Después de más de 50 años, Leslie van Houten logró, el pasado día 11, abandonar la cárcel. La discípula de Charles Manson, condenada por su participación en los asesinatos de Leno LeBianca y de su esposa Rosemary, vuelve al mundo que hay más allá de la alambrera de la prisión de Corona, en California, aunque será uno que no reconocerá demasiado, transformado por cinco décadas en las que ella ha visto poco más que unos barrotes de máxima seguridad.
Hace 53 años, en agosto de 1969, Leslie era una atractiva joven de 19 años que cayó bajo la influencia de Manson. Mientras la secta del gurú, criminal y músico de Cincinnati atacaba a la pareja, un día después de que acabara con la actriz Sharon Tate y otras cuatro personas, Van Houten sujetaba con la funda de una almohada a Rosemary. A la vez, otros integrantes de la banda la acuchillaban. Por ello la condenaron a la pena de muerte, que después sería conmutada por cadena perpetua cuando el Estado de California abolió la máxima pena.
Ahora, con 73 años, Van Houten luce un rostro lleno de arrugas, una melena blanca y, aún, cierto atractivo. Se enfrenta a un mundo que apenas conoce, corregido por medio siglo de evolución.
Hace pocas semanas me encontré con dos asesinos. No fue por diversión. De hecho, cuando los conocí no sabía que lo eran. Tuve con uno de ellos una conversación larga y sensata. El hombre, que cumple una condena de 20 años en una cárcel de Castilla y León, asesinó a su mujer asestándole 37 puñaladas con ambas manos delante de sus hijas de 16 y 18 años.
Semejante furia, explicada por un neuropsicólogo al que consulté, sólo la puede originar un ataque de ira o de asco, o de ambos. Sin embargo, su conversación resulta ahora pausada y complaciente. Antes del terrible delito, en 2021, el homicida era un individuo con un buen trabajo, una posición económica desahogada, sin antecedentes penales y, por supuesto, con una deterioradísima relación con su mujer.
El otro asesino, que también me dispensó un trato del todo amable, mató en 2017 al novio de su exmujer tras una discusión. Uno de los responsables de la cárcel en la que cumple una condena de 15 años me dijo que era "muy buen chaval", pero que tuvo "un mal día" y la mala fortuna, añadió, de que había un cuchillo de cocina cerca.
Arrebatarle la vida a alguien constituye el mayor crimen que se pueda cometer. A la mayoría, afortunadamente, nos parece estar lejos de que nos pueda ocurrir algo así en cualquiera de sus opciones (atacando o siendo atacado). Aunque, como señaló el neuropsicólogo, el paso hasta la tragedia última no resulta en realidad tan largo ni tan imposible dadas unas circunstancias y dentro de un marco que viole nuestra capacidad para razonar.
Van Houten se acerca, medio siglo después, al mundo del que se fue sólo un mes después de que el hombre pisara por vez primera la Luna. Su participación en el crimen, del que siente profundamente avergonzada, permanecerá para siempre. Pero ahora tiene la oportunidad de vivir unos últimos años en libertad tras haber pagado la deuda de aquel crimen con la mayoría de sus años, con la persecución eterna de la culpa en sus propios sueños, con una vida entera.