A nadie se le escapa que "la drástica decisión" tomada por José Luis Ábalos de pasarse al gallinero del hemiciclo, fruto de una "profundísima reflexión", no responde a otra motivación que a la de seguir amorrado al erario hasta agotar el caudal de la legislatura.
Al fin y al cabo, el exministro no reúne otros méritos que los del vasallaje, que suele recibir el eufemismo de "militancia".
Esto lo recordó él mismo en su sentido monólogo de este martes, cuando se refirió al "partido al que he dedicado toda mi vida". Es sabido que cuando alguien habla de toda una vida de servicio público quiere decir toda una vida encadenando sinecuras en el circuito del Estado de Partidos.
En el caso de Ábalos, la retención del escaño se antoja aún más necesaria. Para estas biografías notoriamente licenciosas, bruñidas al calor de generosas sobremesas, no debe ser sencillo mantener tal tren de vida, ahora que además ni siquiera es ministro de Transportes.
Habría sido merecedor de conmiseración el irredento y melancólico diputado si hubiera salido a la rueda de prensa pasando el cepillo. Pero optó por plantear su testarudez como parte de una causa general cimentada en la "ética pública". Y el contribuyente ya ha tenido suficiente de la farsa de hacer de la necesidad, virtud.
Según su señoría, la decisión "no atiende exclusivamente a motivaciones de índole personal", ya que "igual me hubiera ido mejor dejando el escaño". "Defender mi honor personal desde el Grupo Mixto me permitirá seguir defendiendo mis ideas", adujo.
Se requiere un desparpajo de proporciones colosales para cohonestar esta impudicia, asimilando su "honorabilidad" a su "posición política". Hay una identidad entre la apología de la reputación de José Luis, las "ideas que fundamentaron mi inicio en el activismo político" y el interés general.
De ahí que "precise de una tribuna pública como la que me ofrece el Congreso de los Diputados". Poco le falta para emular la lógica fragmentaria del resto de facciones localistas del Parlamento y fundar el Partido Abalista o el Koldo Existe, como lo ha bautizado mi compañero Daniel Ramírez.
En nuestra época, los foros comunitarios se han convertido en ágoras sentimentales en las que airear traumas y dirimir querellas personalistas mediante razones privadas. Pero hasta los profesionales de la política a los que sólo adorna la virtud de la retórica experimentan la necesidad de invocar argumentos públicos para justificar que el Diario de Sesiones haya quedado reducido a un anecdotario.
En el marco de la oligarquía partitocrática y su clientelismo de nuevo cuño, la privatización de la política es llevada hasta su nivel atómico. Cada estamento, cada grupúsculo y hasta cada congresista va ya plenamente a su avío.
Que ya no rige ninguna noción de representatividad en la vida pública lo prueba también la convicción expresada por Ábalos de que "sólo me debo a las personas que efectivamente me aprecian".
El caso es que si querían ofrecerlo en holocausto para expiar las faltas del resto de socialistas que sacaron tajada de la pandemia, él asume el rol de redentor a la inversa: no se prestará al "sacrificio público", precisamente para no cargar con los pecados de los demás.
Ábalos permanece en el escaño a la voz de ¡por mí y por todos mis compañeros!
Ábalos defiende su "honorabilidad" y destaca que ha dedicado "toda su vida" al PSOE pic.twitter.com/WyogLiJB1g
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) February 27, 2024
Su señoría se ha mantenido en su sitio para evitar que otros sean víctimas de la misma "cacería política". Él se ve a la manera de un Trump carpetovetónico, símbolo de resistencia frente a todo un establishment conjurado contra las voces libres.
Sin duda, a su antiguo jefe le resultará familiar toda esta fraseología del "seguir adelante en la lucha" y del "no rendirse". A Sánchez le ha brotado desde dentro de su discipulado el único que puede rivalizar con él en desfachatez.
Aun más. La no-dimisión de Ábalos tendría una vertiente estratégica para el conjunto del progresismo. Se trata de no "rendir un tributo a la derecha", de evitar "actuar al dictado de tus adversarios políticos".
Es llamativo escuchar por primera vez a alguien en el PSOE preocupado por no hacerle el juego a la derecha, una coletilla que siempre ha pesado solamente sobre la trinchera diestra, más dada a los escrúpulos expresivos. Llegó Ábalos a hablar en su comparecencia de izquierda "acomplejada". Podría haber tocado la gloria si, emulando a Abascal a cuenta del PP, hubiera proferido el sintagma izquierdita cobarde.
Se queda el PSOE sin sus últimas "masculinidades tóxicas". Sale también purgado el machaca del exministro oriundo de Torrente, Koldo, del encaste de los Rubiales, los Tito Berni y los Roldán.
Pero no lo va a tener fácil el PSOE para desasirse las rémoras de esta estética política del "peón", como se autodefinió Ábalos, ni para sofocar los efluvios de la Iberia castiza.
Porque toda esta imaginería de la sordidez hunde sus raíces en la propia biografía política de Sánchez desde sus inicios. Es la faz fea que subyace a la guapura de la cara visible del PSOE. El corolario de la procacidad política sanchista.