No bromeo. Yair Netanyahu, primogénito del primer ministro de Israel, dio bola en internet a la conspiración más genuinamente antisemita de este siglo. En la cúspide de la trama internacional descansa el magnate judío George Soros, superviviente del Holocausto, que mueve los hilos del mundo para convertir Occidente en un lugar abyecto e impuro, lleno de musulmanes, transexuales o independentistas catalanes, según el caso. El cuento se adapta a la medida de las necesidades del autor.
Yair, por ejemplo, tomó un meme sobre Soros muy extendido en los ambientes antisemitas, que gustan de buscar a un hombre o una familia judía, reconocible y poderosa a quien culpar de todo lo que odian, y colocó en el rostro de la víctima el de su padre, Benjamin Netanyahu. Muchos amigos del chico compartieron su publicación. Uno de ellos se llama David Duke. No tienes por qué conocerlo. Te resultará más familiar la organización que presidía: el Ku Kux Klan.
El primer ministro de Israel tuvo la oportunidad de reprobar a su hijo, lamentar públicamente que las ideologías que promovieron el exterminio del pueblo judío en Europa partieron de la misma propaganda ridículamente efectiva. No lo hizo. No clamó contra su antisemitismo. Fue coherente consigo mismo. ¿Por qué iba a hacerlo? Netanyahu secunda "las leyes anti-Soros" de Viktor Orbán, elaboradas para impedir que, en palabras del húngaro, el malvado judío "ponga en peligro la seguridad y el futuro de Europa". ¿Y qué hay de su simpatía por la extrema derecha de Estados Unidos? Nada le impide aprovechar la intimidad y la confianza construida con los años para recomendar a unos y otros un cambio de rumbo, o al menos cierto decoro, pero siempre se ahorra los reproches. Nunca les afea un comentario contra los judíos, cuando la hemeroteca ofrece tantas muestras como estrellas hay en el cielo.
En 2017, el diario israelí Haaretz publicó un editorial muy elocuente al respecto: "El primer ministro debe cortar sus vínculos cada vez más frecuentes con los nacionalistas judíos aquí y con los nacionalistas racistas, incluso antisemitas, en el resto del mundo". Netanyahu todavía no gobernaba con ninguno en casa, por entonces, pero coqueteaba con todos fuera.
Habrá quien se sorprenda, pero no es difícil encontrar ensayos entre académicos judíos, como Joshua Shanes, que profundizan en la naturaleza y la perversidad de estas alianzas. Especialmente porque Netanyahu es bien conocido en su país por un recurso narrativo, me repito, ridículamente efectivo. El primer ministro y su círculo suelen acusar de antisemita y enemigo del pueblo judío a cualquiera que critique sus decisiones. Cualquiera es cualquiera. Ni siquiera se libró la actriz israelí Natalie Portman.
"[Netanyahu y sus seguidores] están redefiniendo el término antisemitismo para referirse a la oposición a las políticas del primer ministro, y el término judío para acuñar a sus seguidores", escribió Shanes en 2019. "Esta estrategia no es únicamente un abuso de la historia, sino que pone en peligro al pueblo judío legitimando el verdadero antisemitismo y los regímenes antisemitas, lastrando dramáticamente el progreso obtenido como resultado del Holocausto".
De aquellos polvos vienen estos lodos. El club de los antisemitas crece y crece desde que, dentro y fuera de Israel, proliferan las voces que ponen pegas a estos siete meses de campañas militares en Gaza, con escenas que sólo un cínico puede despachar sin estremecerse. A veces basta con mostrar un poco de emoción para levantar las suspicacias. ¿Estamos ante otro caso de libro de...? Biden, Scholz y Von der Leyen, entre otros, repiten el repertorio de Netanyahu. Pero ¿a quién creen ayudar al atribuir las acciones de guerra al pueblo judío, al confundir las críticas a un Gobierno con antisemitismo? ¿A los judíos, a Israel o a Netanyahu?
Claro que tanta condescendencia con el terrorismo de Hamás y Hezbolá ataca los nervios, y la media sonrisa de Irán por las movilizaciones en los campus americanos aprieta los puños con más fuerza. Pero el club de los antisemitas ya es tan amplio que se pierde la perspectiva de cuántos de sus miembros son, efectivamente, antisemitas, y cuántos se están confeccionando con este seguir la corriente a un político sin escrúpulos y acorralado. Todo esto me ha recordado una conversación con el politólogo ucraniano Olexiy Haran. Le pregunté: "¿Qué piensa de quienes acusan a los europeos del este de expandir la rusofobia?". Me sonrió: "¿Rusofobia? ¿Alguien ha hecho más por esa causa que Putin?".