Si no me fallan mi sentido de la fisiognómica y de la interpretación del lenguaje no verbal, Feijóo no estaba cómodo al salir victorioso al balcón de la calle Génova en compañía de los exultantes (ellos sí) Martínez-Almeida y Díaz Ayuso.
Y es que en el PP hay una doble faz que tiene algo de trastorno bipolar no resuelto. Doble faz representada, claro (no creo descubrir nada), por Feijóo, por un lado, y por Ayuso, por el otro.
El PP es un partido implantado en toda España, y esta doble faz puede que sea una ventaja en lo regional o municipal. Pero en el plano nacional no creo que le favorezca. Ni al PP ni a España.
Feijóo debe su ascenso, en el cursus honorum dentro del Partido Popular, a su liderazgo en Galicia, con sucesivas mayorías absolutas. ¿Cuál fue su política? Insistir en la eficacia tecnócrata del PP, pero siempre haciendo dejación en lo ideológico, sin dar ninguna réplica a la hegemonía del nacionalismo fragmentario en ese terreno.
De tal modo que la idea de Galicia como nación fragmentaria (la "Galiza" de la literatura galleguista) se ha propagado y prosperado de tal forma, sin réplica ni sometida a discusión de ningún tipo, que ha llegado, en 2023, a penetrar en la administración autonómica y municipal a todos los niveles. El propiamente administrativo, el lingüístico, el educativo, el turístico, el toponímico, el onomástico, el emblemático.
La administración gallega, en lo local y regional, apenas se dirige al ciudadano en español, cuya práctica desaparición como lengua oficial contrasta, sin embargo, con la gran presencia social que sigue teniendo.
Ahora bien, esta labor de sustitución del gallego por el español en Galicia no fue llevada a cabo por un partido político programáticamente separatista, como sí ocurrió, sin embargo, en el País Vasco con el PNV o en Cataluña con CiU. Fue suficiente con el PP de Fraga, Rosón y Fernández Albor para que el Volkgeist galleguista fuese protagonista de la administración autonómica, como si no hubiera ventanas de comunicación con el resto de España y Galicia fuera un todo nacional aparte (y no parte de un todo nacional español).
Y lo ha hecho en proporción directa al cultivo de una idea muy negativa de España, considerada como una "imposición castellana", extranjera y hostil.
Y esto se produce, no por casualidad, sino por una estrategia deliberada derivada de la situación en la que se encontraba el galleguismo partidista durante el franquismo, y que terminará cuajando durante los primeros pasos de la Transición. Una estrategia, además, que, aunque es obra de varios, lleva la firma de un nombre propio. A saber, Ramón Piñeiro y su lectura e interpretación heideggeriana de la nación fragmentaria, en general, y de la gallega en particular.
La idea del piñeirismo, en su labor de zapa y erosión sobre las instituciones franquistas, era la de que el galleguismo penetrara por vía "cultural" (universidad, mundo editorial, etcétera) en la sociedad gallega para, una vez muerto el dictador, tomar posiciones desde el prestigio ganado en ese ámbito y ocupar magistraturas y puestos relevantes, de tal manera que el galleguismo no fuera monopolio de un partido (o de varios) sino que apareciera como doctrina transversal a todos ellos.
Es decir, que el galleguismo no quedase absorbido partidistamente, sino que fuera un componente esencial de la política gallega. Así, lo dice Piñeiro en sus memorias:
Para nós o galeguismo non debía ser unha adscrición a un partido ou a posesión dunha ficha, senón a conciencia moral de todos os galegos, un imperativo ético que comprometese non ideolóxicamente, senon moralmente. O importante era que a ideoloxía, fose cal fose, supuxese a aceptación do galeguismo.
Y esto fue lo que triunfó con Manuel Fraga a la cabeza, que no dudó en reconocer este mérito a Piñeiro en un homenaje con ocasión de su fallecimiento:
Piñeiro supo comprender que el galleguismo no podía ser únicamente la bandera de un partido, sino un compromiso pleno de todas las fuerzas políticas y sociales.
Feijóo no hace más que seguir fielmente esta estela, que, por supuesto, es una invitación (lo quiera o no Feijóo) a una idea disolvente de España. Así, su éxito regional viene marcado por una ideología nacional fragmentaria (la Galiza galleguista) que, desde su gobierno autonómico, no es ya que no la haya combatido, es que en buena medida la ha cultivado, llegando a decir en cierta ocasión lo siguiente:
Da mesma maneira que ser demócrata é un requisito básico para actuar en democracia, ser galeguista será un atributo elemental para actuar na democracia galega.
Una idea que tiene muy mal recorrido nacional.
Por su parte, Isabel Díaz Ayuso, con ese Madrid que sirve (dice ella) de "locomotora de España", está mucho mejor posicionada para su proyección nacional porque, pudiendo presumir de la misma eficacia tecnocrática que Feijóo, lo hace dando la batalla cultural en contra del nacionalseparatismo, manteniendo siempre como horizonte de su discurso la búsqueda (acertadamente o no) del bien común para toda España.
Un posicionamiento, además, que tiene capacidad para neutralizar el crecimiento de Vox (en la Comunidad de Madrid es en el único lugar donde Vox ha retrocedido este 28M), y evitar así el posible sorpaso que el partido de Abascal pudiese dar sobre el PP.
Ayuso se mantiene fiel a la nación española, pero lo hace desde el seno del PP (manteniendo su lealtad al partido), lo que permite matar dos pájaros de un tiro. El ayusismo es esa parte del PP que demuestra que se puede defender España de la amenaza separatista sin hacer ningún tipo de concesión ideológica al nacionalseparatismo (como sí hace Feijóo). Pero sin necesidad de rendirse ante las alharacas del conservadurismo alt-right lepenista, trumpista o melonista de Vox.