Es imposible, me dije. No será cierto. ¿Cómo iba a despreciar un enemigo de los imperialistas, como Lula da Silva, la vida de las víctimas y la dignidad de los desheredados? ¿Por qué iba a proteger el héroe de las favelas, a costa de los pobres, los intereses de los oligarcas? ¿Por qué iba un pacifista, abanderado de la socialdemocracia, a impartir la doctrina de los estalinistas? Pero las palabras del presidente de Brasil son reales como el fuego, la tierra o la operación Lava Jato.
A comienzos de abril, Lula viajó a China y afeó: “Europa está contribuyendo a la continuidad de la guerra en Ucrania”. A finales de mes, Lula viajó a España y reflexionó: “No sirve para nada decir quién tiene la razón [si Rusia o Ucrania], hay que parar la guerra”. Unas horas más tarde, concedió una entrevista a la directora de El País y resolvió: “Ya tenemos una guerra contra la extrema derecha en el mundo. El fascismo está de vuelta, el nazismo está de vuelta. No podemos tener una guerra en Europa otra vez. ¿Será que no aprendimos con la Segunda Guerra Mundial?”. Le preguntó la entrevistadora si hay que dejar a los ucranianos “solos”, y Lula dejó la pregunta en blanco.
Al día siguiente, Lula viajó a Portugal y una periodista lo invitó a llenar el vacío. “No logro comprender la pregunta”, replicó el presidente brasileño. Y sin embargo no pidió que se la repitiera.
A uno le da por pensar que Lula sufre los mismos problemas con el portugués que con la legislación internacional y la historia contemporánea. Padece una comprensión selectiva. De modo que, en el último episodio del pódcast El foco, Borja Lasheras le dejó grabado lo esencial. Que la guerra en Europa ya existe, y porque aprendimos del siglo anterior sabemos que las conversaciones de paz y las concesiones no detuvieron a Adolf Hitler: diríase que lo contrario. Que no hay paz posible con 300.000 invasores armados sobre el terreno ocupado, por lo que sea; pero será más fácil sin ellos. Que los pacifistas ya existían en los treinta, como dejó por escrito George Orwell, y promovían (cándida o cómplicemente) las mismas soluciones que Petro, Zapatero o Iglesias. Etcétera.
Así que añado que, si lo único que promueven los pacifistas es la tranquilidad para el mundo, la paz para Ucrania, ¿por qué no hay un solo ucraniano de su parte? ¡Ya estaría en La base! Si lo único que pretenden es contener la furia, aplacar la violencia, evitar la sangre, ¿por qué todos apelan a la víctima y ninguno al verdugo? ¿Por qué los aspirantes a la mediación no preparan la maleta y visitan Moscú, para sostener con el mismo aplomo ante Vladímir Putin que ante Pedro Sánchez que es el momento de sentarse a negociar y, al compás de John Lennon, dar una oportunidad a la paz?
Que uno se pone a sospechar y termina por pisparse de que preferirían que Ucrania entregue las armas, Europa se pliegue ante China y Rusia, la OTAN se desmorone y los occidentales asuman la vieja tesis de siempre: que es una pugna por territorios, en lugar de una operación de exterminio. Y una batalla de civilizaciones.
A los pacifistas, al menos, hay que reconocerles la perseverancia. Hace unos días, el homme fatal del 15M Yannis Varoufakis propuso un plan, aderezado con un área desmilitarizada y el cuento putinista de los rusófonos vejados. Y recuperó la consigna: “La OTAN incita a Ucrania a lanzar una ofensiva cuyo enorme número de muertos será inversamente proporcional a sus logros militares”. Es como viajar a través del futuro y hacia el pasado. ¿Será Varoufucker uno de los “amigos militares” que alertaron a Iglesias, a comienzos de 2022, sobre la imposibilidad de que el suministro de armas a la resistencia “pueda alterar la correlación de fuerzas entre Rusia y Ucrania”?
El izquierdista Paul Mason reservó una pregunta eficaz al camarada Varoufakis. “Esto es un ataque contra la soberanía de Ucrania y una traición a la clase obrera ucraniana”, planteó Mason. “¿Habrías propuesto, en 1936, una zona desmilitarizada de 200 kilómetros en toda España?”. Que se lo deje por escrito a Lula. Quizá esta vez responda.