Ser diplomático es lo más cercano al don de la bilocación que conozco. Estar en Argentina y en suelo español, todo al mismo tiempo.

O al menos hasta ayer, que a María Jesús Alonso Jiménez se le acabó el chollo y la diplomacia, por orden de Albares.

Y tiene que ser una putada, porque Buenos Aires no está nada mal. Ser diplomático ya es bastante duro, toda la vida esperando un destino que no sea Ghana o Vietnam, y al presidente le da por liarla cuando por fin consigues llegar.   

La diplomacia, la alta diplomacia, fue siempre una cosa muy seria que entendía la política como un juego de salones y terciopelos y no como un campo de batalla, con trincheras y regado de muertos. La diplomacia es lo que nos diferencia de los animales a la hora de resolver contrariedades, pero se ve que en España el talante (yes we can de Zapatero) se nos acabó. 

A mí no me hubiese importado ser diplomático, que es como ser corresponsal de un periódico, pero sin tener que entregar a ninguna hora. Lo que ocurre es que nunca se me dio muy allá la diplomacia, aunque sé decir "por favor" y "gracias".

Y, ahora, casi lo agradezco, viendo como se está desbocando la política internacional. Son malos tiempos para la diplomacia

Que Milei (niño raro sin amigos que clonaba perros para no sentirse sólo) diga lo que quiera de una particular, que es lo que es Begoña Gómez, me preocupa poco. Dudo mucho que el Gobierno argentino hubiese armado un pitote similar si hubiesen ofendido a su mujer.

A mí me sigue preocupando más que un ministro del Reino de España, con cartera y funciones públicas, sin venir a cuento, se permitiese el lujo de llamar cocainómano abiertamente al presidente de una nación hermana.

Pero qué bien le ha venido esta crisis diplomática al Ejecutivo para desviar todas las miradas al otro lado del Atlántico, que es como exiliar toda sospecha de irregularidad

Javier Milei, presidente de Argentina, durante el acto 'Viva 24', de Vox.

Javier Milei, presidente de Argentina, durante el acto 'Viva 24', de Vox. A. Pérez Meca / Europa Press

En tiempos de crisis, la diplomacia es lo que marca la diferencia entre que estalle una guerra o se capee el temporal. Pero en tiempos de paz, como los que gobiernan se aburren y es más fácil ofender al vecino que solucionar los problemas propios (como los parados fijos discontinuos, la inflación, el paro juvenil, la falta de liquidez), matan moscas con el rabo. 

Generar conflictos de la nada nunca fue una sabia decisión. Pero Pedro Sánchez, gran gurú de la política internacional, Obama sin Premio Nobel de la Paz, cree que es mejor ir haciendo enemigos por doquier.

Con Argelia en mitad de una crisis energética.

Con Israel y hasta con Argentina si le nombran la esposa al césar.

Suerte que en Buenos Aires, ahora con la embajada chapada, nos quedan embajadores cabales y buenos. El periodista Jorge Fernández Díaz, por ejemplo, que sabe que la política, cuando pierde las formas, es más peligrosa que un botón nuclear.  

Se nos está quedando la patria como aquello que decía Foxá (el mejor embajador que hemos tenido):

Hagamos de España un país fascista y vayámonos a vivir al extranjero