Un resultado electoral siempre es noticia de portada, pero incluso a las portadas se les puede dar aire rutinario. Es lo que pretende hacer el servicio de fontanería de Moncloa con los números de Galicia. Tras alimentar la ficción de que el resbalón de Feijóo en la comida con los periodistas podía costarle el gobierno al PP, ahora intentan exhibir lo ocurrido como algo que estaba escrito, un partido que no merecía la pena jugar.
Es más cierto lo segundo que lo primero, pero lo que ocurre en unas elecciones (¡díganselo al padre Feijóo!) tiene que ver con las expectativas que uno se marca. Y el PSOE salió a ganar. No el PSOE exactamente, sino el bloque plurinacional.
Quizá esto no haya trascendido lo suficiente al ciudadano, pero periodísticamente nos ha supuesto mucha congoja comprobar cómo un partido, en este caso el socialista, ha estado trabajando a saco para otro distinto, el BNG.
El Partido Socialista tiene una estrategia para gobernar. Puede parecer absurda, pero no es recomendable tomarla como tal: de momento, le vale para permanecer en la Moncloa. Se trata de sumar izquierda y nacionalismo para desbancar a la derecha. Sea cual sea el contexto, sea cual sea el lugar.
Sánchez ha volado por los aires el eje izquierda-derecha en España. Lo determinante es la relación que cada candidatura tiene con el nacionalismo. Una decisión nefasta para la gestión porque, alcanzado el poder, conviven en la mayoría de gobierno burgueses muy de derechas (Junts o el PNV) con populistas muy de izquierdas (Bildu o el BNG).
La estrategia del presidente tiene un recorrido de ida y vuelta. Cuando las elecciones son generales, muchos potenciales electores nacionalistas viajan al barco socialista para "frenar a la ultraderecha". Cuando las elecciones son autonómicas o municipales, muchos de esos votantes, incluso algunos originalmente socialistas, viajan al barco nacionalista.
España ha cambiado mucho. Quizá sea eso lo más sustancial de lo que ha traído Sánchez: la pasmosa naturalidad con la que pueden intercambiarse los conceptos socialismo y nacionalismo.
En apenas cuarenta años, la ideología caracterizada por defender la igualdad se ha fundido con aquella que más propugna la desigualdad. Cuarenta años, parafraseando el tango de Gardel, no son nada si se mira con el prisma con el que se mira la Historia.
Llegan las elecciones en Galicia y el PSOE, en realidad, sólo espera que gobierne el Bloque Nacionalista Galego (BNG). Llegan las elecciones vascas y el PSOE, en realidad, sólo espera poder sumar lo suficiente con el Partido Nacionalista Vasco (PNV). Llegará de nuevo Valencia y ocurrirá lo propio con Compromís.
Llegará Cataluña, ¿y qué? Porque ese es el único territorio que le permite a Sánchez negar esto que estamos explicando ahora.
El primer proceso electoral tras el lanzamiento de la amnistía ha disparado al nacionalismo y ha hundido el socialismo. Mientras tanto, Vox también parece estar en fuera de juego. Y si no hay ultraderecha, la estrategia de Sánchez se evapora.
El presidente del Gobierno acaba de crear una fundación para nutrir de ideas su proyecto. Es la confesión encubierta de que incluso a él le pesa ese complejo: la falta de ideas, el poder por el poder.
El otro día entrevisté a la persona elegida para dirigirla: Manuel Escudero. Tiene las ideas claras en materia económica, decenas de propuestas interesantes. La crisis demográfica, el desafío de la inteligencia artificial… Pero nada de eso es abordable si no se tiene un proyecto de país.
No se trata de estar obsesionado con el capítulo territorial. Es que la idea de la nación es aquello sobre lo que se vertebra, por decirlo con Ortega, todo lo demás. Se puede tener una idea de la nación fuerte sin ser centralista. Se puede amar lo común sin tener nostalgia de tiempos predemocráticos. Se puede amalgamar lo distinto sin renunciar al patrimonio de todos.
Estas obviedades son las que ha volado por los aires Sánchez con tal de gobernar.
Hablar de federalismo hoy, como dice el PSOE, no tiene sentido. Porque el federalismo, tradicionalmente, se ha concebido para aunar territorios que estaban separados. Además, la España autonómica, en la práctica, es mucho más federal que algunos países verdaderamente federales.
El PSOE practica otra cosa. En la vacuidad maquiavélica del poder por encima de todo, ha decidido diluir un legado centenario en un maremágnum de hechos diferenciales. El próximo que llegue deberá rearmar una organización devastada. Porque ninguno de los dirigentes territoriales le valdrá para el nuevo PSOE. Serán personas vinculadas a este proyecto donde se intercambia socialismo con nacionalismo, donde se flexibilizan los principios hasta convertir la elasticidad en simple mentira.
El que venga deberá arar sobre un erial. Mantendrá el nombre, la marca y las sedes, pero afrontará una refundación a la que no se le dará tal nombre. El poder es una argamasa capaz de unir cualquier cosa. Desaparecida Moncloa, ¿cuál será la ideología del PSOE? ¿Qué será el PSOE?
La manera más clarividente de responder a la pregunta es situar a Sánchez en la oposición, donde lo propositivo cobra mucha más crudeza. ¿Se imaginan al candidato en la tribuna diciendo que quiere una España plurinacional, con amnistía para todos, indultos para que no quepan en la amnistía y privilegios para los partidos que desean la ruptura?
Un opositor proponiendo lo que propone Sánchez en el poder es absolutamente imposible. No se atrevería ni el propio Sánchez.