Los Goya tienen más trajín que el cadáver de Felipe el Hermoso, y así es imposible consolidar algo que se hace de manera itinerante para que cada año pague uno la fiesta.
En esta edición tocaba Valladolid desde que el anterior alcalde les había comprometido unos cuantos millones de euros, como antes lo hizo Sevilla y el año anterior ya nadie se acuerda, porque culturalmente los Goya no dejan huella. Por no haber no hay ni glamour.
En España, el glamour lo matamos preventivamente para no dejar de ser nunca una pintura negra. Otra cosa no, pero los Goya son España, que va con su tradición a cuestas. "Busque por acá en qué se le haga merced".
Sólo que ahora, en vez de dedicarle El Quijote al duque de Béjar, que poco favor le hizo a Cervantes finalmente, las películas se le dedican todas al Ministerio de Cultura. Y los Goya se los dedican a sí mismos, porque nadie podrá negar que tiene mérito el conseguir que cada año (y van 38) pague la fiesta un mecenas de lo público.
Hablan de industria del cine como si esto fuera Hollywood y Audrey Hepburn o Sofia Loren hubieran rechazado alguna vez un contrato en América o en Italia porque "espérate que me quieren en Madrid". Y esto sigue siendo así. "Ayer, hoy y mañana".
En Estados Unidos tienen una ciudad entera que vive por y para el cine, a la que van todos los niños que saben sonreír y sueñan con ser actores a frustrar sus ilusiones y terminar costeándose el alquiler como camellos en lo que aguardan a que algún director descubra que ellos lo harían mejor que Marlon Brando.
Los Oscars no son itinerantes, Hollywood no se mueve de su sitio. Los Goya de este fin de semana fueron un perro flaco, una película sin presupuesto y a la que le sobraba la mitad del guión. Los americanos convirtieron el cine en una industria necesitados cada viernes de desarrollar su imaginación cuando se apagaban las luces.
Nosotros parecemos, a diario, una película con guión de Jardiel, porque a España lo que le sobra es imaginación.
El único favor que podrían hacerle los Goya al cine español, para que los espectadores vuelvan a las salas, es disolverse. Así nos ahorrarían conocer las opiniones políticas de Almodóvar, que tiene dos premios Oscar, pero como politólogo sólo le salva que a su lado siempre va Penélope Cruz.
Desde hace tiempo, a mí con el cine español sólo me reconcilia José Luis Garci (aunque ya no ruede). Y desde este año, Paula Ortiz, que tiene algo que le falta a la mayoría de directores de hoy: talento y ninguna necesidad de llamar la atención.