Pero, vamos a ver, ¿se puede saber qué os ha hecho el Satisfyer? ¡Si al que lo inventó habría que hacerle un monumento, como a Amancio Ortega! Qué pasa aquí. Un cacharrín que no da más que alegrías, que no ha hecho mal a nadie. Hay que ser retorcido, de verdad. Un aparatito que ha venido al mundo para nuestro gozo y regocijo, que la única falta que tiene (por ponerle alguna) es el ruido. ¿En serio? ¿Aquí también vamos a buscarle los tres pies al gato? [No tendrán gato, ¿no? Que no me entere yo].
Ya son ganas de quejarse, una cosa que hasta la caja en la que viene es buena. Tanto que una la querría guardar y usarla para lo que se inventó (meter el Satisfyer), pero no puede porque los chicos de marketing se vinieron arriba con el diseño y cualquiera la deja por medio. Sí, hombre, con la que está cayendo. Para que llegue tu prima un día y resulte que pertenece al comando "o disfrutamos todos o tiramos el Satisfyer al río". No, no. Antes tiramos la caja, aunque nos duela. Ya lo guardaremos, ¡qué sé yo!, en un calcetín, en un zapato, en el baúl del ajuar. Será por rincones.
Entiendo lo de llevarnos las manos a la cabeza por chorradas, sobre todo porque es una tradición muy arraigada y ya se sabe que todo lo que es tradición es bueno y lo que no… será lo que nos digan, que ya se me están descocando ustedes. Y menos mal.
Yo agradezco a diario que nos rodeen estos faros de Occidente que sólo se preocupan por nuestro bienestar. Duermo mejor sabiendo que hay gente que vive con un ojo abierto, pendiente de que no vaya a más el libertinaje que nos tiene a toda esta generación (y a las que vienen, que son mucho peores, cuidado) en un estado de desaforamiento permanente. Lo agradezco de veras porque la mayor parte del tiempo se me va dale que te pega con el Satisfyer, como es natural en una mujer de mi condición, y a veces me cuesta caer en la cantidad de males que nos acechan. Una es fresca y casquivana, qué se le va a hacer.
Miren, yo estoy hasta el mismísimo moño de leer a gente indignada día sí día también, es agotador, y me encienden particularmente las caricaturas burdas que sólo sirven para que sus autores desfoguen. Porque no puede ser que nadie se crea de verdad que el Satisfyer, el Lexatin y la comida del gato, ¡del gato!, sean los símbolos de la decadencia que nos rodea.
Pero aquí estamos, con personas muy inteligentes aplaudiendo con las orejas tres años después. A ver, parece mentira que haya que decirlo en alto: nadie en su sano juicio prefiere un Satisfyer a dormir junto a alguien que la abrace, la quiera y etcétera. ¿Se puede dar semejante matraca con el Satisfyer? Se puede, pero no se debe.
No hay derecho a que cuando una está a punto de olvidar (egoístamente, no lo niego) su responsabilidad en el derrumbamiento de todo lo bueno que nos rodea se tope con el enésimo artículo sobre el tema así, a traición. Me refiero a usted, Hughes, no se me ponga de perfil.
Confieso que no he entendido mucho de su última columna, pero hay dos cosas que me han dejado un poco inquieta. La primera es importante porque mina su credibilidad, y es que usted no ha visto un Satisfyer ni de refilón, no nos llamemos a engaño. Entiéndame: ¿qué muchacha en edad de merecer (o ya merecida) querría un Satisfyer con usted a su vera? ¡Ni que fuera Sostres!
Y la segunda y fundamental. ¿Es que ya no se va a poder mentar nunca más el dichoso aparatito sin escribir el nombre de cierta columnista detrás? Tengan piedad, que me faltan cinco minutos para que, en lo mejor del querer, se me aparezca esta chica en lugar de Thor con todo su atrezo. Y una es fluida, pero no tanto.