Si España se tuviese por un país serio, como cualquiera de las potencias con las que dice medirse, ayer habría sido día de fiesta mayor. Fiesta nacional, no para hacer puente aprovechando el Día de Todos los Santos, sino para que supieran hasta en el último rincón de la península y allende los mares que la princesa Leonor cumplía 18 años y que juró la Constitución. Es decir, que España seguirá siendo España (si a la princesa la dejan) incluidas Ceuta y Melilla, Cataluña y el País Vasco, porque es precisamente lo que dice su Carta Magna.
Pero esto de tratar de restarle formalidad a todos los actos (para que no parezcan fascistas), porque tomarse en serio hace tiempo que en España se declaró proscrito, lo único que logra es dejarnos en los huesos como nación.
Se relaja el protocolo, reverencia a los reyes, para que nadie se sienta agraviado, de la misma forma que se puede llegar a diputado acatando por imperativo legal o jurando por Snoopy la Constitución. Todo con tal de que España no ofenda a España, que es este absurdo al que hemos llegado por no tomarnos en serio. No vaya a enterarse alguien de que tenemos un país, una princesa y una Constitución.
Los días de fiesta nacional, con batucada incluida, se reservan estrictamente para efemérides mayores: el cumpleaños de Irene Montero, por ejemplo tía, o que vuelva a España Puigdemont.
Los símbolos, si no se les saca brillo, se desdoran y se olvidan. Lo mismo le pasa a la monarquía. Que más allá de la Castellana, en Jerez o en Valladolid, no se ven las banderas de España que repartió Ayuso en forma de pasteles en la Puerta del Sol.
Y ese es el problema, que si fuésemos un país serio, la Carrera de San Jerónimo iría de Gibraltar hasta Ferrol para que a nadie se le pasase por alto que con el juramento de la princesa, España se estaba prometiendo a sí misma seguir siendo España y no una república cualquiera.
No digo yo que queramos ser ingleses, pero deberíamos aprender (o copiar por hacerlo más sencillo y sin posibilidad de equívocos) cómo tratan sus símbolos: desde Shakespeare a la corona.
Los símbolos tuvieron siempre un lenguaje sencillo y universal en su propósito último de unir. Si se reducen a su mínima expresión, si se relegan a un besamanos y una calle de Madrid, no esperen que las próximas generaciones sepan ni les interese qué es la monarquía, para qué sirve y quién es Leonor.