Viene caminando el fenómeno Meloni. Como pasó con Sarkozy, con Trump o con Thatcher, que engendraron un arquetipo y se multiplicaron los imitadores. Esta reacción requiere que el personaje transmita cierta estridencia en su personalidad.
No pasó así con Angela Merkel, seguramente la mujer más brillante que ha dado la política europea, cuyo cliché no inspira al liderazgo populista actual que anhela el éxito fácil en las urnas.
Meloni sí apetece a sus fans, porque irradia un subidón electoral que opaca a su mentor, il Cavaliere, un Berlusconi octogenario ya menguante, y a su rival más íntimo, Salvini, en plena decadencia.
Curiosamente, en la isla canaria en la que Merkel se refugia en sus vacaciones a hacer senderismo, La Gomera, a Giorgia Meloni la conocen como "la hija de Franco". Los vecinos la recuerdan con su hermana Arianna de vacaciones junto a su padre, Franco Meloni, que, siendo niñas ellas, había abandonado a su madre para correr una aventura amorosa en la isla colombina.
"¡Es la hija de Franco!", se sorprendió más de uno cuando ganó las elecciones de Italia y su rostro copó todas las portadas. Merkel y Meloni tienen una isla en común.
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En España, el meteórico despegue de la periodista autodidacta de ultraderecha despierta cierta envidia comparativa, como revela Ayuso, que celebró la campanada italiana como augurio de lo que le espera a Sánchez.
El efecto Meloni agita las ambiciones a corto plazo de las lideresas de Europa practicantes de una ideología ultraconservadora que se abre paso en medio de la guerra, la pospandemia y la grave crisis económica consiguiente.
Feijóo, por suerte, tiene en el andaluz Juanma Moreno a un contradique para frenar las aspiraciones de la baronesa de Madrid. Pero sabe que los suyos (como ya ocurre en el Partido Popular Europeo) le pedirán más derecha para atajar a Vox, y eso dejaría al centro, de nuevo, huérfano.
Pues nada va a ser igual a corto y medio plazo en Europa, con la ultraderecha escalando en Suecia y, a buen seguro, en otras plazas donde el auge de Meloni no resultará indiferente.
La alemana Ursula von der Leyen eludió felicitarla, a sabiendas del ómicron político que acaba de penetrar en la UE a riesgo de su poder contagioso. Abascal, en España, puede alardear de amistad con Meloni. Pero Macarena Olona y la división entre ambos no favorecen a la marca de Vox, a rebufo del triunfo de Hermanos de Italia.
Tampoco conviene a unos y otros los contactos que han tenido con el exasesor de Trump, Steve Bannon, acusado y detenido en Estados Unidos por blanqueo de dinero y fraude en el caso de la construcción del famoso muro en la frontera con México.
La eventual primera ministra italiana tiene a Europa en estado de shock. No es un país cualquiera del club, sino uno de sus fundadores y una de sus cuatro potencias. Se trata de un giro a la ultraderecha que inaugura nuevos interrogantes en mitad de una guerra, bajo la sospecha de que al menos los socios de la coalición de Meloni (Berlusconi y Salvini) son afines a Putin.
Ella, en cambio, se ha mostrado hasta ahora partidaria de armar a Ucrania para que Italia no quede en evidencia. Pero su amigo Viktor Orbán cuestiona las sanciones a Rusia. No calma las aguas que Meloni suceda en este contexto al confiable Mario Draghi. Europa no se fía. Con Meloni se ha abierto un melón que el establishment europeo temía desde que Macron cortó el paso in extremis a Le Pen.
La política europea ya vivió una prueba de fuego con el brexit y el adiós de Reino Unido. Lo de la ultraderecha italiana ha caído como una bomba bajo el asedio de Rusia en Ucrania.
Lo que menos deseaba Bruselas era un escenario como este, abiertamente favorable al ruso, que acariciaba la idea de un otoño europeo sin gas, con inflación y con Italia bajo su órbita. Europa siempre fue un encaje de bolillos y es vox populi que el Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia) restaba unidad a los 27 por los desacuerdos de fondo sobre el Estado de derecho.
A Orbán, Bruselas lo acaba de penalizar congelándole los fondos de cohesión por su falta de transparencia sobre corrupción y fraude en los procedimientos de contratación pública.
Italia se suma a ese estilete apóstata de los dogmas comunitarios más sagrados y pasa ahora a ser un problema de coherencia interna. A Meloni le gustaba Trump y sus orígenes son posfacistas, proviene del vivero juvenil del Movimiento Social Italiano, heredero del legado de Mussolini.
La suya no es una ascensión espontánea a los 45 años. Antes fue una política precoz, vicepresidenta veinteañera de la Cámara Baja y ministra de Juventud con Berlusconi a los 31 años. Ahora supera holgadamente en votos a su mentor de Forza Italia y a un menguado Salvini al frente de La Liga. Es la dueña del bloque ultraconservador, donde apenas imprimen un testimonial espíritu centrista Nosotros los Moderados.
Tiene fama de enérgica y arrolladora, no es un producto de marketing ni se parece a Margaret Thatcher o Liz Truss, que la felicitó como una aliada. Mide lo que dice y nada de momento en su ambigüedad euroescéptica sobre el futuro de su país en la UE, la guerra y otras cuestiones básicas.
Es amiga del pueblo saharaui desde que bebió té en Tinduf. Y acaso sorprenda con su heterodoxia a la mismísima ultraderecha si logra imponer un estilo propio. Pero en Italia los gobiernos no duran dos años y Meloni no tardará en sufrir sabotajes a bordo.
¿Hasta dónde le llevarán su nacionalismo soberanista y sus raíces neofascistas en el seno de una Comunidad Europea que libra una batalla decisiva con el enemigo ruso en su punto más álgido, ante la amenaza de Moscú de pulsar el botón nuclear? No son tiempos para andarse con tonterías.
Esta mujer explosiva, la auténtica revelación política italiana de 2022, trae sus fantasmas y mitos en la mochila. Siempre ha soñado con ser un hobbit de El señor de los anillos de Tolkien y acaso lo consiga en el Palacio de Chigi.
En el colegio le hacían bullying por sobrepeso y nunca ha perdonado a su progenitor que escapara a Canarias por una historia de amor. En este suceso está el origen de su ideología, pues admite que se enroló en las huestes sucesorias de Mussolini por despecho a Franco, su padre. Que, al parecer, era comunista.