El Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo sigue embarcado en un viaje al centro que, de continuar moderándose, nos permitiría hablar prácticamente de un viaje al centro de la Tierra.
El PP se está afanando en este año electoral por destilar la esencia de la moderación, el centro químicamente puro. El PP parece decidido a convertirse en el punto equidistante de todos los puntos de la circunferencia del consenso.
En conversación con este periódico el pasado sábado, Cuca Gamarra impartió una lección magistral sobre los mimbres de los que se compone este proyecto de transversalidad a costa de la despolitización.
Cuca es creyente, pero tiene "una forma muy libre" de practicar el catolicismo. No es de izquierdas, pero se resiste a decirse de derechas. No le gusta el color blanco y negro, ella es más de "grises". ¿El PP es un partido de derechas?, le inquiere Lorena G. Maldonado. El PP es un partido muy plural, esquiva Cuca.
No traten de encontrar en los portavoces populares trazas de densidad doctrinal. El neosorayismo no tiene prejuicios, sino "una mentalidad muy abierta". Cuca y los suyos respetan a todo el mundo, dan libertad a todo el mundo, "dejan a todo el mundo ser como es". ¿A quién le importa lo que yo haga, a quién le rece, a quién vote, con quién me acueste?
Esta concepción privatista de la política ("No es política, es San Sebastián", rezaba el lema de campaña de Borja Sémper) se complementa con la invocación de un mitológico PSOE verdadero. El PSOE a. S. (antes de Sánchez). El socialismo veterotestamentario, con el que el PP sí podía entenderse para pactar el Estado.
A la caza del goloso millón de votantes desengañados con el sanchismo, el PP de Feijóo hace profesión de fe de su distancia con Vox. Pero se lamenta Cuca de que, por mucho que lo busca, no consigue encontrar al PSOE. El silencio de Dios. No me ocultes tu rostro, Señor González. Esperaré tu segunda venida, no desmayaré.
Habla Cuca del "PSOE que yo he conocido". ¿Tal vez el de Zapatero, quien, como señalaba David Gistau allá por 2005, dejó como principal legado a la vida nacional la exhumación de la retórica guerracivilista?
También el sábado pasado, Sémper profundizaba con su Respuesta a la pregunta: ¿Qué es Moderación?. Pues bien, no es tibieza, sino el nuevo punk. Porque lo revolucionario, lo contracultural, es ahora no tener ningún ideal cultural.
Sémper, como Gamarra, se muestra alérgico a las "etiquetas". No sea que el gobierno de la opinión progresista relegue a la oposición a la oscura Gehena de la derecha no homologada a la derecha-moderna-europea.
El PP que ha convencido a Borja Cénter para su regreso se suma a liderazgos que "ya existen en la sociedad". Como en la cuestión del aborto, en la que la situación actual es resultado de "una evolución razonable y lógica". Porque "la España de hace 13 años no es la misma que la de hoy".
De modo que este PP, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, se ahorma al clima de opinión y a lo aceptable en cada momento. Sin cuestionarlo. Y sin tener la ambición, como sí la tienen sus rivales, de transformar la sociedad.
[Feijóo responde a las críticas de extremismo apostando por los perfiles más opuestos a Vox]
El único principio irrenunciable para esta suerte de nihilismo político es la garantía de la pluralidad como fin en sí mismo. Acaso no advirtiendo que la moderación como ideal atenta contra el auténtico pluralismo, pues condena a lo irrepresentable todas aquellas posturas que, por "extremas", quedan fuera de unos consensos sociales cada vez más angostos.
La aspiración del PP de sello marianista a nada que no sea la intendencia solvente de la res economica y las ruinas socialistas ha alumbrado un colegio de administradores de fincas más que un partido político. Uno que con la renovación de su liderazgo se ha lanzado a reincidir en la quimera de que al relato excluyente de la izquierda se le puede vencer con informes técnicos.
Puede que haya gran parte de la sociedad española que comparta esta visión de la antipolítica como un "que no se metan en mi vida". Pero resulta difícil negar que, en sus propios términos economicistas, el PP arrastra desde hace mucho tiempo un déficit estructural de ideas.
No hablemos, si quieren, de "dar la batalla cultural", que evoca demasiadas connotaciones voxeras. Pero qué menos que contraponer al corrosivo ideario de la izquierda una propuesta moral y cultural propia y verdaderamente alternativa.
En su obstinado bucle nostálgico, Génova cree poder exorcizar el funesto populismo y la amenaza del "iliberalismo", y llegar a gobernar pacíficamente en solitario, con el sortilegio de la invocación del Estado de derecho y el pacto constitucional. Pero ¿no tiene acaso más sentido atreverse a instaurar nuevos consensos que adherirse acríticamente a los ya establecidos (por la izquierda)?
El PP de Feijóo sigue ciego su viaje al centro de la Tierra. Pero dentro del núcleo no hay más que una profunda oquedad.