Empezó como una broma, pero ya sabemos que en este país no hay broma que no contenga más de un 50% de trazas de verdad. A la derecha civil le pierde Ábalos, al menos a esa que se hace llamar 'Twitter Facha' en redes sociales, jocosa y núbilmente.
Quizás sea sólo que les hace mucha gracia. Pero conocemos, también, que en España no hay nada como reírse con alguien para tener el 50% del afecto sincero ganado.
Don José Luis ha seducido a los muchachos diestros porque él es el folclore, él es el carisma, él es la virilidad perdida y goteante: esa masculinidad tosca y tierna que se extraña a ratos en el terruño.
El buen tío que le da a la grada lo que le gusta: caprichitos y amor... violentamente. "Soy tu amigo, ¿me oyes?", y te engancha de la pechera, caliente y auténtico como una víscera fuera del cuerpo. Si te quiere, te invita a comer. Es más, le gusta verte alimentarte. En eso es como una abuela.
Es el compadre generoso, el que para a por hielos, el que rema a favor de fiesta, el que se toma tu cumpleaños como el suyo, el fiera que entra partiendo la pana, invitando a la peña, invitando a cañas, como dibujaron los Estopa.
Es sentimental y mafioso como Tony Soprano, como todos los tipos adorables y peligrosos al mismo tiempo a los que nos encomendamos oscuramente porque entendíamos sus razones aunque no sus formas. Hay un dolor enorme habitando toda esa fuerza.
Ábalos es el hijo del torero. Es la rabia del pueblo, su arranque. La ley diáfana de la calle que te estalla en la cara y te la comes porque le encuentras la coherencia interna, aunque incorrecta: "Mis chavales son chicos normales, no han hecho na'malo: si te la has llevado, es que te la has ganado", como canta Claudio Montana.
Ábalos es una verdad antigua. La trampa, la magia, la España fantástica, la oralidad imaginativa a rabiar, verborreica, compasiva, desbordante. Capacidad de escucha y de hacerte sentir especial. Mal pronto y vulnerabilidad al mismo tiempo. Por las buenas, el mejor; por las malas, tú sabrás. El guateque cotidiano. Un sonajero hecho man.
Es el que te saca a bailar. Y tú sales. Claro que sales. Tú lo haces fenomenal, tu cuerpo se mueve como una palmera, suave, suave, su-su-suave.
Es el Toni 2. Es el cachopo. Es todo lo rudimentario que está bien hecho.
Es la canción de A mi manera, verso a verso, seguramente en la versión de Siempre así: "Viví la intensidad / sin conocer jamás fronteras / jugué sin descansar / y a mi manera / jamás viví un amor / que, para mí, fuera importante / corté solo la flor / y lo mejor de cada instante, / viajé y disfruté / no sé si más que otro cualquiera / si bien, todo esto fue / a mi manera / tal vez lloré o tal vez reí / tal vez gané o tal vez perdí / ahora sé que fui feliz / que si lloré, también amé / y todo fue, puedo decir, / a mi manera".
Es Scorsese. Es Clint Eastwood. Es un hombre que vive dentro de un hombre.
A la derecha le flipa Ábalos igual que les flipa Sabina: serán de izquierdas, pero tienen eso de transversalidad. Segregan algo popular, algo expectorante que sintetiza los vicios y las pasiones humanas.
Digamos que verles existir es relajante. Se siente uno comprendido en sus arrebatos y debilidades. Son eternos como Shakespeare, son la gama de emociones del mundo. Hay mujeres y miuras y confesiones por todas partes, hay vino y hay euforia y hay alegría de la que siempre (al final) hiere.
Ábalos también es un Maradona de la vida, un zurdo que habla por todos. Un dios falible.
Todos estos son hombres de ideas aperturistas, sí, pero con una particularidad, habitan el mundo que es, no el que quieren que sea. No te dan lecciones morales, no juegan a la pureza, no te pegan el coñazo. Suelen morir de un infarto (son malos enfermos largos, no pueden habitar una cama, en la vida todo pasó de un chispazo).
Sus entierros están colapsados de gente extraña entre sí que les llora con congoja, como el funeral de Big Fish.
Son puerta grande o enfermería.
Cuando se retire (o le retiren), la derecha podrá decir que le vio jugar... como a ellos les hubiera gustado hacer.