Con la botella de Aquarius al lado de la mesa para sobrevivir a la resaca electoral. Con el estómago a pleno rendimiento por esas pizzas tan ricas y grasientas que invadieron la redacción, he enviado un mensaje a las dos personas a las que se lo debía enviar. Una del PP y otra de Vox.

Al PSOE no he escrito porque ya lo han dicho: no habrá ningún acuerdo con Abascal.

El mensaje dice "¿cómo os sonaría un gobierno de PSC y los Comunes con el voto favorable del PP y la abstención de Vox? Así, PP y Vox también podrían ser actores protagonistas del adiós al procés".

Ahí van las dos respuestas.

La primera: "Un chiste".

La segunda: "Ciencia ficción".

El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, a su llegada a una reunión de la ejecutiva del PSC de este lunes.

El líder del PSC y candidato del partido a la Presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, a su llegada a una reunión de la ejecutiva del PSC de este lunes. Europa Press

Hay una diferencia fundamental entre los partidos independentistas y aquellos que no lo son. A nadie le cabe duda de que los primeros, si sumaran mayoría absoluta, estarían sentados a la mesa firmando un gobierno. Se juntarían los radicalmente distintos con el pretexto de la "emergencia nacional". Convivirían en esa mayoría la extrema izquierda, la extrema derecha, los burgueses y las clases populares.

No ocurrirá lo mismo con los partidos que se colocan a sí mismos dentro de las fronteras que marca la Constitución: PSC, PP, Comunes y Vox.

Estos reúnen con holgura la mayoría necesaria para dar a Cataluña una Generalitat libre del independentismo. Son, también, radicalmente distintos. Pero no más que Junts y Esquerra. No más que la CUP y los ricos exiliados de CiU.

El PSC ha coqueteado con el nacionalismo hasta colmar muchas de sus ambiciones: los indultos, la eliminación del delito de sedición, el abaratamiento de la malversación, la ley de amnistía.

El PP está en contra de todo esto.

Los Comunes no ven con malos ojos un referéndum pactado.

Y Vox pretende abolir el Estado de las Autonomías.

Aun con todo ello, no son más distintos que las siglas del independentismo recién naufragado.

Para acabar de veras con el procés, sólo funciona el eje que instauró el propio procés: hay que volver a colocar todo, por última vez, en el eje independencia-no independencia.

Y ahí, en ese deber de "emergencia nacional" que Puigdemont y Junqueras no dudarían en esgrimir, los cuatro partidos "constitucionalistas" podrían inaugurar un Ejecutivo provisional que permita echar a andar a Cataluña.

Porque lo peor del procés ha sido el "cuanto peor, mejor". La puesta de la gran mayoría de recursos al servicio de la creación de un país mientras, paralelamente, iba engordando la maleta de los trabajos pendientes: sanidad, dependencia, medioambiente, educación.

Supongo que, en abstracto, PSC, Comunes, PP y Vox estarán de acuerdo en arrancar esta etapa. Si el PSC no lo está porque prefiere cualquier cosa antes que a Vox, quizá el PSC no sea constitucionalista. Si el PP prefiere arrojar a Sánchez al precipicio antes que colocar a un no nacionalista en la Generalitat, quizá no sea tan constitucionalista. Si Vox prefiere que Cataluña se estrelle porque eso debilita a Sánchez, quizá no sea tan constitucionalista. Otro tanto puede escribirse de Yolanda Díaz.

La cuestión es ¿de qué se trata realmente en estas negociaciones? ¿De dar carpetazo al procés? ¿De dar carpetazo a Sánchez? ¿Dónde están los patriotas?

'Patriotismo' es una palabra que, en esta España tan afortunadamente democrática, conviene reservar para las ocasiones en las que realmente se necesita. Sólo así cobra verdadero sentido.

Las negociaciones que ahora se abren para Cataluña son una de ellas.

Si todos los pronósticos volaran por los aires y sucediera el pacto de constitucionalistas, podría de veras escribirse "ha sido un ejercicio de patriotismo". Como ya se escribió cuando, en el Ayuntamiento de Barcelona, el PP facilitó la alcaldía del PSOE para dejar fuera de la ecuación a los separatistas.

Pero no ocurrirá. Del mismo modo que no ha ocurrido "el fin del procés" por mucho que lo hayamos publicado los periódicos con esas palabras. Si se repiten las elecciones, el procés tendrá otra oportunidad. Y si Salvador Illa gobierna con Esquerra Republicana, también la tendrá. Porque habría un partido autodeclarado "independentista" al mando de una institución del Estado.

El vicepresidente y los consejeros de Esquerra, con la supuesta oposición interna de Illa, sufragarían todo lo que estuviera en su mano para acercar Cataluña a la secesión. Y harían bien, así estarían cumpliendo con lo prometido en campaña.

El tripartito de Illa es, de veras, la solución menos mala de entre las posibles. El problema es que hay una mucho mejor que también es posible a ojos del ciudadano, pero no de los políticos. Esta es la situación paradigmática que nos permite escribir, sin mucho esfuerzo y con mucha razón: "Los políticos se han alejado de la calle".

Fue Zapatero el que acuñó lo de "patriotismo de hojalata" para atacar al PP. Tendrá razón si el PP deja morir a Illa. Pero Zapatero deberá añadir al grupo de los hojalateros a los suyos si no son capaces de negociar con PP y Vox.

Todo es, como casi siempre cuando se trata de Cataluña, un poco delirante. Cristian Campos me lo convierte en un eslogan: "Los independentistas se creen un país que es ficticio y nosotros no nos creemos uno que es real".

Yo sí me lo creo, ¿y tú?