No deja de ser entretenido ver a las patrullas muy españolas de Vox llevando en volandas a un propagandista de la metrópoli, abrumado entre la marabunta, sin que el yanqui comprenda del todo lo que ocurre en esta esquina de Europa y sin que el personal tenga más referencia de la cadena Fox que los chistes de Los Simpson. Como sea, ahí estaba Tucker Carlson, el propagandista más exitoso de Donald Trump, tan desconocido en España como el presidente de Macedonia del Norte, en el mismo lugar que las muñecas hinchables de Ferraz y risueño entre las expresiones de reverencia de unos nacionalistas sin referencias nacionales.

Tucker Carlson, una versión multiplicada del Iker Jiménez norteamericano, recibió un poco de amor después de una mala racha. Estaba en Madrid, España, precisamente porque no está en los estudios de Fox News, Estados Unidos, donde dejó un agujero de 800 millones de dólares después de ser su chico de oro. La televisión de Rupert Murdoch creó una fábrica de noticias falsas con Tucker Carlson como jefe de la planta. Durante un tiempo fue muy efectiva en el propósito de mantener el trumpismo en forma, o al menos en los niveles de encabronamiento necesarios para su subsistencia. Pero al final el vicio venció al cuerpo y Murdoch lo pagó caro.

Todo es inmenso en Estados Unidos: los maizales, los batidos y los litigios. La empresa de recuento electoral Dominion demandó a la Fox por acusarlos de manipular el resultado electoral y procurar la derrota de Donald Trump, y ahora Tucker Carlson, sin sus veinte millones de dólares por temporada, se gana la vida en ligas más modestas. Algún analista desconsiderado escribirá que Vox tiene que rascar votos en España, y no en Wisconsin, y que para eso es más útil contar con los editoriales de Federico de tu lado que las campañas pagadas a un presentador extranjero venido a menos.

Pero si Vox se entregara a la cordura no sería Vox, sino una corriente del Partido Popular, y si cabe reconocerle algo al partido de la guerra cultural contra la ONU es un aura muy conseguida de bar para los melancólicos. Y este bar, como en el cuento de Hemingway, no abandona a nadie.

El bar acoge hasta el último hombre triste antes de emprender el camino de vuelta a casa. Tucker Carlson, con su talento para el drama, vino a reforzar las convicciones de la parroquia. A un medio afín declaró, en la concentración aledaña de la sede del PSOE, que "quien viola la Constitución y potencialmente emplea la violencia física para suprimir la democracia es un tirano, un dictador". A un medio del partido expresó, sobre los manifestantes, que "no son un grupo de revolucionarios, ni personas que llaman a la violencia, sino todo lo contrario: se reúnen para volver a tener una democracia". 

Tampoco esto deja de ser entretenido. Hace unas semanas el psiquiatra Jordan B. Peterson actuó en el Wizink para pasar el cepillo entre los chicos con la autoestima por los suelos. Lo que hace Tucker Carlson no se aleja demasiado: a cambio de atención y un hotel con vistas, y averiguaremos si algo más, te cuenta que la salvación de la civilización occidental está en tus manos.

La humanidad es perversa de mil maneras distintas. Actúa. Teme por todo lo que es bueno en tu vida. Actúa. Implícate en cuerpo y alma en la aventura de quien me paga para convencerte. Y actúa.

Lo más divertido (y revelador) es que Tucker Carlson sea lo mejor que Vox tiene a mano para apelarte. Si pretendes reivindicar el respeto a la Constitución, te aseguro que no es tu hombre: apoyó el asalto al Capitolio. Si pretendes denunciar la tiranía de Sánchez, sorpresa: Tucker no sólo admira a Vladímir Putin, sino que lamenta que Ucrania todavía se le resista. Si pretendes difamar a los asediadores de Ferraz, ahí acertaste: Tucker identificó a los insurrectos armados del seis de enero como "turistas". Y si pretendes demostrar a los españoles tu preocupación por la separación de poderes, verás: su angustia es que Europa no se parezca más a Hungría.

Espero que se entienda. Tucker Carlson no es el periodista que te habla sin tapujos, sino el embaucador que te cuela al enemigo por la puerta trasera. Tucker Carlson es a la democracia lo que Miguel Bosé a la vacunología. Y no está de más que los españoles conozcan las referencias y las aspiraciones de Vox, a riesgo de que les distraigan un rato de la amnistía.