Ojalá poder vivir con la comodidad moral de esos gourmets de la mesura que frente a todos los conflictos, pero especialmente frente al palestino-israelí, fingen un mohín de disgusto por la violencia de los unos y de los otros, como si fueran equiparables y como si ellos llevaran ya milenios sobre la faz de la tierra, eternos como un vampiro, viendo a los humanos matarse en ese rincón del planeta en el que "sólo hay piedras y desierto" pero que, vayan ustedes a saber por qué, resulta ser el centro del mundo. Ojalá ser uno de esos que están ya de vuelta de todo sin haber salido ni una sola vez de esa Villa Pereza que es su cabeza. Ojalá esa molicie vegetal.
Ojalá ser Rania de Jordania, tan elegante, tan bella, tan florero. Tan preocupada por los bombardeos israelíes mientras reina sobre un país que masacró más palestinos que Israel en toda su historia cuando unos cuantos cientos de miles se refugiaron en sus dominios, exportando con ellos su principal producto nacional: el terrorismo. Ojalá ser uno de esos que, como Rania, solidaria con un pueblo al que no quiere ver ni en pintura en su reino de pitiminí, la Gabriel Rufián de Oriente Medio, cree que los palestinos son "exterminados" por los judíos, pero que se mueren solos cuando los exterminadores son sus hermanos musulmanes. Ojalá esa aristocrática hipocresía.
Ojalá ser uno de esos imbéciles, como dice Bernard-Henri Lévy en EL ESPAÑOL, cuya inteligencia de mínimo común denominador les lleva a corear lemas nacionalsocialistas junto a unos fundamentalistas islámicos que les degollarían de inmediato por sus gustos sexuales, pero sobre todo por su ateísmo, si ambos vivieran en Gaza en vez de en Estocolmo, Madrid o París. Ojalá esa pastueña mentecatez.
Ojalá ser uno de esos equilibristas que piden las sales y se dan furiosos golpes de abanico en el pecho cada vez que Donald Trump o Giorgia Meloni o Javier Milei dicen alguna barbaridad, pero que no logran ligar cabos cuando ven que la causa palestina, es decir el yihadismo que llama al exterminio de los judíos, es teledirigida, financiada y espoleada desde Moscú, Teherán o Pekín. Esos a los que el árbol del populismo occidental no les deja ver el bosque de la tiranía oriental y que le exigen a Israel trazo de pincel fino mientras ellos pintan la pared geopolítica con un mocho empapado en antisemitismo. Ojalá esa ceguera selectiva.
Ojalá ser uno de esos ágrafos que tendrían dificultades para señalar Israel en el mapa, no digamos ya Gaza, pero que pontifican sobre "el conflicto" con la misma suficiencia con la que se hablaría en una asamblea formada por Abraham, Jacob, Moisés, Theodor Herzl, Golda Meir y Benjamín Netanyahu. Uno de esos que llaman "nazis" a los judíos y cuya fuente de información es Hamás y su segunda industria tras el asesinato: la producción de teatrillos, fotos falsas y fake news digeridas y regurgitadas al gusto de los medios de comunicación occidentales. Ojalá ese sectarismo periodístico.
Ojalá ser uno de esos cínicos que fingen conmoverse frente a la foto (falsa, siempre tomada en el momento justo, nunca un segundo antes ni un segundo después) de una víctima palestina llevada en brazos por un terrorista de Hamás tras un bombardeo israelí, pero a los que jamás se les ha oído una palabra sobre armenios, uigures, sirios o cristianos cuando estos son aniquilados por el Atila de turno. Uno de esos a los que todos los muertos le importan un soberano rábano excepto cuando pueden ser atribuidos a los judíos, al capitalismo o a los Estados Unidos. Ojalá ese estalinismo cavernícola.
Ojalá ser uno de esos idiotas que pretenden convencernos de que su pasión por la causa palestina es algo más que antisemitismo puro y duro, la continuación del proyecto de exterminio nazi por pueblo oprimido interpuesto. Hermanos gemelos de esos que defienden que los nacionalismos vasco y catalán no son racismo, o que EH Bildu no es ETA, sino una cosa "muy" diferente. Ojalá ser uno de esos que nunca ven la esencia de las cosas, sino sólo su fachada. Ojalá esa puerilidad infantiloide.
Ojalá, en fin, la normalidad. La bovina normalidad.