Antes de comenzar un análisis científico del futuro que le espera a las mascarillas en nuestra sociedad, permíteme que te cuente una anécdota.
Cuando aún el siglo XIX danzaba en Viena, un médico llamado Ignaz Semmelweiss trabajaba en una sala de maternidad y notó algo curioso. La tasa de muerte por infecciones de mujeres tras un parto o un aborto era altísima. Sin embargo, la frecuencia de defunciones se reducía sensiblemente en aquellas cuyos alumbramientos fueron asistidos por parteras en lugar de estudiantes de medicina o incluso médicos.
La cuestión estaba en que, por aquel entonces, era común que los estudiantes y médicos realizaran las autopsias de las mujeres fallecidas el día anterior y, sin lavarse las manos, asistieran los partos. Las infecciones iban de un cuerpo muerto a una embarazada viva usando un transporte muy personal, las manos.
La costumbre de lavarse las manos nos ha hecho progresar como especie, aumentando nuestra esperanza de vida en varios años. Pero algo que nos parece lógico a la luz del siglo XXI fue considerado una exageración aberrante cuando algunos médicos, con datos en las manos, comenzaron a aconsejarlo. "¡Vaya engorro tener que lavarse las manos!" dirían aquellos negacionistas de entonces.
En estos nuevos años 20 con una pandemia que aún no termina puede que estemos repitiendo lo que ocurrió hace casi dos siglos. Lo de lavarse las manos ya más o menos está asumido, pero ¿qué pasa con las mascarillas?
Usando datos y no opiniones, te puedo decir que las mascarillas han contribuido enormemente a frenar la expansión de la Covid-19 desde que el SARS-CoV-2 comenzó a campear por el planeta. Aunque, increíblemente, al principio de 2020 se cuestionara la eficacia de las mascarillas frente al contagio, ya las dudas se han disipado con todo tipo de demostración científica.
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Por otra parte, la vacunación masiva de la población ha ayudado a disminuir significativamente el impacto de este virus en la salud de la población.
A pesar de que los contagios siguen produciéndose, tanto los ingresos como los fallecimientos se han reducido sensiblemente. Esto nos ha llevado a un relajamiento, global y necesario, de las medidas de restricción de movimientos, aforos y uso de medios de protección.
Entonces, ha llegado el momento de dar respuesta a la pregunta: ¿Qué hacer con las mascarillas? Responderla no es empresa fácil porque no se puede emitir una única recomendación.
Mas, vayamos por partes.
En los centros de salud y hospitales debería quedarse la costumbre para siempre. Recordemos que en el pasado los profesionales de sanidad se contagiaban frecuentemente con todo tipo de virus respiratorios que padecían los enfermos atendidos. El simple hecho de usar una mascarilla permanentemente reducirá estos contagios y romperá varias cadenas de transmisión, con todo lo bueno que esto implica.
Si nos vamos a los medios de transportes, sería recomendable su uso, y remarco lo de recomendable. En aquellos con mucha concentración de personas en horas punta se evitarían cientos de infecciones respiratorias, algo que se eleva exponencialmente cuando llega el invierno.
De igual manera, las personas que se saben con síntomas, aunque sean leves, de resfriado o gripe deberían usarlas en los sitios públicos. En muchos países asiáticos esto es una norma no escrita y funciona a la perfección.
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Los sitios cerrados, si la calidad del aire no es buena, son lugares donde fácilmente nos contagiaremos con los virus respiratorios que existan en ese momento. Aquí el uso de las mascarillas quedaría subyugado al riesgo de infectarse que cada persona quiera asumir. La lógica y los estudios nos indican que si sufres alguna inmunosupresión es recomendable que uses mascarillas en sitios cerrados para evitar complicaciones.
¿Qué pasa en un avión? En los vuelos largos es engorroso mantener todo el tiempo la mascarilla puesta. Lo razonable sería que las aerolíneas mantuvieran informados a los pasajeros de la calidad del aire en todo momento. De esta manera, se dispondrá de un dato para decidir qué hacer cuando no sea obligatorio su uso.
Por supuesto, si te sabes infectado deberías usar permanentemente la mascarilla o no viajar.
Como puedes ver, no existe una recomendación única. Además, no sólo me refiero a la Covid-19, estoy teniendo en cuenta cualquier virus respiratorio que existe o existirá. Antes de 2020, esto no nos preocupaba mucho. Debido a ello, no evitábamos fallecimientos por gripes que devenían infecciones graves.
Hoy se suma la prevalencia de un virus que no sólo afecta a toda la población, también puede dejar secuelas persistentes que complican el día a día de quienes sufren lo que conocemos como Covid persistente. Como puedes ver, los antiguos blancos/negros a los que estábamos acostumbrados ahora son tonalidades de grises.
La mascarilla es el nuevo preservativo, su uso depende en muchas ocasiones del riesgo que la persona se permite asumir. De cualquier manera, has de tener en cuenta que, a diferencia de muchos virus respiratorios, el SARS-CoV-2 no es específico de una estación y, desafortunadamente, aún no contamos con una vacuna esterilizante.
No cometamos el error de hace un par de siglos, cuando Semmelweiss fue despedido de su cargo por recomendar lavarse las manos antes de atender a una parturienta. "Los médicos son caballeros y las manos de los caballeros están limpias" dijeron. Y se equivocaron.