Sánchez, Hamás y “el sentir mayoritario del pueblo español”
Tan "mayoritario" es "el sentir del pueblo español" que el Gobierno ni siquiera consensuó el reconocimiento de Palestina con el resto de partidos. Ni siquiera con el PP.
Aplaudió puesta en pie la mayoría gubernamental en el Congreso de los Diputados ante el anuncio del presidente Pedro Sánchez de que, haciéndose "eco del sentir mayoritario del pueblo español", el 28 de mayo el Consejo de Ministros reconocería el Estado palestino.
Hamás también aplaudió dicho anuncio.
En un comunicado posterior, el grupo islamista declaró: "Consideramos que es un paso importante en el camino para materializar nuestro derecho sobre nuestra tierra y establecer nuestro Estado palestino independiente, con Jerusalén como capital".
Expliquemos que "nuestro derecho sobre nuestra tierra" significa exactamente, tal y como aclara Hamás en su carta fundacional, la eliminación de Israel y de todos los judíos. Y por métodos tan pacíficos, conciliadores, progresistas y feministas como los del 7 de octubre.
Tan mayoritario debe ser el sentir del pueblo español, que el Gobierno ni siquiera consensuó su decisión con el resto de formaciones políticas. Ni siquiera con el partido más votado en las elecciones de 2023 y principal partido de la oposición.
Más allá del aparente aspecto electoralista del anuncio, el reconocimiento no podrá ser más que simbólico, ya que Palestina no reúne los requisitos para ser un Estado. El Estado palestino que Sánchez va a reconocer no tiene fronteras definidas ni gobierno efectivo con control sobre su territorio.
De modo que ¿qué va a reconocer España? Un símbolo.
"Esta guerra se inició tras el ataque del 7 de octubre, cuando Hamás y sus cómplices invadieron el sur de Israel, asesinaron a más de 1.000 personas y secuestraron a más de 200"
A primera vista, el símbolo es loable. Como si el Gobierno decretara en el Consejo de Ministros que la paz en el mundo debe primar en las relaciones internacionales.
Si no fuera porque se ha hecho también en un momento simbólico, sería tan hermoso como infantil.
Pero el hecho de que España decida dar ese paso justo cuando Israel está en guerra con Hamás, el gesto se convierte en una toma de partido altamente peligrosa. No ya para Israel, sino para cualquier Estado democrático que deba enfrentarse al salvajismo que representa el terrorismo.
Hay que recordar que esta guerra se inició tras el ataque del 7 de octubre, cuando Hamás y sus cómplices invadieron el sur de Israel, asesinaron a más de 1.000 personas, secuestraron a más de 200 y grabaron con orgullo y para todo el mundo su orgía de sadismo. Violaron, torturaron, decapitaron, quemaron y corrieron a esconderse tras sus propios civiles, esperando que su martirio despertara las simpatías de los gobiernos occidentales.
Y eso es lo que han logrado con España (además de con Irlanda y Noruega).
Nada hay de malo en el reconocimiento de un Estado palestino, si a cambio se exige aceptar la existencia de un Estado judío, con todo lo que ello implica.
No hay nada de malo en el reconocimiento de un Estado palestino si se hace porque dicho Estado cumple con sus obligaciones, y no como castigo a Israel por defenderse.
Nada hay de malo en reconocer un Estado palestino si ese hecho no se convierte en el símbolo de la recompensa al ataque de una organización terrorista.
De hecho, Israel ha sido precisamente quien, a lo largo de muchas décadas, ha ofrecido un acuerdo de paz y de entendimiento con sus vecinos. Acuerdos sistemáticamente rechazados o ignorados, porque ello implicaba el reconocimiento de Israel como Estado judío. Algo que los líderes palestinos todavía hoy se niegan a aceptar.
El problema no es el reconocimiento del Estado palestino, sino el cuándo y el cómo. Es la nada a cambio de votos. Es un ejercicio de vanidad y de despiste a cambio de erosionar la imagen del Estado democrático que fue atacado en primer lugar.
La decisión se apoya en una serie de lugares comunes propagandísticos que han calado hondo incluso en algunas mentes más capacitadas para el matiz.
Por supuesto que hay miles de víctimas inocentes. Como en toda guerra, y especialmente en una en la que una de las partes se vale precisamente de esas víctimas para reforzar su imagen en la arena internacional.
"No importa que Israel esté dejando pasar toneladas de ayuda humanitaria y que Egipto esté bloqueando la que debe pasar por sus fronteras. Ya se ha establecido que Israel quiere provocar la hambruna en Gaza"
Pero no existe simetría alguna entre un daño colateral y un daño intencionado.
Y es que no importa que las cifras de Hamás hayan sido probadas falsas hasta el punto de que la misma ONU, aliada necesaria de la narrativa antiisraelí, se viera obligada a cambiar sus datos de mujeres y niños muertos. Ahí siguen intactos en los medios los reclamos de Hamás.
No importa que Israel esté dejando pasar toneladas de ayuda humanitaria y que Egipto esté bloqueando la que debe pasar por sus fronteras. Ya se ha establecido que Israel quiere provocar la hambruna en Gaza.
No importa que Israel pierda el efecto sorpresa del ataque al avisar de él con antelación para permitir que los civiles abandonen el lugar. Ya es vox populi de cafetería que Israel dispara indiscriminadamente.
No importa que Israel arriesgue la vida de sus jóvenes, entrando en una guerra cuerpo a cuerpo con los terroristas. Ya se cacarea que Israel comete genocidio.
Ningún ejército ha tomado tales precauciones jamás. Pregunten a los expertos en guerras urbanas. O a las miles de víctimas civiles de la batalla de Mosul.
¿Tal vez la correcta reacción entonces habría sido el reconocimiento del califato del Isis?
Lástima que no hubiera gobernado entonces Pedro Sánchez.
*** Masha Gabriel es directora de CAMERA Español.