Milei se identifica a menudo con un león. Encarga a un empleado que se entretenga con el creador de imágenes de Bing, intuyo, y al rato aparece la fiera en la acción del rugido, arropada por la bandera argentina, decorando las redes sociales del presidente de la república. El león funciona como medida de su debilidad. Milei intimida con sus rugidos, pero sólo levanta la zarpa a los zurdos de su tamaño, como Sánchez o Lula. ¿Para qué medirse con los demócratas de Biden, si todavía pueden ganarle las elecciones al amigo Trump?
Milei evita a los periodistas incómodos, tiembla y pierde el hilo de la reflexión cuando las preguntas vuelven sobre los detalles. ¿Para qué exponerse de más? ¿Para meterse en un aprieto? Milei anda siempre con las emociones a flor de piel, a un paso de la lágrima. Sube al escenario y parece una imagen prestada: un hombre que vive en un sueño y todos fingen estar para él, sólo que los tiempos enloquecieron y no es un sueño. En Madrid, Milei es real, como sus seguidores, y ni siquiera están a su lado por lo que Milei ama, sino por lo que Milei odia. La extravagancia le concede un punto de carisma y el socialismo —el Adversario— es, paradójicamente, el pegamento de sus voluntades.
Con todo, los liberales americanos y europeos le guardan confianza. Salvará a los argentinos de sí mismos, se dicen, y con el ejemplo de su éxito inspirará al resto de los condenados, como Thatcher y Reagan antes. Los liberales subsisten con sapos, entre tanto. Le disculpan las campañas difamatorias, las malas formas, el escoramiento, el esoterismo, la contradicción, el apoyo a sus enemigos naturales: los proteccionistas. A veces me preocupa que se lleven un desengaño, a la vista de los baños de masas entre trumpistas en Washington y entre nacionalistas en Madrid. ¿Qué prioriza Milei? ¿La integridad o la fama? Milei se arrancaría la mano izquierda a bocados por un público feliz, y al menos fuera de Argentina el público feliz no espera referencias sobre la edad adulta y el derrumbamiento del Estado. ¡Quiere lo contrario!
El público no acude a la llamada por el álbum conceptual, sólo pide las canciones de la radio, Zurdos de mierda y Viva la libertad, carajo, y Milei haría cualquier cosa a cambio de este amor alquilado. Confiarle la campaña de las europeas fue la mejor decisión de Vox en los últimos cuatro años. A dos semanas de las elecciones, parece que tengamos que elegir entre Sánchez y Milei, y tiene gracia. Cuando urge un propagandista, llaman a Tucker Carlson. Cuando urgen las ideas, recurren a los franceses y los americanos. Cuando urge un impulso electoral, se prestan a ser los teloneros de sus propios espectáculos. Dice mucho del potencial para un partido de derecha radical en España, y poco de la habilidad de Vox para aprovecharlo.