Puigdemont y las visitadoras
Yolanda Díaz y Santos Cerdán han ofrecido al mesías nacionalista la amnistía y un relato ininteligible sobre una autodeterminación que saben imposible.
Cuando Santos Cerdán remejió su cuerpo en el diván de la capitulación en Bruselas, probablemente no se le pasó nada por la cabeza, más allá de la fe ciega de obediencia que profesan los serviles. Aquel hombre que nació en el pueblo navarro de Milagro, a las orillas del río Aragón, se había convertido a los ojos de todo el mundo en un fiel visitador, la culminación existencial de un estudiante de formación profesional que un día descubrió la holganza de dedicarse a la política, entendida esta como el arte de la sumisión personal en compensación de su supervivencia vitalicia.
Ignoro si Santos Cerdán es hombre de grandes o pequeñas lecturas, pero dudo que haya leído Pantaleón y las visitadoras de Vargas Llosa, cuando el personaje principal repele una pregunta con la siguiente frase: "Esto lo organicé por orden superior, como negocio no me interesa. Además, yo necesito tener jefes. Si no tuviera, no sabría qué hacer, el mundo se me vendría abajo".
Santos Cerdán es un hombre entregado a su causa de supérstite, que necesita tener jefes que le digan lo que tiene que hacer, y en eso no se separa demasiado de la mayoría de los diputados de los diferentes partidos políticos.
Es evidente que nada tienen que ver los visitadores de Puigdemont con el oficio de las visitadoras de la novela del peruano. Al menos, nada que ver con lo puramente lúbrico. Cuestión diferente es que los emisarios en Bélgica del poder cesarista nacional hayan degenerado impúdicamente sus principios, bajo el renovado axioma de la legitimidad temporal de los cambios de opinión.
"Como buen socialista de vanguardia, hay algo inapelablemente ignominioso en la conducta de Santos Cerdán"
El envilecimiento intelectual y moral es una forma también de degradación, quizá la peor descomposición ética posible. Pero es posible que Santos Cerdán tampoco lo sepa y observe con credulidad redentorista su misión seudodiplomática.
No en vano, e imagino que por raigambre lo sabrá, Milagro procede del latín Miraculo, nombre que asignó el rey Pedro I a la atalaya del pueblo, y en la fotografía hay más de eso que de prodigio natural o divino.
Como buen socialista de vanguardia, hay algo inapelablemente ignominioso en su conducta, algo que los socialistas de retaguardia cuestionan con sordina, pero que los han convertido a todos en una agrupación de intereses que sólo miran por su interés individual.
"Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, eso es lo que somos". Así reza otro personaje de Pantaleón y las visitadoras, así reza la decadencia de ese partido que se enorgullece de 140 años de historia.
"La imagen que enmarca la reunión de Santos Cerdán y Puigdemont es muy cutre, estremecedoramente cutre"
Díaz y Santos Cerdán se han convertido públicamente en los primeros adoradores del Rey Ubú Puigdemont.
Es posible que alguno de ellos haya visitado el Museo del Prado y hayan contemplado, con admiración o con indisimulada indiferencia, el cuadro de Rubens La adoración de los Reyes Magos. Lo que probablemente ninguno de los dos sepa es que ese cuadro fue encargado, hace ahora 400 años, por el Ayuntamiento de Amberes, a escasos kilómetros de las ciudades de Bruselas y de Waterloo, para decorar el salón donde iban a tener lugar las reuniones para negociar una tregua en las hostilidades entre España y las Provincias Unidas, en la Guerra de los Ochenta Años.
Cuatro siglos después, la imagen que enmarca la reunión es muy cutre, estremecedoramente cutre, y una muestra más, como en Marruecos, de que el Gobierno de Sánchez y sus emisarios ministeriales o parlamentarios son objeto de descrédito iconográfico con ensañamiento. En Marruecos, nuestra bandera. En Bruselas, la fotografía de la exaltación del delito.
Porque Díaz y Santos Cerdán han ofrecido al mesías nacionalista el incienso y la mirra, que no son otra cosa que la amnistía y un relato ininteligible sobre una autodeterminación que todos ellos saben que es imposible. Falta el tercer Rey Mago, encarnado por María Jesús Montero, quien coordinará las prebendas presupuestarias con las que saciar, pública y privadamente, al Midas de la independencia. El oro.
Pues bien, me ofrezco a regalar tres ejemplares de la obra de Vargas Llosa a los adoratrices sacramentales de Pedro Sánchez, debidamente subrayados para facilitar la lectura. Y una frase en especial, irremediable y terminal, que debería servir de reflexión a los tres: "Más tarde o más pronto las consecuencias caerán sobre nuestras cabezas. De eso, amigos, nadie escapa en este mundo".
*** Mario Garcés es jurista, académico y escritor.