Yuval Abraham, ganador del premio a mejor documental junto al palestino Basel Adra en el Festival Internacional de Cine de Berlín de este año, ha recibido amenazas de muerte desde la noche de entrega de galardones hace poco más de una semana.
No por lo que representa, sino por lo que ha dicho. No por ser israelí, sino por ser crítico con las políticas de Israel. Incluso ha tenido que cancelar su vuelo de vuelta a su país por una simple razón: por miedo.
El documental No Other Land cuenta la historia de Adra y la amistad que surge con Abraham. Dos jóvenes de la misma edad, separados por una distancia física escasa, pero que implica vivir dos realidades vitales completamente distintas. Habla sobre la ocupación en el sur de Cisjordania. Sobre la expulsión de la comunidad de Adra y la demolición de sus hogares en Massafer Yatta.
"Yo soy israelí y Basel es palestino, vivimos a 30 minutos el uno del otro pero yo vivo bajo la ley civil y Basel bajo la ley militar, yo tengo derecho a voto y Basel no, yo tengo libertad de movimiento y Basel no. El apartheid debe terminar".
— Daniel Mayakovski (@DaniMayakovski) February 27, 2024
Yuval Abraham, director de cine… pic.twitter.com/SawwowEOE3
Teniendo en cuenta la temática del documental, era de esperar que sus directores hiciesen algún comentario sobre la situación actual en la Franja de Gaza, sobre las medidas del gobierno israelí o sobre Cisjordania. Y así fue.
Primero habló Adra, más tajante, más directo, más enfadado. "Es muy, muy difícil para mí celebrar algo mientras decenas de miles de mi gente están siendo masacradas en Gaza en este momento. Como estoy aquí en Berlín, me gustaría pedirle a Alemania que haga una cosa: respetar los llamamientos de la ONU y dejar de enviar armas a Israel".
Después tomó la palabra Abraham y más calmado contó con pesar cómo en un par de días volverían a un lugar donde viven y son tratados de forma distinta.
"Yo vivo en un régimen civil y Basel en un régimen militar. Vivimos a 30 minutos el uno del otro, pero yo tengo derecho a voto y Basel no. Yo puedo moverme libremente por el país, pero Basel, como millones de palestinos, está atrapado en Cisjordania. Esta situación de apartheid entre los dos, esta desigualdad, tiene que terminar".
Al encender la televisión alemana a la mañana siguiente, no encontré un canal que no hiciese referencia a los discursos de la noche anterior, con una interpretación común: eran comentarios antisemitas.
Una ruptura del pacto implícito entre Alemania e Israel, entre Occidente e Israel. Una falta al guion acordado en el que, ante todo y ante todos, la defensa de Israel era esencial e iba en primer lugar. Sin importar las circunstancias, sin tener en cuenta los matices, sin atender a las desviaciones de cada actor. Porque, como expresó un senador de Berlín, es una ciudad cargada de historia y de responsabilidad. Es decir, un país y un continente con deberes.
Y ahí estaba. Ese sentimiento occidental, y particularmente alemán, que arrastramos desde el siglo pasado. Un sentimiento que no es responsabilidad, sino culpa.
Un sentimiento peligrosísimo para calibrar la realidad. Un sentimiento esquivo que deforma los hechos hasta meterlos nuevamente en el molde que se les había prefabricado y del que les está vetado salir.
¿Dónde está el límite de la culpa? ¿Hasta dónde puede justificar (o encubrir) la realidad?
Como escribió Amos Oz, "Los europeos bienintencionados, los izquierdistas europeos, los intelectuales europeos, los liberales europeos siempre necesitan saber, primero y sobre todo, quiénes son los chicos buenos y quiénes son los chicos malos de la película".
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Pero no hace falta hacer mucha gimnasia mental para ver que el problema israelí-palestino no es una situación de blanco y negro, de bien y mal, de opresor y oprimido.
Se puede ser favorable a la existencia del Estado de Israel, y al mismo tiempo criticar las decisiones del gobierno con respecto a la ocupación de Cisjordania y la situación en la Franja de Gaza.
Se puede condenar la existencia de Hamás y sus actos terroristas en Israel y, al mismo tiempo, reconocer que los palestinos tienen el mismo derecho a estar en el trozo de tierra que los israelitas reclaman como propio.
Ninguna de estas posturas implica de por sí ser antisemita, por mucho que se haya deformado este concepto hasta amparar cualquier crítica que tenga que ver con Israel y su gobierno.
Se puede estar a favor o en contra de una situación sin que un sentimiento de culpa malentendida impida condenar acciones de esa misma parte. Este ejercicio tiene un nombre y se llama pensamiento crítico. No caer en la visión de túnel que, para qué vamos a negarlo, es más fácil de sostener.
Pero como escribió Oz en Contra el fanatismo, "la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo".
Es igual de inútil hacer un activismo de chapita y pegatina por la liberación de Palestina, como lo es defender todas y cada una de las decisiones del gobierno de Israel por el simple hecho de que los judíos han sido víctimas de atrocidades a lo largo de la historia, interiorizando esa idea tan peligrosa de que la víctima histórica está exenta de cometer un mal por su categoría de víctima.
Defender a Israel sólo tiene sentido si también se puede criticar a Israel.