Mi primo Alejandro, que en diciembre cumplió diez años, y que sabe más que un pícaro con hambre, está en esa edad tonta en la que se empieza a creer en los Reyes Magos.
–Papá, ¿los padres existen? –preguntó en el coche de camino al colegio.
A lo que mi tío Eduardo, que es un guasón de Málaga, respondió:
–Yo no soy tu padre, niño, ¡yo soy Chiquetete! –mientras volvía la cabeza y se ponía a canturrear aquello de "y esa cobardía / de mi amor por ella / hace que la vea / igual que una estrella".
Y es que se comienza por tener fe en sus Majestades de Oriente y se acaba por sospechar de la existencia de los padres. "Los padres no existen, son los reyes", me decía Froilán, un precoz compañero de clase del que escuché que acabó mal, haciendo cruces de navajas por los garitos nocturnos más pijos de Madrid.
[La verdadera 'implicación' de Froilán en una multitudinaria pelea con un herido por arma blanca]
Tamara me cuenta que pese a haber entrado ya en la cuarentena sigue creyendo en los padres. Y es normal, porque ella ha tenido muchos y ricos: papá Carlos, papá Julio, papá Miguel y papá Mario, apodado el penúltimo de Filipinas. No el último, porque en las porras ya se postula papá Amancio.
Hablando de mi querida Tamara. Ella anda más afectada por lo de Ratzinger que por lo de Vargas Llosa, ya que ella era muy devota del pontífice Benedicto, sobre todo después de que Francisco le hiciera la cobra en el Vaticano:
–Qué mirás, andá pa ashá, boba –le espetó Bergoglio tras haberle quitado la cara.
–Que sepas que me da igual que hayan sido seis segundos o un nanosegundo en el metaverso –le dijo Tamara en relación a la cobra a su amiga María Laura Corradini, que, como herpetóloga y paisana del sumo pontífice, trató de mediar.
Claro que, como en el caso de Tamara, teniendo unos progenitores que facturan más que un autónomo, es fácil seguir creyendo en los padres como Reyes Magos que llenan el salón de paquetes haciendo que tu carta de Reyes parezca la lista de Luis Enrique.
No es el caso de mi amigo Joaqui el de Tarifa, que empezó a sospechar de la impostura paterna cuando su mente maduró para echar cuentas y concluyó que una madre ama de casa y un padre parado no podían obrar el milagro de que un 6 de enero le cayese el iPhone del momento y al siguiente la última PlayStation en el mercado.
Así que dejó el iPhone del año anterior grabando al siguiente año, y efectivamente, como sospechaba, se ve a los tres monarcas orientales depositando las regalías y dando buena cuenta de tres palos cortaos bien despachados. También captó a su padre intercambiando mirra con los camellos.
Desde entonces, Joaqui no sabe si sus padres son unos impostores que se hacen pasar por Melchor, Gaspar y Baltasar o si son unos narcotraficantes como la copa de un castaño.
De regreso a la lista de Luis Enrique hay un oscuro objeto de deseo que sólo podría codiciar la única niña de España que puede afirmar sin ambages esa mentira tan extendida en nuestro país de que los reyes son los padres: evidentemente hablo de la princesa de Asturias y de Gavi.
Leonor, pide lo que quieras, que tus reyes son los padres y los míos (y hasta el del más devoto republicano) también son los tuyos:
"Queridos Reyes Magos, este año he sido muy buena y aunque durante mi estancia en Gales ha cambiado el príncipe del lugar, yo no tengo nada que ver con ello. Por tanto, os quería pedir no que traigáis a mi yayo de vuelta a España, porque es capaz de liarse con la Preysler, sino que crucéis mi camino con el del 9 de la Selección".
Y hablando de cruces de caminos. Cada vez que paso por la encrucijada entre los Reyes Magos y los reyes de España me acuerdo de la república y de aquel genial comentario que hizo David Gistau cuando el alcalde de Valencia Joan Ribó apareció una mañana en el balcón con las tres reinas magas republicanas (ese oxímoron):
"Parecen las tres meretrices con las que ha pasado la noche amancebado el señor Ribó en la casa consistorial".
En fin, no fue esto lo más grave que hemos visto en una cabalgata. Que el Kichi no vuelva a sacar el oso polar descoyuntao la tarde-noche del 5, eso sí que no se lo perdonaré jamás.