Con su precipitado adelanto electoral, Pedro Sánchez ha regalado la alcaldía de Barcelona a Xavier Trias y ha devuelto a ERC a la retórica de la aritmética y el resistencialismo de la unidad independentista. No hay que exagerar, pero si Sánchez no fuerza un pacto socioconvergente en la alcaldía, podría cargarse su presunto gran logro como pacificador del proceso catalán.
Maragall hará alcalde a Trias y no será (sólo) para devolverle la jugada a Colau y Collboni, que hace cuatro años le impidieron ser alcalde con el apoyo de Valls, y por fingirlo un peligroso secesionista. Será, también, por puro instinto de supervivencia política.
En plena precampaña electoral, y tras el batacazo que se ha pegado y que algo tiene que ver, supongo, con su moderación en la Generalitat y con su pactismo en Madrid, ERC no puede ni plantearse formar parte de ese tripartito de izquierdas en el Ayuntamiento al que ahora pretenden arrastrarle. Después de su fracaso, ERC no puede ir a elecciones enfrentada a Junts y supeditada al partido socialista. Los comunes y los socialistas no pueden fundamentar su chantaje moralista en ningún cálculo electoralista.
Collboni, Sánchez y el socialismo en general harían bien en abandonar esta estrategia condenada al fracaso y en proponer un pacto para Barcelona que les salve la cara y quién sabe si hasta el futuro en Cataluña. Y lo tenían fácil, porque Trias había hecho una campaña muy alejada del procés y del independentismo, para desesperación de muchos. Trias había hecho una campaña personalísima, escondiendo el logo y el nombre del partido incluso en la papeleta. Y si en algo tenían razón los comunes es que en el proyecto, la ideología e incluso el talante, Trias y Collboni se parecen mucho.
Y son entrañables los aspavientos de los comunes cuando anuncian el apocalipsis en Barcelona, porque todo el mundo sabe que Trias ha venido a la alcaldía a limpiar un poquito las súperislas que Colau inauguró antes de las elecciones.
Pero por mucho que se haya esforzado Trias para distanciarse de su propio partido, y por presentarse ante los barceloneses, como exalcalde que fue, como amable, limpio y ordenado, fue acabar el recuento y salieron como de entre las sombras Laura Borrás, Míriam Nogueras y Jordi Turull flanqueando al vencedor para adueñarse de una victoria que no había sido suya.
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En el gesto había lo que siempre hay en Laura Borrás, la afición por el poder y por la foto, pero era también algo más. Era como si hubiesen olido algo que los demás solo podríamos ver más tarde, tras el anuncio de Pedro Sánchez. Y es que la esperanza convergente en Xavier Trias moría en el mismo momento de su victoria.
Trias había llegado decir que si lo suyo era un poco convergente, pues qué más daba. Y muchos habían querido ver en él un retorno de la vieja política del catalanismo centrado y pactista y demás. Pero no hace falta ser tan faltón como Juana Dolores para darse cuenta de que Trias ya no es un chavalín y que ni la edad, ni los suyos ni los otros, le van a permitir ser semilla de nada.
Trias quería ser el primero de los nostálgicos y, si nada lo remedia, tendrá que conformarse con ser el último de los convergentes. Porque si en estas elecciones todo va como se supone, el reencuentro interesado de las fuerzas nacionalistas se alargará necesariamente durante toda la legislatura. Una legislatura de frente unitario, democrático y nacional frente a la amenaza de la derecha española.
Con todo lo que ha perdido, y lo que seguramente le quede por perder todavía, Sánchez había ganado este domingo en Barcelona el poder de moderar a Junts como ha moderado a ERC. Que prefiera no intentarlo para centrarse ya en el resistencialismo electoralista del "no pasarán" demuestra que el gran logro de Sánchez en Cataluña no era más que una amenaza: "Si queréis paz en Cataluña, votad socialista".
Tenía razón Dembélé. "Seguramente el amor sea una variante del chantaje".