De las imágenes que nos llegan procedentes de los países islámicos, sobre todo en momentos calientes del conflicto palestino-israelí, y dejando aparte las escenas bélicas propiamente dichas, la inmensa mayoría son de personalidades con hábito religioso dirigiéndose a una multitud.
Es decir, los líderes políticos en el mundo islámico son también líderes religiosos.
Y es que "el lenguaje político del islam", por utilizar la fórmula de Bernard Lewis, está completamente atravesado y trabado de teología, de tal modo que en el mundo islámico las tribunas son, en realidad, púlpitos. Y los púlpitos, tribunas.
Ibn Jaldún, en su obra Al-Muqaddima, que en la edición del Fondo de Cultura Económica se tradujo como Introducción a la Historia universal, clasifica, partiendo de Aristóteles, la noción de poder en tres clases:
1. Poder bruto, natural, que somete a los hombres al interés y placer del gobierno.
2. Poder político, que gobierna a los hombres según la razón a fin de disfrutar de sus bienes en este mundo.
3. Califato, que guía a los hombres según la sari'a tomando en consideración su interés en el más allá y lo que en este mundo tiene relación con ello, pues el legislador no ve los asuntos terrenos más que en la perspectiva del otro mundo.
La realidad de los Estados islámicos es que, de un modo u otro, se han comprometido con la sari'a y el legado de Mahoma, de modo que han legislado a golpe de Corán.
Así, dice Abdallah Laroui, uno de los intelectuales marroquíes más reconocidos, que "cada Estado Islámico singular, sea cual haya sido su grado de tiranía, ha continuado aplicando parcialmente la sari'a" (El Islam árabe y sus problemas).
Por ejemplo, en Marruecos está penalizado el proselitismo de cualquier religión no islámica. U otro ejemplo de nuestro país vecino del sur: allí no están reconocidos los matrimonios no islámicos. En muchos países islámicos los judíos no pueden entrar, sin más.
Es decir, para entendernos, la política en el mundo islámico es, en realidad, teología política. Y la constitución de los Estados no se establece en términos seculares, sino que en el horizonte de sus ordenamientos jurídicos y disposiciones civiles siempre está ese "interés en el más allá", sin que se haya producido, por así decir, una "primavera profana" que saque las tribunas políticas de los templos.
Pero ocurre que la naturaleza de la religión islámica, como teología revelada, tiende mucho más al integrismo que la cristiana.
El Corán se entiende como la palabra descendida en su literalidad, mientras que en el Evangelio, la palabra encarnada, cabe mayor margen a la interpretación. Para empezar, porque existen como poco cuatro versiones distintas sobre la vida de Cristo, correspondientes a los tres Evangelios sinópticos (San Mateo, San Lucas y San Marcos) y a uno que no lo es (San Juan).
El Corán, se supone, es un dictado de Alá al profeta, directamente. Mientras que el Evangelio está inspirado, dando cada evangelista su versión de la vida de Cristo.
El caso es que esta no separación entre poder civil y califal, junto a la literalidad coránica, mantienen a los Estados del área de difusión musulmana en el atrincheramiento islámico, con un fuerte componente islamista, yihadista. Son Estados islámicos, siendo la fe coránica condición de la ciudadanía. Y sin una solución a la vista, salvo la de su combate racionalista.