La victoria de los talibanes podría no ser definitiva
Los jóvenes afganos que crecieron en una democracia imperfecta han saboreado la punta del iceberg de los placeres de la libertad. Y, como prueban los nuevos grupos armados de resistencia, muchos quieren volver a saborearla.
Las caras de los amigos muertos en Afganistán no se borran de la mente. Tampoco los gritos de los civiles tras las matanzas salvajes, o la visión del color pálido y amarillento de la muerte atrapando los cuerpecitos destrozados de los niños.
Nadie puede curar la llaga emocional que produce escuchar el gorgoteo de un herido expirando. O los ojos rezumando locura en la cara de los soldados de la extinta Republica afgana, traicionados por el Gobierno y sus valedores occidentales.
Hay heridas que, de tan profundas, sólo se cerrarán con la muerte. Heridas que te empujan al pozo oscuro y sin fin del todo fue en vano. Sin embargo, aunque los talibanes vencieron y ahora esa guerra parece más lejana que nunca, la lucha no ha terminado.
El día en que la bandera del Emirato hondeó por primera vez sobre el Palacio Presidencial, muchos medios occidentales dieron carpetazo al conflicto como si se hubiese llegado al final del camino. Pero se equivocaban.
El monstruo ha cambiado de cara, nada más. Una a la que las democracias occidentales no se atreven a mirar a los ojos, ya sea para soterrar sus fracasos, o por ser víctimas de su propia indigencia moral. La misma que acepta a millones de refugiados de piel y ojos claros y relega a los migrantes africanos y asiáticos a campos de concentración como los de la isla de Lesbos, en Grecia, donde miles de afganos siguen viviendo hacinados como bestias.
Los afganos que aspiraban a vivir en un país cuyas leyes estuviesen dictadas por una constitución y no por un emir presuntamente dando voz a ese Dios que ni se le ve, ni se le espera, ahora tienen que combatir desarrapados, olvidados, vilipendiados, sufriendo horrores que van más allá del combate. Porque, como prueban las noticias de las luchas en el valle del Panjshir, donde se encuentra el mayor núcleo de resistencia, los talibanes están asesinando a los familiares de los combatientes como represalia.
“Es como si las últimas tres décadas no hubieran existido”, comenta Hamid, uno de los periodistas con los que compartí casa, vida, miedo y alegrías, ahora refugiado en Canadá. “Afganistán ha vuelto a 1996 y al mundo le dará igual hasta que vuelva a ser una amenaza global”.
"Desde el pasado marzo, alrededor de una docena de grupos antitalibanes han surgido de la espectacular derrota del Gobierno afgano"
Y no le falta razón. Porque la guerra de hoy se parece mucho a la de aquellos días, aunque hay algo que las diferencia: los jóvenes afganos que crecieron en una democracia joven, imperfecta y muy mejorable, han saboreado la punta del iceberg de los placeres de la libertad de acción y de pensamiento. Y, como prueban los nuevos grupos armados de resistencia, no son pocos que quieren volver a saborear esa ambrosía.
Por eso luchan los que, emboscados en valles y montañas donde ni quiera las tropas macedonias de Alejandro Magno se atrevieron a internarse, dan su vida por devolver al país a la República que, en 2004, a tantos hizo soñar.
Desde el pasado marzo, alrededor de una docena de grupos antitalibanes han surgido de la espectacular derrota del Gobierno afgano, el cual abandonó infamemente a su mejor cuerpo de combate, los Comandos. Muchos de los cuales se quedaron sin munición y fueron asesinados a sangre fría por los yihadistas del Emirato.
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Los que no consiguieron, o no quisieron, huir allende los mares, marcharon hacia el Panjshir y ahora forman parte del Frente de Resistencia Nacional (FRN) liderado por Ahmad Massoud, hijo del famoso Léon del Panjshir. La última foto conocida de un grupo de esos supervivientes, publicada por primera vez en un medio español, es testimonio de tamaña traición shakesperiana.
Hoy por hoy, el FRN cuenta con entre 2.000 y 3.000 combatientes (la mayoría de ellos tayikos) repartidos por los valles del Panjshir y Andarab, donde se combate casi a diario y han infligido importantes bajas a los talibanes, los cuales controlan los centros administrativos. Pero no han conseguido desalojar a los rebeldes de las montañas. De nuevo, la historia de 1996 se repite.
"El objetivo del nuevo grupo rebelde es construir, poco a poco, un ejército que sea capaz de enfrentarse a los talibanes"
De momento, el grupo no cuenta con apoyo internacional. Pero su objetivo es construir, poco a poco, un ejército que sea capaz de enfrentarse a los talibanes. Para ello, sin duda, necesitarán la ayuda de los otros grupos rebeldes. Unos pactos que, como ya sucedió en 2001, no serán fáciles de afianzar en el siempre complicado panorama étnico y religioso afgano.
El FRN asegura estar activo llevando a cabo operaciones militares en doce provincias: Baghlan, Parwan, Panjshir, Kabul, Kapisa, Badakhshan y Takhar. Todas estas regiones se encuentran al noreste del país, lejos de los verdaderos criaderos de yihadistas localizados, sobre todo, en Kandahar y Helmand, así como en las zonas tribales y fronterizas con el vecino Pakistán, donde siempre estuvieron protegidos por Islamabad. Un combate a muerte en el que “estamos solos porque ningún país extranjero quiere ayudarnos”, asegura Massoud.
De esa docena de grupos, la gran mayoría son pequeños grupúsculos que se dedican a hacer ataques relámpago contra controles policiales talibanes, como el Frente por la Libertad y Democracia, el Frente de Liberación de Afganistán o los Cuerpos Libres, entre otros. Anuncian sus pequeñas gestas y objetivos en las redes sociales, y en algunos casos sus afirmaciones son de dudosa reputación.
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Otros, como el Frente para la Libertad de Afganistán, presuntamente liderado por el exministro de Defensa Yasin Zia, han reivindicado ataques que van desde la provincia de Badakshan hasta la de Kandahar. Es decir, se ocupan de un arco territorial tan grande que, sin la ayuda exterior, será difícilmente sostenible. En este sentido, la diáspora afgana juega un papel fundamental ya sea para conseguir fondos o publicitar sus actividades, como también pasa con el FRN.
El movimiento talibán está formado, casi exclusivamente, por hombres de etnia pastún adscritos a la rama sunita del islam. Por ello, es fácil caer en el error de creer que todos los rebeldes son miembros de las minorías étnicas y religiosas perseguidas por el Emirato, especialmente tayikos y hazaras.
Pero nada más lejos de la verdad. El grupo conocido como Movimiento Islámico de Liberación Nacional, el cual está liderado por Abdul Mateen Sulaimankhail, excomandante de las Fuerzas Especiales (los Comando) del extinto Ejército Nacional Afgano, surgió en febrero de 2022 como respuesta a los asesinatos indiscriminados de exsoldados y policías de la República. Porque la amnistía que el Emirato declaró en agosto de 2021 fue y es una gran mentira, en algunos casos publicitada por varios periodistas españoles.
"Los talibanes no sólo no han cambiado, sino que son más radicales que antes. Por ello, desplazar al Emirato a la Gandhi (con un movimiento de no-violencia) parece un espejismo"
Los Hazara, minoría étnica que está sufriendo un genocidio a manos de los talibanes, y de la que occidente se ha olvidado completamente, también tienen su grupo de resistencia: los Soldados del Hazaristan, activo en las regiones centrales del país.
El espíritu guerrero de los Hazara no se diluirá en el tiempo. Descendientes de los soldados mogoles de Gengis Khan que en el siglo XIII d.C arrasaron el país, han sufrido diversos genocidios tanto en los siglos XIX como XX. Pero los diferentes líderes que han querido acabar con ellos (todos pastunes) nunca lo han conseguido.
En ese sentido, los paralelismos con la guerra civil que en los años 90 del siglo pasado terminó con la victoria del Emirato son más que evidentes.
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Por ejemplo, el pasado mayo, alrededor de 40 señores de la guerra se reunieron en Ankara para formar el Alto Consejo para la Resistencia Nacional, el cual recuerda a la antigua Alianza del Norte. Más aún, algunos de los integrantes, como el exgobernador de Balkh, Atta Mohammad Noor, eran líderes de aquella alianza. “La resistencia es la única opción posible hasta que los talibanes entiendan que tienen que supeditar sus políticas a un proceso legítimo que forme un Gobierno que rinda cuentas a la voluntad del pueblo afgano”, asegura Massoud.
Algo que, sin duda, los actuales líderes del Emirato no aceptarán de buen grado. Sin embargo, el nuevo jefe del FNR está convencido de que “la legitimidad política en Afganistán no puede ser alcanzada a través de las armas”. ¿Cómo, entonces?
El propio Massoud reconoce que, “desgraciadamente, los talibanes no sólo no han cambiado, sino que son más radicales que antes”. Por ello, desplazar al Emirato a la Gandhi (es decir, con un movimiento de no-violencia), parece un bello pero mortífero espejismo.
¿Es posible un movimiento popular masivo que doblegue al Gobierno yihadista? No lo creo, pero soñar es gratis. Y, como decía el viejo Molière: los árboles que tardan en crecer llevan la mejor fruta.
*** Amador Guallar es fotógrafo, periodista y autor de En tierra de Caín (Editorial Península) y Todo flota (Larrad Ediciones).