La cancioncita salía de los altavoces el 15 de agosto. Lo tenía calculado, siempre el 15 después del mediodía, ni la Virgen de la Asunción la respetaba, y las notas me electrocutaban el sistema nervioso. Debajo del bañador sentía de pronto el roce raspado de la falda del uniforme.
De repente el pelo se me estiraba sobre el cráneo, todo mechón tenso bajo la gomilla. Un mes antes del inicio oficial, ya anunciaban la tele y la radio que había que "volver a empezar, otra vez más". Ni en verano, que es el tiempo en el que el presente se hace eterno gracias al pasado, podía vivir una al ritmo de su minutero.
Las últimas fotos de la Familia Real han concentrado en cuatro imágenes el efecto de la musiquilla de la vuelta al cole. Los Reyes se despiden de la infanta Sofía, que, con camisa de cuadros negros y croptop, se prepara para su primer curso en Gales.
Visten de gris, azul, beige. Neutralidad veraniega. Marcas españolas en los pies. Unas Yuccs en los del rey; unas Mu the Brand en los de la reina. Cruzan los brazos, se miran, sonríen, las maletas de la infanta vuelan hasta el maletero del coche en el que se recuestan. En alguna instantánea, incluso se pasa por allí un perro labrador con un juguete en la boca. Forman, como escribía Gonzalo Núñez en Twitter, un catálogo de Mayoral.
Lo simple es fácil. Lo sencillo esconde repetición y depuración. Lo simple es el anzuelo que muerde el perezoso, que se acaba encontrando con la mediocridad entre las muelas. Aquí, si qué más da, esto con sacarlo va que chuta, si nadie se da cuenta, pimpam y catapún.
Cualquier banco de imágenes devolvería las fotos de la Casa Real si se introdujeran en su buscador las palabras "familia occidental feliz coche maletas viaje". Las han vaciado de la teatralidad que históricamente viste a la realeza y las han rellenado de escarcha. Les falta lo que les ha sobrado este verano a las noticias: drama.
La monarquía nace de un principio irracional, pero hoy se sostiene en resultados razonables. Y como el enamoramiento o la religión, la monarquía requiere del misterio para sobrevivir. Al menos por tradición.
Hoy, que al litro de aceite de oliva se le coloca una alarma en el supermercado, la distancia se ha recortado. La temperatura se ha tenido que reconfigurar. Pero los Reyes, la princesa y la infanta saltan con soltura la comba de la espontaneidad y el protocolo.
Sus intervenciones son amables, saludan parlanchines a quienes los esperan tras las vallas en los actos oficiales. Pero hoy, que por un racimo de imágenes en Instagram se frenan carreras y se levantan ídolos, renunciar a una estrategia fotográfica es hacerlo a una parte de la historia. Sin Sofonisba Anguissola, Tiziano, Sánchez Coello o Velázquez en la Corte, la grandiosidad del pasado habría quedado enguachinada. Una imagen solo vale más que mil palabras como herramienta didáctica.
El mito de Barack Obama habría cambiado de consistencia si durante sus mandatos sobre su coronilla no hubiera mosquiteado el objetivo del fotógrafo Pete Souza. Reía, abarazaba, alzaba al cielo bebés, pero en los archivos oficiales ingresaban sólo escenas de película. Cada aparición del presidente, un fotograma. Souza lo transformó en algo solo al alcance de los muertos. Convirtió a Obama en leyenda.
Aquí ese ojo lo han perfeccionado algunos fotógrafos nupciales, como Dos más en la mesa. Algunas de moda, como Antártica Estudio. O algunas retratistas, como Lupe de la Vallina. Aunque sea historia cíclica de España, en la Galería de las Colecciones Reales no hay atriles para un catálogo que parezca llevar por encabezado la frasecilla "Volver a empezar".