Otra vez, Jesús del Gran Poder. Cualquiera habría creído (si se me exige concisión: yo) que habíamos acabado con esto, que ya no lo íbamos a ver de nuevo, que estaba fuera de onda, pulverizado, kaput, hecho virutillas, y aquí vuelve otra vez. Diet Prada y Saint Hoax, Vaticano pop de la ética y la moral actual, recogieron el puntual malestar y, como acostumbran, con su "información" continuaron jaleando a sus casi, en total, siete millones de seguidores.

Según lo que mostraban, algunas personas en internet habían señalado que tras la última campaña de Zara se escondía, mediante símbolos y sombras, una burla sobre la guerra en Gaza.

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En las imágenes, el estudio de un artista en plena faena. Esculturas cubiertas, cajas para el transporte, ayudantes con restos de yeso en las mejillas. Pero los bustos representaban, aseguraban ellos, los cuerpos desmembrados de las víctimas. No estaban protegidos, sino amortajados. Un desconchón blanco en la pared, el mapa de la región del revés. Pidieron los hermeneutas interneteros un Menú Siglo XXI: cancelación y boicot.

La corona de Inditex, por supuesto, reaccionó. Desde Zara explicaron que el concepto de la campaña se había perfilado en julio y que las fotografías se habían tomado en septiembre. No existía relación alguna entre el taller artístico y la guerra en Gaza. Lamentaban el malentendido. Retiraron la campaña.

El pánico ante el terremoto reputacional, para una empresa de la envergadura de Inditex, es comprensible. A pesar de que si hubieran dejado pasar un par de días más las reacciones se habrían suavizado, las disculpas embotan la tensión, la contienen. Pero en ocasiones también envainan la verdad.

En el comunicado de Zara, se observa un extraño equilibrio entre la concesión, implícita en el mero acto de la respuesta, y la reafirmación en los hechos. El nombre de la marca, no obstante, acumula en decenas de miles de menciones negativas. Algún comentario despunta e invoca a la cordura. El prejuicio ideológico se parece al fenómeno Baader-Meinhof, aquel por el que quien, por ejemplo, aprende una palabra nueva acaba encontrándola durante las primeras semanas tras su aprendizaje en los formularios de Hacienda y en los ingredientes de una caja de cereales.

Quien se empeña en encontrar en el mundo solo lo que ya tiene dentro acaba convirtiéndolo en un lugar hostil y aburridísimo, en una bisagra de confirmación-amenaza.

También en internet, conectaba Ayuso el otro día la futura ley antitabaco del Ministerio de Sanidad con la epidemia de fentanilo en Estados Unidos. Apuntaba en el tuit: "Pero quedó prohibido fumar tabaco en las terrazas". En Fleabag, Phoebe Waller-Bridge reconocía en un ataque de llanto que quería que alguien le dijera qué debía cada día ponerse, comer, pensar, decir. Tal vez el botón del modo automático era el mismo que el de Publicar. Lo atractivo de poner el cerebrito en manos de la aceptación de la tribu es que convierte la vida en una autopista. Lo malo es que conduce a cualquiera encasquetado en el disfraz de parodia de sí mismo.