Sánchez y Feijóo disputan su duelo particular este año y están jugando al ajedrez. A medida que se acerca el momento definitivo agudizan el cálculo y la formulación de hipótesis.
En España y Estados Unidos hay una psicosis electoral. Biden mira a noviembre de 2024 y a Trump como quien le ve las orejas al lobo. El ajedrez se impone en el tablero de esta guerra bajo las urnas. Es curioso que los líderes no se prodigan públicamente jugando al ajedrez. Sí al baloncesto, como Sánchez o nuestro huésped reciente Obama. O al golf como Trump. Biden era bueno en el béisbol y el fútbol americano y cuenta que siendo tartamudo le ayudó a superarlo: "Dadme el balón", se crecía.
Feijóo suele exaltar los beneficios de salir a correr. Quizá en privado juegue al ajedrez. Manuel Peñalver le dijo una vez que leyendo a Larra, a Camba y a Umbral se aprende a jugar la partida de ajedrez con lucidez y agudeza.
Sí vimos este año a Sánchez practicando en la Moncloa con la Gran Maestra Femenina Sara Khadem, la valerosa ajedrecista iraní que participó sin velo en el Mundial de Kazajistán.
Todo lo que más nos importa ahora, la guerra, la paz y las elecciones consecutivas, parece abocado a dilucidarse como en una serie de gigantescas partidas de ajedrez. Y este mundial que acaba de ganar un chino de 30 años con cara de buena gente y frases espiritualistas es como esa hora espejo en que todo supersticioso pide un deseo.
Biden (80) bromea con los periodistas sobre la edad, pero no se rinde ante el tablero a la espera de que Trump mueva ficha. Dice que compararse con Rupert Murdoch (92) lo hace sentirse como el cantante Harry Styles (29). Pero, ironías aparte, sabe que está jugando en el límite la última partida de su vida.
El mundial de los trebejos lo acaba de ganar por sorpresa un joven intrépido a un solvente jugador ruso más asentado y contrario a la guerra. Ding Liren pasa a ser estos días un paradigma electoral de la nueva iconografía.
Venció en una final de infarto, cuando su rival gozaba de las posiciones más prometedoras, porque jugó casi desaprensivamente a ganar bajo un estado de presión máximo. Es toda una lección. Parece emular a Zelenski, que desconcertó a Putin anulando su caballo eterno en Kiev. Kasparov vio venir la invasión como una jugada de ajedrez en su libro Winter is coming. Leyó la mente de Putin y adivinó sus intenciones.
La disputa de la corona mundial de ajedrez entre dos aliados, un chino y un ruso, es un incidente, si se quiere, menor entre Putin y Xi Jinping. Pues Nepo, como se conoce al ajedrecista ruso de nombre impronunciable, dijo niet a la guerra y desafió a Putin por invadir Ucrania.
En la Guerra Fría, la mítica rivalidad entre Fischer (EEUU) y Spassky (URSS) iba más allá del tablero. Si Putin se enfureció con la charla telefónica de Xi Jinping y Zelenski y por eso bombardeó sin escrúpulos un edificio de apartamentos en la ciudad de Uman, perder el Mundial de Ajedrez en Astaná (Kazajistán) no deja de ser humillante, aunque el jugador ruso no sea de su cuerda.
Putin se tragará los dos sapos, el diálogo con Zelenski el miércoles y la victoria de Ding en el Mundial de Ajedrez el domingo siguiente. Ambos hechos designan la peor semana de Putin en catorce meses de guerra. Si la contraofensiva de Ucrania en esta primavera da resultado, cabe imaginar los berrinches del pequeño dictador de San Petersburgo, enrabietado en el búnker con sus comandantes como Hitler (Bruno Ganz) en El hundimiento que tantos memes y parodias inspiró en circunstancias por el estilo.
Todo se ha convertido en una mimética partida de ajedrez, donde los contendientes anhelan dar el jaque mate. Pero tanto en las urnas como en la guerra llega un momento en que no quedan más narices que firmar la paz y rendirse a la evidencia como Nepo abandonó y dio la mano a Ding Liren, el autor de estas palabras: "El significado de la vida debería estar en esos momentos brillantes y especiales".