En un reciente tuit, Jorge Javier Vázquez (Badalona, 1970) proponía celebrar Eurovisión en el madrileño hospital Zendal. Parecería sorna, pero su argumento de peso era que así quizás podría recuperarse "alguno de los millones (150) que se despilfarraron para construir ese garaje que está maravillando al mundo".
Trabajando con @Monica_Garcia_G Le he propuesto que alquilemos el Zendal para celebrar Eurovisión 2023. A ver si se puede recuperar alguno de los millones (150) que se despilfarraron para construir ese garaje que está maravillando al mundo. pic.twitter.com/cPByWXQ5yo
— Jorge Javier Vázquez (@jjaviervazquez) October 23, 2022
La musical sugerencia se acompañaba de una fotografía del animador catalán junto a la política Mónica García, también ella izquierdista acaudalada. Ambos entran en esa adorable categoría de justicieros que no predican con el ejemplo, si bien nunca pierden ocasión de dar lecciones.
La señora García aparecía hace unos días luciendo camiseta con el lema Tax the Rich ("impuestos para los ricos"). Extraña propuesta, a tenor de su envidiable situación patrimonial. Pero estas son las cosas de la nueva política, un entretenimiento bufo, un juego de embaucadores hiperventilados. No hay personaje podemita que resista un cotejo entre su estilo de vida y los eslóganes que proclama. En misa y repicando.
Algo parecido le ocurre a Vázquez, últimamente encendido ante tantas injusticias. Azote de la ultraderecha, del fascismo y de las sombras heteropatriarcales, le hemos visto aleccionar al respetable desde su colorido plató, allí donde discurren emociones, disputas y miserias del corazón y la entrepierna.
Vociferó un día que el suyo era un programa "de rojos y maricones", aunque tengo la sospecha de que sea en realidad una formidable fábrica de ninis. Y un negocio poco escrupuloso, a la vista del inventario de cadáveres.
Pero si Sálvame es un circo triste, con sus payasos repetitivos y los elefantes cada vez más viejos, el presentador se ha puesto fuerte. Políticamente recio, comparte con los amigos de la izquierda la obsesión por Isabel Díaz Ayuso.
Este es un caso llamativo, fenómeno de odio en que termina cualquier feminismo (e incluso igualitarismo) de la ralea socialista, podemita y demás. Aborrecen a la presidenta de la Comunidad porque en el fondo la adoran, envidian sus maneras de barrio madrileño, sus chupas de cuero y el desparpajo de sus políticas libérrimas. No entienden que Isabel no sea de su cuerda, del lado correcto, sino del mundo de las sombras conservadoras y liberales.
Y claro, al mirar a la propia bancada y ver a Lilith Verstrynge o a Pablo Echenique la depresión comparativa deviene inevitable. En la ira fóbica de la izquierda, como también en el arrobo de los ayusers, hay un fabuloso componente sensual.
Con ánimo formativo, me he dedicado estas jornadas a escudriñar las andanzas de nuestro Jorge Javier. Ya saben, la propaganda vital que son las redes sociales. He descubierto que le gustan los galgos y viajar por el mundo. También comer en restaurantes de postín, como Mugaritz de Rentería (menú de 242 euros), donde confesaba que no servían platos, sino "felicidad".
Nuestro hombre posee una cierta sensibilidad y si en ocasiones no reprime algún selfi narciso con el torso desnudo, deja a veces un destello culto citando a Benedetti: "estamos rotos pero enteros", mar azul de fondo y mirada al horizonte.
Todo esto es muy bonito, pero queda un poco ofuscado frente a la mala leche que se le atribuye, la fama no entiende de justicia. Sus presuntos problemas con el fisco despertaron la cólera mediática. "No hay organismo más injusto que Hacienda", bramó en el plató cual exaltado ultraliberal.
La broma sobre el Zendal, eso de celebrar allí el bodrio wokista Eurovisión (ay, el lobby LGTBI) no es de muy buen gusto. Tampoco suena mucho a tradición izquierdista ser hostil a un hospital público por donde han pasado miles de ciudadanos enfermos.
Y es que, cuando uno menos se lo espera, al españolito exaltado le sale el ramalazo totalitario. Aunque vista americana rosa, cultive el amaneramiento y conduzca un show de pretensiones salvíficas.