El Congreso de los Diputados debatió dos mociones de censura en los 36 años que separan 1980 de 2016. Si todo sale como está previsto, hoy quedará registrada la petición para poner en marcha este mecanismo parlamentario por cuarta vez en las seis vueltas al sol que median entre 2017 y 2023.
El dato ilustra por sí solo el absurdo ritmo vertiginoso que, entre todos, hemos imprimido a la vida política española. Desde que esta ha pasado a estar retransmitida en directo 24 horas, su lógica ha pasado a ser la de la televisión. La sucesión de giros de guion empieza a ser agotadora para un espectador que ya no se sorprende fácilmente.
Las dotes como sucesor de Rappel del firmante de este artículo han vuelto a quedar en evidencia. Llevaba alrededor de diez días explicando, envuelto en una nube de gestos ampulosos, por qué no terminaríamos viendo a Ramón Tamames desgranar un programa de Gobierno sobre la tribuna de la Cámara Baja.
Ha tenido que verse confirmada la presentación de la moción para que los más cafeteros se atrevan a verbalizar las muchas bondades que ven en la iniciativa. De nuevo ante nuestros ojos un efecto de las burbujas en las que tendemos a recluirnos. Hace falta una cámara con un grado de insonorización casi perfecto para no escuchar los ecos que desaconsejaban dar un paso en esa dirección.
Nadie se acordaba ya de aquella iniciativa de Vox de presentar una moción de censura con un candidato transversal. Había quedado sepultada en medio del frenesí de hitos históricos amplificados por los medios de comunicación, cuyo impacto real deja en duradero el poso de las grabaciones autodestructivas de instrucciones para las misiones imposibles.
Pero alguien sí lo recordaba en el equipo de Pedro Sánchez. De ahí que lo sacara a colación, en sede parlamentaria, en una alocución irónica que debió escocer en la calle Bambú. Fue a partir de ese momento cuando el proyecto se precipitó. Punto para Moncloa.
Se lee en crónicas y columnas y se escucha en tertulias. Ha calado la idea de que la moción es una bomba de relojería para el PP. Me pregunto por qué. Más bien parece un regalo generoso. La bancada popular puede señalar de un lado al Gobierno y del otro al que aspira a sucederle mediante el ejercicio infatigable de la "política de la performance".
¿Abstención? Se entiende el apuro de decirle no a un nonagenario honorable. Pero en Génova deberían trabajar para dejar claro que una moción sólo debate la idoneidad del candidato a presidente. El mensaje oficial de cualquier partido mayoritario debería ser que su líder es el único adecuado para ese propósito.
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Tamames es víctima de esa vanidad que caracteriza al hombre valioso que siente no haber sido objeto de un reconocimiento suficiente. De ahí que se haya dejado engatusar por la propuesta de Abascal.
Que la iniciativa sea un despropósito no excluye que su discurso arroje algunas ideas brillantes. Se teme por su capacidad de aguante en un debate tradicionalmente largo, pero todo indica que los grupos optarán por réplicas muy escuetas. Tinte y vestuario al margen, su imagen sobre el atril será una nota de color. Los que se ríen de las invocaciones al regreso de la Transición pueden recibir munición para sus chanzas. "¡Ahí lo tenéis!".
Habrá que buscar un lado bueno. Es posible que todo el espectáculo haga las veces de catarsis. La nueva política entonando el canto del cisne en voz de uno de los supervivientes de la antigua. Giovanni Sartori apuntando un "os lo dije". Un hito que empiece a dibujar los límites de dónde no se puede llegar en la búsqueda frívola del foco. El estruendoso fin de una era.
¿Por qué no? Aunque nos quedaríamos más tranquilos si todo esto lo enunciara Rappel.