La noticia no es que Emmanuel Macron le haya regalado la victoria al Echenique francés, al que todo el mundo daba por herido de muerte, ni que el primer ministro dimita, ni que la extrema derecha haya quedado tercera.
La noticia es que existe una extrema derecha empeñada en perder.
¿Cómo es posible que en una contienda electoral con una izquierda diluida y debilitada de manera parecida a lo que aquí es Sumar, con Macron aturdido y errático, el partido de Marine Le Pen no sea capaz de ganar?
Si comparte muchas de sus preocupaciones originales con una mayoría de los franceses, como la inseguridad, la desigualdad salarial, el desequilibrio territorial, los servicios públicos y la necesidad de contener a una izquierda radicalizada que está dispuesta a revisar la Constitución y los tratados europeos, ¿por qué no son capaces de ganarse la confianza de los votantes?
La derecha en Francia tiene un problema, y es que da miedo. Ahí está la causa de haber provocado una movilización histórica, de haber puesto de acuerdo a las izquierdas para reunir un voto muy fragmentado, y de favorecer una posible coalición inverosímil.
Es un problema que no es menor. Es por lo que se ha ganado el prefijo de "extrema". Y se lo ha ganado a conciencia. Se lo merece.
Si para conseguir el voto se prefiere amenazar al extranjero antes que proponer soluciones pragmáticas, si se hacen afirmaciones soberanistas contra Europa, si en lugar de defender una Francia para todos defienden una Francia sólo para los franceses, si defiende una economía proteccionista desconectada del mercado global, y lo acompaña de unas formas chulescas y bravuconas, ¿cómo pretende convencer a una mayoría?
De la campaña que ha hecho Ressemblent National solo se puede deducir que no le importa perder.
Cuando la derecha prefiere perder antes que renunciar a su discurso nacionalista, populista y xenófobo, entonces debe aceptar que prefiere que gobierne una extrema izquierda comunista, antisemita, confiscatoria e iliberal.
La formación de una coalición va a ser muy difícil. La extrema izquierda ha ganado y Mélenchon pide su tributo. Macron ha perdido y su tacticismo le ha colocado en una posición muy incómoda. Y la extrema derecha ha sido la gran derrotada de la noche. Yo diría que autoderrotada.
Macron queda en muy mal lugar. Se ha creado un problema que no tenía. Si su única pregunta era "¿quién va a frenar a la extrema derecha?", la respuesta era muy fácil: ella misma. En una Francia que prefirió a Sartre que a Camus, que ninguneo a Raymond Arond y que vio con buenos ojos el comunismo soviético, ¿cómo iba a ganar el discurso lepenista?
La respuesta al problema de cómo frenar a la extrema derecha era muy fácil. Pero ahora ha nacido una nueva cuestión que no es tan sencilla de responder: ¿quién va a frenar a la extrema izquierda?
Macron ya no podrá hacerlo, porque planteó el cordón sanitario contra Le Pen como una única estrategia y a cualquier precio. Tendrá que pagar tener a Mélenchon a su lado, y lidiar con sus excentricidades.
Pero si hay una lección clara de estas elecciones es que la extrema derecha no sirve para contener a la extrema izquierda. Más bien lo contrario. Le Pen ha demostrado que no solo es absolutamente incapaz de frenar a la extrema izquierda, sino que es su justificación.