Lo del 40 aniversario del triunfo socialista de 1982 quedo clarísimo cuando nos enseñaron el cartel conmemorativo: un tuneo de los dibujos míticos de José Ramón Sánchez para las primeras campañas electorales de la Transición.
Junto al Felipe González original aparecían, imitación del trazo mediante, José Luis Rodríguez Zapatero… y Pedro Sánchez. He ahí el resumen: todo lo que pasó en el PSOE antes de Sánchez no fue más que un prólogo a Sánchez.
Él es los Beatles en Las Ventas. Los secretarios generales que le precedieron harían las veces de Los Pekenikes. O de Torrebruno. El presidente del Gobierno actual protagoniza la feliz efeméride, que conmemora un evento sucedido cuando era un niño de diez años.
Entre las virtudes de Sánchez figura –sí- la transparencia. Se le oye pensar, como dicen que decía Suárez de Felipe. De ahí que no disimule su incomodidad en los actos de partido. Sobre todo si es para ensalzar figuras del pasado.
Todos los líderes tienden a ver las formaciones políticas como vehículos para alcanzar el poder. A ninguno parece sobrarle más la estructura, pesarle más los antecedentes, estorbarle las imágenes de archivo. Enfrentarse a la posibilidad de que las cosas en casa fueron antes de otra manera. Que, quizá, haya una alternativa para conducir el PSOE.
Alfonso Guerra estuvo ausente en los fastos de Sevilla. Y eso que hizo el ruido suficiente para conseguir una invitación apresurada y de compromiso que le permitió sacudirse un poco el papel de Hu Jintao. A esas alturas, Pedro Sánchez ya debía estar ensayando ante el espejo la cara de “lo siento, no llevo suelto” de Xi Jinping.
El vídeo proyectado en el homenaje seguía la estela del cartel tuneado. Lo que se celebraba era la victoria del 82. Dio igual. Con Zapatero como escudo humano, el equipo socialista trufó el montaje de planos triunfales de su secretario general actual.
Se han visto discusiones muy encendidas sobre el PSOE en los últimos meses. Un frente en el que conviven perfiles no sectarios del centroderecha y viejos socialdemócratas desplazados por la dirección actual trazan una línea divisoria muy gruesa entre Felipe González y Pedro Sánchez. Los más vehementes acusan al segundo de haber llevado a cabo una “refundación” del partido. El PSOE de uno y otro tendrían en común solamente el nombre y Ferraz 70.
El otro frente está habitado por personas que han desarrollado un odio inveterado por los socialistas españoles. Enmienda total a los 14 años de Felipe, deudas pendientes que se remontan a la primera mitad del siglo XX. El PSOE es un ente programado para el mal que no habría hecho otra cosa en 143 años. Sus viejas glorias habrían obrado como hoy Sánchez si lo hubieran necesitado para mantenerse en el poder. Sus críticas en voz alta a los sucesores son algo así como un gesto de coquetería.
[José Ramón Sánchez, el ilustrador del mítico cartel del PSOE: "A Felipe le pareció infantil"]
Representantes de ambas posturas pueden coincidir en señalar a Zapatero. ¿Con él empezó todo? Falta consenso para responder a esa pregunta. Creo, personalmente, que sentó las bases del PSOE actual
Un modelo que no era el preferido del Sánchez de 2014, pero al que se ha acogido por necesidad electoral. Lo que en el primero fue un proyecto político acertado o equivocado, en el segundo es un puro manual de resistencia (supervivencia) para mantener a flote el proyecto personal de seguir durmiendo en Moncloa.
Los dos únicos sucesores de Felipe González que no llegaron a presidentes han sido los que eran más próximos a su legado: Joaquín Almunia y Alfredo Pérez Rubalcaba. Quizá haya un mensaje ahí. Los que sí han ganado jamás lo han hecho por una mayoría que les permitiera gobernar sin apoyos del postcomunismo y el nacionalismo. Quizá ahí haya otro.
Todo lo anterior puede ser más o menos interpretable. Discutible. Pero algunos hechos tienen difícil escape del consenso. Si el PSOE es hoy una maquinaria capaz de que Pedro Sánchez gane elecciones, y no una reliquia de la Segunda República enterrada bajo un retrato de Rodolfo Llopis, es gracias a Felipe González y a Alfonso Guerra.
Colarse en el cartel de José Ramón podría ser solamente un primer paso. La meta ha de estar en la foto del Palace. Parece que ya estoy viendo a Felipe desvanecerse mientras Sánchez cobra consistencia en su lugar, como si fuera Michael J. Fox en Regreso al futuro cuando pone en peligro su propio nacimiento al interponerse en el momento en que deberían conocerse sus padres.
Un momento. ¿Quién es el que le levanta el brazo? No; definitivamente, no es Guerra. Pero tiene un aire a alguien. Anda, claro. Pero si también es Sánchez.