España no está amenazada por el comunismo ni por el fascismo, sino por la apatía de una sociedad civil débil que espera poco de sus políticos y les exige todavía menos.
Después de llorar por las esquinas por el miedo a unos y a otros, España quiere ahora la gran coalición entre PSOE y el PP. Aquello de terminar con el bipartidismo fue un Erasmus que se ha hecho largo. Todos terminan cansándose de comer fideos calentados en el microondas y de salir de fiesta en otro idioma. Ahora, España quiere volver a casa. Pero no entiende que ya la han vendido.
La sociedad española quiere que los políticos se den la mano como amigos después de haber aceptado una campaña electoral guerracivilista. Lo quiere por la misma razón por la que desea que Rauw Alejandro y Rosalía sigan juntos y que Tamara no se hubiera casado con Onieva. Porque es lo que nos deja más tranquilos.
Porque nos permite meternos en la cama muy a gustito con la manta por la barbilla sabiendo que nosotros no tenemos que preocuparnos por nada.
Lo que queremos es sentarnos en la mesa de los niños y lanzarnos bolitas de papel mientras los adultos solucionan los problemas y tienen conversaciones sobre el dinero en voz baja.
Pero resulta que nuestros políticos no son adultos. Aceptar esa realidad es el primer paso para cambiarla. Los ciudadanos tienen que dejar de creer que el interés público sólo puede ser defendido por funcionarios y no por ciudadanos particulares, empresas o fundaciones.
España tiene miedo de sí misma. En el corazón de su apatía late el pánico a la libertad, al riesgo, a fracasar en empeños personales. Desde ese terror se mueve el ciudadano que critica a Amancio Ortega cuando dona máquinas a la Sanidad Pública, pero que se vuelve esclavo de un programa político vacío que sólo busca aupar a un candidato al poder.
Si de algo somos víctimas es de nuestra tendencia a buscar la protección del dinero público. El duopolio partidos-Estado, que aspira a tutelar a ciudadanos infantilizados, es consecuencia de esa pulsión.
Así, la subvención, en vez de ser el reconocimiento por parte del Estado de que el ciudadano puede defender mejor que él sus propios intereses en algunas áreas, se convierte en la compra de nuestra condición de súbditos y se utiliza para imponer el dominio ideológico, como sucede ahora con la escuela concertada.
La buena noticia es que nuestro país no tiene por qué terminar como Rauw y Rosalía. Puede decidir ser más bien la compleja mezcla de Rigoberta Bandini, que se queda embarazada a los cinco meses de relación, y p'alante, y que se casa porque le suena mejor decir "marido" que "novio".
Una sociedad civil fuerte es eso. Es rechazar las posiciones dogmáticas que sitúan a la persona a un lado o al otro, cuando la realidad es que el individuo suele hacer el pino sobre una línea de grises. Una sociedad civil fuerte concibe la diferencia como un tesoro y no como un arma para la división. Una sociedad civil fuerte se va de cañas y se ríe de la obsesión con las identidades particulares que atomizan al ciudadano.
¡Venga, España, que tú puedes ser mucho más que los memes de Twitter!
De hecho, lo eres. Rescata en tu sociedad lo que te quede de rebelde. Libérate de tu obsesión subvencionista y contrapesa a los partidos políticos y los discursos estatalistas. Esos que abrazan como un oso y que compran tu libertad.
Eso sí, no preguntes por los médicos de primaria, ni por la vivienda pública, ni por la atención en las oficinas de la Seguridad Social, ni por la situación de la Justicia. Es la diferencia entre mandar y gobernar.
Esa España está ahí. Está en la atención silenciosa a los migrantes y a las mujeres víctimas que no se deja atrapar por los discursos ideologizados. Está en quienes se juegan el puesto de trabajo y la reputación por la defensa de los menores con disforia de género. Está en la movilización por la ley ELA, paralizada ahora por la ineptitud de los políticos. Está en la cooperación entre la empresa y la universidad para formar, de verdad, a jóvenes con futuro. Está en el apoyo privado a la Sanidad Pública, que salvó vidas durante la pandemia. Está en quien no deja que los servicios públicos se conviertan en una maquinaria al servicio del político de turno.
Esa es la España que transforma la sociedad. La que prefiere hacer la hoguera en torno a lo que tenemos en común.
Menos de una semana después de las elecciones, los partidos ya se están apuñalando y poniendo precio a sus regalos envenenados. Eso sí, se van de vacaciones después de joderte las tuyas.
Vienen buenos tiempos para lo peor de la política de partidos. Pero la sociedad civil puede hacerlo mejor, debe hacerlo mejor y se merece algo mejor.