A veces, hay hechos clave en las relaciones internacionales que pasan desapercibidos hasta que el día de mañana sus consecuencias nos estallan por sorpresa en la cara. Pero no podemos decir que nos cogen desprevenidos. Las señales estaban ahí. Pero sin los deberes hechos por nuestros gobernantes, que no es lo mismo.
La Casa Blanca ha confirmado ya que, en los últimos bombardeos aéreos contra Ucrania, Rusia usó misiles balísticos de Corea del Norte. También ha advertido de que Moscú utilizará más misiles norcoreanos contra la infraestructura civil ucraniana (ataques que podrían constituir crímenes contra la humanidad) y que intenta obtener misiles de Irán.
Esto, que apenas ha salido en la prensa española, tiene enormes implicaciones.
¿Qué significa que en 2024 Vladímir Putin empiece a bombardear ciudades ucranianas (es decir, europeas) con misiles norcoreanos y quizá pronto iraníes?
Muchas cosas.
Lo primero. Es un síntoma de debilidad de Rusia, que necesita proveedores externos de tercera categoría global para su guerra (Irán y Corea del Norte, pero hay más). No le basta, en resumen, la producción nacional que tanto ensalza Putin.
Bajo las sanciones, Rusia estaría produciendo del orden de cien misiles al mes. Menos de lo que gasta en un par de ataques masivos como los del 29 de diciembre o el 2 enero (donde empleó unos 230 misiles, más otros tantos drones).
De ahí el mutuo cortejo entre Putin y Kim Jong-un a fines de verano.
Poco después, Corea del Sur y Estados Unidos revelaron que Pyongyang habría enviado un millón de proyectiles de artillería a Rusia. La Gran Rusia de Putin "no tiene fronteras" pero sí tiene límites, y depende de Estados paria en la comunidad internacional para subyugar a la pequeña Ucrania.
Con Putin, Rusia cada vez se parece más a esos Estados paria, aunque siga sentada en el Consejo de Seguridad de la ONU y no expulsada, como debería ser el caso (en 1939, la moribunda Liga de las Naciones expulsó a la URSS cuando invadió Finlandia).
En cualquier caso, Rusia se pone así de nuevo muy por delante de Ucrania en munición de artillería en el frente (clave en una guerra de desgaste) y lanza más misiles balísticos. Como estamos viendo estos días, Ucrania tiene y tendrá dificultades para derribarlos sin un urgente refuerzo occidental.
He estado bajo alguno de estos bombardeos y transcurren apenas segundos desde la alarma aérea hasta las explosiones.
Aftermath of the Russian attack on Park Hotel in Kharkiv. Thirty people, including foreign journalists, were at the hotel. Deliberate targeting of hotels by Russia is a clear war crime. When will we see Russia accountable? pic.twitter.com/Etfw1WPU5O
— Maria Avdeeva (@maria_avdv) January 11, 2024
En segundo lugar, esto supone una evidencia más, si cabe, de que Putin apuesta por la victoria militar total, por la destrucción de Ucrania como país europeo y por seguir más allá, hasta que le paren.
Olvídense de negociaciones y de la undécima ronda de titulares en medios como el New York Times que dicen que Putin lanza "señales" de querer un alto el fuego. Los ucranianos bromeaban en Año Nuevo con memes del New York Times. Decían que esas señales suenan "más bien como explosiones".
Tercero, los misiles norcoreanos reflejan otro gravísimo error de cálculo occidental, especialmente de algunos sectores de los Estados Unidos y del gabinete de Olaf Scholz, aunque intuyo que el error de los primeros es en parte deliberado.
En mayo, los británicos, seguidos de Francia, enviaron misiles de largo alcance a Ucrania, una capacidad que Kiev precisa urgentemente contra la logística militar rusa. Lo hicieron con la esperanza de que el equipo de Joe Biden levantara su absurda línea roja autoimpuesta e hiciera lo propio con los ATACMS.
Estados Unidos envió en octubre dos míseras docenas de una versión vieja de los ATACMS, de menor alcance, pero lo hizo tarde. Ucrania los usó para destruir helicópteros de ataque rusos, algo que frenó su contraofensiva en junio.
La "escalada rusa" contra la OTAN no llegó (tampoco los F-16 a Ucrania), pero sí lo hicieron misiles norcoreanos con alcance de 900 kilómetros. Misiles que caerán sobre ciudades ucranianas, matando a muchos civiles, niños entre ellos, incluso aunque Estados Unidos salga de su atrofia.
🇯🇵Japanese Foreign Minister Yōko #Kamikawa arrived in #Kyiv on the morning of January 7.
— KyivPost (@KyivPost) January 7, 2024
📷: Embassy of Japan in Ukraine pic.twitter.com/82wbWSRiJy
Ante la debilidad occidental y de Estados Unidos, Rusia y otros actores hostiles huelen sangre y muerden. No sólo en Ucrania. Con la complicidad de sectores entre enloquecidos y cínicos del Partido Republicano (si Ronald Reagan volviera del más allá…), al tío Sam se le suben a las barbas. Los hutíes en el mar Rojo. Irán en todo Oriente Medio. Pyongyang disparando cerca de la isla surcoreana de Yeonpyeong.
Mientras tanto, China toma nota.
Países asiáticos como Japón y Corea del Sur lo tienen claro. En 2023, Seúl fue el primer suministrador indirecto de munición a Ucrania y Japón ha cambiado su legislación para reexportar a Estados Unidos misiles Patriot para que puedan ser enviados a Ucrania y derriben más misiles balísticos.
Los taiwaneses imploran a Estados Unidos para que continúe el apoyo militar a Ucrania, superando la absurda dicotomía autorreferencial que reina en el establishment de Washington sobre apoyo a Ucrania versus centrarse en China (o, añado, salir del mundo, como quieren los MAGA). En Taiwán saben bien que Ucrania es un adelanto de lo que les podría llegar a pasar, y que frenar a Rusia en Europa es contener a China en Asia.
Josep Borrell tiene razón cuando dice que la guerra ruso-ucraniana es una guerra mundializada. Además, es un aviso de lo que podría (o no) venir, según lo que hagamos (o no hagamos) hoy.
En este mundo hobbesiano no hay horror vacui. El espacio que abandonemos lo colmarán, ya lo están haciendo, actores con objetivos e intereses a menudo opuestos a los nuestros. Volveré sobre esto.