No hay necesidad de que un presidente del Gobierno devuelva los reveses de los debates y las entrevistas con la naturalidad de Carlos Alcaraz, con una sutil dejada para partir la cadera de cualquiera, pero causa un poco de apuro asistir a los torpes intentos de Pedro Sánchez de escabullirse de los contratiempos del directo.
Hace una semana, Alberto Núñez Feijóo puso las cartas sobre la mesa. Extendió un documento al candidato socialista y propuso un acuerdo sencillo: dejar gobernar al vencedor con los escaños de la segunda fuerza.
Claro que a Sánchez le entró la risa. Viene repitiendo el candidato del PP con cierto cinismo que es inadmisible que un presidente del Gobierno se reúna "con el primer ministro sueco", por ejemplo, sin ganar las elecciones antes. No cayó en la cuenta Feijóo, entre otras cosas, de que Ulf Kristersson fue el tercero en las generales del año pasado, y que si gobierna se debe a una coalición de toda la derecha, con el apoyo del Vox sueco, tras el peor resultado en la historia de su partido.
Nuestra suerte es que al líder de la oposición española no le dio por deslegitimar al primer ministro sueco en una arrebato de altura de Estado nórdico. Pero, de vuelta al caso que nos ocupa, saltó a la vista que Sánchez tiene los reflejos desentrenados, como Cavani en su ocaso, y cuando tuvo la pelota en la línea de gol, a falta de un ligero toque de puntera, la dejó pasar para desesperación de la grada.
Sánchez pudo aceptar el bolígrafo como un tributo y demostrar que sí, que sabe bien que ganará las elecciones, que 'realmente' confía en el CIS de Houdini, que le creamos, que el pasado le avala y que toreó en peores plazas (cuando superó un partido en contra, vaya, o cuando lideró la única moción de censura exitosa de nuestra democracia).
Sánchez pudo humedecer la punta del bolígrafo para, un segundo después, establecer una condición clara: "Mire a los españoles a los ojos y ordene la ruptura con Vox en Extremadura, para comenzar, y luego en Canarias y el resto de España".
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Sánchez pudo seguir la senda del todo o nada y crear unos pocos disturbios en la derecha y reunir unos pocos votos a la izquierda, como otras veces antes, y sin embargo le entró la risa, sin la compañía de una idea. Hundió la cabeza y dijo: "Usted tiene un humor peculiar". Y luego, nada. Así que digamos que, de las máscaras de Sánchez, apenas sobreviven dos o tres, y ninguna es la del pistolero más rápido del condado.
Pero el presidente más guapo de la democracia va sacando provecho de lo que viene, como viene, cuando llega. Y la semana anterior al debate grabó el cierre de la temporada del podcast de La pija y la quinqui con el extraño efecto de quien toma un vino con los amigos de su hija, sin molestar y sin interrumpir, y al cabo sin desentonar. Sánchez proyectó la imagen de un padre tierno, colocó aquí y allá el nombre de Taylor Swift y Rosalía, comentó la lista de reproducción de "un homosexual deprimido", y hasta pareció natural para charlar sobre el FIB, las redes sociales y las infidelidades de la pija.
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Cuando le preguntaron cuál es la música de su época, que si lo suyo es Serrat y Beethoven, le pillaron por sorpresa. Pudo ser genial por accidente, pudo ser roquero por un día. Pudo ser tantas cosas que pudo responder lo de Garci ("¿me ves muerto?, esta es mi época"), pero le entró la risa, y hundió la cabeza, y quedó mejor que cualquier otra cosa. Y ese vídeo está en todas partes.
Y es una lástima que acabe esta carrera diaria de los trackings y los sondeos, cuando comenzamos a pillarle la gracia, porque el caso de estudio más interesante de la campaña no es el porcentaje que se juega en un cara a cara, no, sino en los móviles de los swifties en el último cuarto del partido.
Porque ahora mismo hay cientos de miles de españoles que no leerán esta columna, ni recordarán el nombre del periódico, que no premiarán ni castigarán los acuerdos con Bildu y a los que les vendrá antes el nombre de Taylor que el de Junqueras, por fortuna. Muchos de ellos votarán por primera vez después de ver una docena o dos de cortes del podcast en TikTok, qué sé yo, algunos sin saber quién es la pija y quién es la quinqui, y ese voto se mueve en estos momentos bajo la superficie, como un caimán en el alcantarillado, sin que los sabios de la demoscopia les sigan el rastro, y sin que nadie sepa a ciencia cierta si alejarán a Feijóo de su colega sueco o si no cambiarán el juego en absoluto, como sospechamos la mayoría.