Si te hablan de regeneración, prepárate porque estás muerto.
"Regeneración" significa recuperar algo que está perdido o fatalmente dañado. Es un sustantivo que siempre precede a algo que está muerto.
"Regeneración del campo" significa que el campo no vive.
"Regeneración de un bosque" supone que el bosque se ha perdido.
"Regeneración del país" quiere decir que no había país.
Así que si te hablan de "regeneración democrática" es porque vives en una dictadura y no lo sabías.
Los regeneracionistas son como la parca que visita al que va a morir. Matan lo que miran y, si los ves, es que estás muerto. Pocos son los que le echan una partida de ajedrez a la muerte, y todos acaban bailando con ella, como en El séptimo sello.
El regeneracionista es como el hongo que se pega a la materia muerta y promete convertirla en detritus que abonará otras plantas. Así que olvídate del rosal que tanto te gustaba, porque sólo servirá de abono a otras flores futuras y muy progresistas.
El anuncio de Pedro Sánchez de impulsar un plan de regeneración democrática no sólo pone un punto y aparte en esta legislatura, sino un punto final al PSOE constitucionalista.
Lo peor del plan no es lo que dice que propone, ni lo que calla, que suele ser lo peor.
Lo que realmente está mal es suponer que hay que regenerar la democracia, porque eso significa que la da por muerta, o seriamente dañada. No sólo anuncian que estamos llegando a la mitad de la legislatura del presidente Sánchez, sino al final del ciclo iniciado en 1978.
Se entiende que el síntoma de la patología democrática es la pérdida de confianza en el sistema y que la causa se encuentra en el mal comportamiento de los agentes políticos.
No voy a discutir ahora el diagnóstico sintomático, aunque habría que ver si la confianza en el ejército, la policía, la monarquía, la UE o el Estado de derecho es tan baja como se dice en comparación con otros momentos, o si es sólo desconfianza en el Gobierno y los partidos políticos.
Si se da por hecho que el problema en realidad es la crispación, o la "polarización", como se dice ahora, corremos el peligro de dar por bueno que hace falta más control sobre el comportamiento de los diferentes agentes.
¿Y cuáles son esos agentes crispadores que ponen en riesgo la democracia?
No hace falta tener demasiada imaginación para responder. Serán los medios de comunicación, los miembros de la sociedad civil, los partidos políticos, los jueces y los fiscales.
El proceso de regeneración democrática pasa por regenerar a los agentes degenerados. Y eso se hará, naturalmente, del modo más aséptico, civilizado y consensuado que cabe: con un código de buenas conductas. Buenas conductas para la prensa, buenas conductas para los partidos, buenas conductas para los jueces, buenas conductas en redes sociales, buenas conductas en tu casa, y en la mía.
Buenas conductas reguladas por un código ¿sancionador?
Del desastre del 98 surgió un pesimismo irredento e incorregible. Pero también surgió algo mucho peor, que compartía el mismo sentimiento catastrofista, pero revestido de resentimiento regenerador. "¡Al carajo con todo y siete llaves al sepulcro del Cid!" decía Joaquín Costa, quien exageró los males de su época para tirarlo todo por la ventana, agua y niño incluido.
O sea, que la lección histórica que podemos aprender es que a los regeneracionistas les conviene exagerar el diagnóstico para poder hacer a su capricho borrón y cuenta nueva. Contra el regeneracionismo sólo cabe más conservacionismo.
Conservar la libertad de prensa, conservar la libertad de los jueces y fiscales, conservar la libertad de la sociedad civil y conservar los códigos gubernamentales de buenas conductas, esos sí, en sepulcros bajo siete llaves.