trauma tenía que ser exorcizado por la generación que pasó la infancia en la postguerra. Los relatos familiares entonces susurrados habían hecho una mella lógica en ellos.
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Que directores nacidos en el tardofranquismo e incluso en la democracia siguieran dándole vueltas a aquel período era ya más extraño. El reloj de la Historia de España se quedó parado en el racionamiento.
Existieron algunos intentos en televisión, hace alrededor de quince años. Hubo de todo, pero eran unas ficciones más bien gazmoñas. No hasta el extremo de Puigcorbé haciendo de Juan Carlos en Felipe y Letizia pero en la línea.
Aquella tendencia eclosionó en uno de los pocos largometrajes sobre una Transición en positivo hechos desde el retrovisor y estrenados en las salas cinematográficas. Fue 23-F (2011), de Chema de la Peña. Tenía algunos de los defectos de aquellas tvmovies, pero era una película estimable. A Juan Diego no le gustó que le dijera que su interpretación de Alfonso Armada me pareció “chaplinesca” (de verdad que era un elogio). Se estrenó coincidiendo con el 30 aniversario de la intentona golpista.
Tres meses después, la acampada en Sol. Hoy queda poco de todo aquello. Pero ha calado la caricatura del paso español de la dictadura a la democracia.
Su innegable motor, el rey hoy emérito, no ha dejado de hacer esfuerzos para darle la razón a sus detractores. De modo que esto es lo que hay: el franquismo quedó “intacto” mientras se legalizaba el PCE, se promulgaba la amnistía, se descentralizaba la administración en comunidades autónomas y se instauraba el divorcio.
Quizá lo veamos algún día en el cine. Cuando las “zonas oscuras” dejen de estar iluminadas por todos los focos.