A José María González Santos Kichi le quedan 26 días como alcalde de Cádiz. Han sido 8 años desde que aquel lejano 24 de mayo de 2015 llegase cantando con la camisa por fuera.
Se marcha, cumpliendo su palabra de que, como máximo, estaría dos mandatos. Y eso, al César lo que es del César, le honra.
No sé cómo recordará la historia a este regidor nacido en Róterdam y criado en el barrio de La Viña. Si tuviese que apostar, pondría todos mis bitcoins en la casilla de la intrascendencia.
Lo que queda son las piedras. Así, su antecesora Teófila Martínez quedará para los anales por el segundo puente o el soterramiento del tren, como Carlos Díaz será siempre el del paseo marítimo y José León de Carranza el que hizo el puente homónimo.
Kichi quería emular a Fermín Salvochea, aquel alcalde anarquista que lideró el cantón de Cádiz en tiempos de la Primera República. "Si yo fuera el alcalde de Cádiz, sería un alcalde como Salvochea", cantó en 2007 con su comparsa Los mendas lerendas.
Este Salvochea cuenta Kichi que iba por las calles de Cádiz con una libreta apuntando los problemas de sus vecinos. "Le toma la tensión a lo que pasa / en cada esquina, en cada plazoleta", escribió Joaquín Sabina sobre el primer edil de Cádiz tras ganar en las municipales de 2019.
Decía párrafos atrás que se despide con un acto de suma coherencia. Sin embargo, lo mejor que ha hecho Kichi en sus dos mandatos ha sido no ser fiel a sus ideas. Cabalgar contradicciones, como diría su otrora amigo Pablo Iglesias.
Recuérdese el idealismo en los albores de su era. La camisa arrugada en su investidura, los desplantes al rey Felipe VI y al buque escuela Juan Sebastián Elcano, negarle el pan y la sal a las cofradías, o enarbolar la tricolor en calidad de primer edil.
Unas niñaterías de las que progresivamente se fue desprendiendo en un curso acelerado de municipalismo. Se hizo un traje de chaqueta a medida –hoy no creo que le valga–, le dio la mano y su sonrisa a Su Majestad, procesionó con el Nazareno Greñúo y hasta se embarcó en el embajador y navegante.
Probablemente, su mayor hito fue cuando se posicionó públicamente a favor de que en los astilleros gaditanos se construyesen las corbetas de guerra saudíes. Anteponer el pan de tus vecinos a cualquier cosa, aunque sea esa utopía de la paz mundial. Para eso está un alcalde.
Un regidor que, por su exótico perfil, llamó la atención de los medios nacionales. ¿Saben ustedes quién es el alcalde de Granada, la alcaldesa de Almería o el de Córdoba?
Una prensa con sede en Madrid que, desde la osada distancia, caricaturizaron para bien o para mal dependiendo de su línea editorial, al personaje. Del trazo heroico de La Sexta al tenebroso retrato de 13TV pasando por el pitorreo de los que usan el bendito sustantivo "chirigota" de manera peyorativa.
Se distanció de Podemos, esa ola a la que se subió para llegar a la alcaldía, y cambió de caballo a mitad de camino. Siempre mentorizado políticamente por su pareja, Teresa Rodríguez, primó los intereses municipales a las tutelas nacionales. Y le salió bien la jugada.
La ciudad, que es lo que importa, no ha avanzado ni mejorado con el bastón de mando en manos de González Kichi. Se mantienen los altos índices de desempleo, la diáspora joven sigue desangrando Cádiz y el sector industrial sobrevive, a duras penas, raquítico.
La buena voluntad nunca bastó, y rodearse de una camarilla de dogmática e incompetentes ha lastrado su gobernanza.
Así, el gran lunar de su legislatura ha sido la política cultural. Roturada con el rastrillo del sectarismo, la miopía, el amiguismo y el ombliguismo. Si bien rebautizar el estadio Carranza fue una medida polémica e impopular pero sin más consecuencias, cancelar a José María Pemán e intentar borrar con típex la huella de la pluma indeleble del mejor escritor gaditano del siglo XX es algo imperdonable y de una estupidez supina.
Por tanto, Kichi vuelve al mundo del carnaval, del que a mi gusto nunca debió salir. Un ámbito que lo recibió con coplas de bienvenida y esperanza y lo despide de uñas llamándolo "tirano gordo de poder y prepotencia". Una lanza que viniendo de quien vino seguro se le clavó muy honda. Fue su descabello.
En definitiva, renunciar a una vida plácida de liberado sindical y comparsista para ser el regidor de tu pueblo, con todo el desgaste y renuncia que eso conlleva, sólo puede entenderse como un acto de generosidad y valentía.
Yo miro alrededor y envidio a Málaga con Paco de la Torre al frente o incluso a Sevilla, en manos del socialista Antonio Muñoz. Pero aunque soy miope, uso lentillas. Y soy capaz de ver también que hay buenos alcaldes pero malas personas como Óscar Puente en Valladolid. E incluso primeros ediles que además de ser mala gente son malos gobernantes. Ahí está como quintaesencia de ello Ada Colau.
En la Tacita de Plata no hay machetazos pero te encuentras a tu ex en la cola del pan y en el bus de línea.
Los gaditanos hemos padecido a un alcalde inútil. Pero sería rastrero no reconocer que hemos conocido a una buena persona que, de buena fe, lo ha hecho lo mejor que ha podido dentro de sus limitaciones, que son muchas. Gracias, alcalde y nos vemos en el Falla.