A nadie le sorprende que Pedro Sánchez haya tenido la necesidad de contratar un amanuense para publicar su segundo libro. En concreto, el mismo que fabricó el primero. Porque Sánchez no escribe siquiera las réplicas a sus adversarios en el Congreso y creía que Antonio Machado nació en Soria.
Lo que sí resulta sorprendente es que tenga esa voluntad de convertirse en escritor. Pedro Sánchez es un hombre que, sin apenas lecturas, concede a la literatura un valor que no tiene: el de la influencia política.
En los años 30, los libros todavía podían ser aquello que decía Celaya de la poesía: armas cargadas de futuro. Pero, hoy, un libro sólo puede granjear cierta influencia en una porción muy reducida del electorado, la de los lectores de libros políticos. Y en ese círculo, no hay nadie que dé valor al libro de Sánchez. No por su contenido, sino porque no lo ha escrito él.
Manuel Azaña escribía sus diarios. Los colocaba incluso por encima de sus labores de gobierno. Unamuno decía de él: "Sería capaz de hacer una revolución para tener lectores". Y don Manuel la hizo. ¡Pero es que en aquel momento los libros servían para hacer política! Y tampoco mucho, no se crean. Porque al propio don Manuel, creo que de forma apócrifa, se le atribuía eso de "si quieres mantener un secreto, publícalo en un libro".
La cuestión vuelve a ser la de siempre. Nos miente a todos aun sabiendo todos que nos está mintiendo. Sin haberlo escrito él, el libro nos dice más que cualquier otra confesión sobre el autor. Se trata de una crónica en primera persona… escrita por otro. En realidad, por otra. Irene Lozano. No coincide ni el género.
La crónica "en primera persona" de Sánchez es su Ley de Amnistía, sus indultos, su "no pactaré con los independentistas". Todo lo que hay debajo de eso no es nada más que una mentira que se hilvana sin importarle a su autor que la mentira vaya desnuda, al descubierto.
No sabemos cuántas horas le ha dedicado Sánchez a su hagiógrafa. Teniendo en cuenta la agenda del presidente, probablemente no hayan sido muchas. "Con la colaboración de Irene Lozano", dice una de las primeras páginas, pero no la portada. En todo caso, será al revés: "Irene Lozano con la (supuesta) colaboración de Pedro Sánchez".
Es decir, el método que imaginamos es el de Irene Lozano, con un porrón de papeles, echándole imaginación. Y luego a un equipo de correctores de Moncloa recortando y ajustando. Todo eso aderezado, como mucho, con un par de horas de conversación con el presidente.
Lo que tampoco sabemos es cómo alguien puede estar cómodo con un libro entre las manos que lleva su nombre y su foto, está escrito en primera persona… y no lo ha escrito él. Esta es una práctica cada vez más extendida y que convendría analizar desde un punto de vista sociológico. Es la punta de ese iceberg que hemos construido: el de la dictadura de la imagen. No importa el qué se hace, hay que mostrarse todo el tiempo.
A veces temo (lo digo de veras) que Sánchez no se haya leído sus propios libros. Pienso lo mismo de sus discursos en los días grandes. Le miro desde la tribuna de prensa y no veo en los papeles que le imprimen ni una sola anotación a mano.
No todo el que lee mucho escribe un poco, pero todo el que no lee... es incapaz de escribir nada. Esa es mi tesis.