Las mudanzas al diez de Downing Street traen dos ideas a la cabeza. La primera es Love Actually. La segunda es la diferencia con España. Tardan un poco más en contar los votos, pero hay que ver la celeridad con la que ejecutan su mandato. Para cuando has querido asimilar el resultado ya tienes al nuevo primer ministro nombrando gabinete.

Desde una óptica española resulta ligeramente chocante que sea el Rey el que haga una interpretación del sentir popular y encargue formar gobierno. Incluso cuando está tan claro como el jueves. Pero, vista en conjunto, esa velocidad es envidiable. Aquí, hasta con mayoría absoluta se produce un mes absurdo de parálisis

El nuevo primer ministro británico, Keir Starmer, junto a su esposa, a su llegada al 10 de Downing Street de Londres el pasado viernes.

El nuevo primer ministro británico, Keir Starmer, junto a su esposa, a su llegada al 10 de Downing Street de Londres el pasado viernes. Andy Rain Efe

Son los propios ingleses los que dicen que el césped del vecino siempre parece más verde. Estas elecciones han sumado un elemento a todo lo anterior. La prensa conservadora, del prestigio de Financial Times al populismo de The Sun, ha pedido el voto para el Partido Laborista.

No han sufrido un cambio editorial derivado de alguna operación empresarial ni cosa parecida. Simplemente han constatado el fracaso de "los suyos" y han apostado por la alternancia como solución a una crisis política que ya era de mucho calado. 

A menudo, tendemos a consolarnos metiendo nuestros males en el cajón de los problemas más o menos globales. Ejemplos como estos nos sacan de esa ensoñación. Podremos compararnos con otros, pero estamos en el lado de los malos. Por más que haga uno el esfuerzo no consigue imaginarse nada parecido en la España de 2024. 

En estas, el ministro de Economía se ha lanzado a hablar japonés. Caso curioso el de este Cuerpo. Su apellido nos pone ante el reto de cumplir la regla de oro de no hacer juegos de palabras con los nombres propios. (Súmese la presencia de una Alegría en el mismo ejecutivo). 

Sospechamos que su permanente estado de "pasaba por aquí" tiene mucho de pose. Si nos atenemos a sus actos, estamos ante alguien que ha sabido leer muy bien el estado actual de la política, en el que la emoción ha sustituido a cualquier rendición de cuentas.

Hay una clase periodística deseosa de encontrar motivos para aplaudir al Gobierno con la que Carlos Cuerpo conectó como nadie ya desde su discurso de toma de posesión, una reivindicación de su historia familiar con todos los ingredientes para obtener el sello de aprobación preventivo. 

Luego vinieron sus lamentos porque la oposición no le interpela en sede parlamentaria. 

Y, ahora, el japonés. El grado máximo de sofisticación de la técnica. Qué fervor en la "grada fan" de la opinión publicada. Ignoramos el nivel real que el ministro tiene del idioma. Constatamos que, para nosotros y la práctica totalidad de nuestros pares, cualquier sonido que semeje un capítulo de Shin Chan cuando te dejabas puesto el Dual será un parlamento en lengua nipona más o menos convincente.

Ha habido interpretaciones diversas. Pero podemos sacar algo parecido a una moraleja. 

En la España de hoy, un político causa fascinación cuando habla sin que se entienda absolutamente nada de lo que dice