Sucederá hoy viernes. La cartelera española acogerá el estreno de una película de Víctor Erice (nacido el 30 de junio de 1940) y otra de Woody Allen (venido al mundo el 1 de diciembre de 1935). Que estén activos con 83 y 87 años, respectivamente, es un hecho más relevante de lo que parece. Cuando Manoel de Oliveira seguía dirigiendo a esas edades era noticia de telediario.
Ambos son casos extremos en lo que se refiere a la extensión de su filmografía.
Allen ha firmado medio centenar de largometrajes a partir de 1969. Los tres años transcurridos desde Rifkin’s Festival (2020) serían el intervalo normal en cualquier otro. Pero en él representan una pausa anormalmente larga. Su estreno anual ha constituido un rito durante décadas. Era más común que en una misma añada entregase dos títulos a que dejase una cosecha en blanco.
Son conocidos los motivos por los que últimamente ha tenido problemas para cumplir con el plan de trabajo habitual. La resurrección, al calor del #MeToo, de unos asuntos ya sustanciados en sede judicial 30 años atrás lo han convertido en un proscrito de la era del aspaviento, que tiene su epicentro en el Nueva York tan bellamente retratado siempre por este cineasta. De ahí que sus habituales excursiones al extranjero se estén convirtiendo en una norma de seguimiento cada vez más severo.
Con Golpe de suerte (2023) no sólo se va a París. Se acabó el punto de vista del turista. Ahora rueda íntegramente en francés. Dice que quiere despedirse de Nueva York con una última película. Maldeciremos por toda la eternidad a aquellos que muevan un solo dedo por impedirlo.
Erice no entrega un filme de hechuras convencionales desde 1992 (El sol del membrillo). Si nos ceñimos a la ficción, el lapso se extiende hasta las cuatro décadas exactas (El sur, 1983). De hecho, esta Cerrar los ojos (2023) va a suponer sólo su tercer título, si restamos la película sobre Antonio López por su condición documental. A las ya citadas sólo cabe sumar El espíritu de la colmena (1973).
Existen pocos casos comparables en impacto entre los cinéfilos e influencia entre las siguientes generaciones de cineastas con una obra tan escasa.
Hace un par de meses, la prensa cinematográfica, bastante hiperventilada ya de por sí, estuvo cerca del infarto por el estreno, el mismo día, de Barbie y de Oppenheimer.
No.
El acontecimiento real es este. Entiendan lo que supone para ese tipo de persona que parece vivir dentro de una película de Garci o un artículo de Cuartango. Invadido por la nostalgia desde edades impropias para ese sentimiento. Buscando en el presente elementos supervivientes de ese pasado al que no dejamos de mirar por el retrovisor.
El día en que tengamos que empezar a vivir sin estrenos de Woody Allen no puede estar ya muy lejano. Pero de momento, este viernes, tenemos uno.
De vez en cuando, la vida te sorprende permitiendo asistir a cosas que pensabas que a ti no te tocaban ya, que estaban circunscritas a las generaciones que te precedieron. Quién nos lo iba a decir: vamos a poder ver una nueva película de Víctor Erice en una sala de cine. Sucederá hoy viernes.