Hasta la celebración de las elecciones europeas, yo venía diciendo: abajo la Reagrupación Nacional (RN) y La Francia Insumisa (LFI), esos dos partidos simétricos, ambos putinianos, los dos igual de dañinos para nuestro hogar común.

Hasta el 7 de julio por la tarde, tras la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, seguía pensando lo mismo: ni Bardella ni Mélenchon, ni un ápice de sus programas absurdos, demagógicos, funestos, enemigos en idéntica medida de nuestros principios republicanos.

Un cartel con imágenes de Jean-Luc Mélenchon y Jordan Bardella visto en París.

Un cartel con imágenes de Jean-Luc Mélenchon y Jordan Bardella visto en París. Benoït Tessier Reuters

Hoy, podemos celebrar que al primero de esos dos actores, si no lo han derrotado, al menos le hayan parado los pies.

El pueblo francés, gracias a uno de esos reflejos de inteligencia política que históricamente acostumbra a mostrar en sus momentos más críticos, y que no me atrevería a denigrar tachándolo de conservador, le han plantado cara al lepenismo de carne y hueso.

Sin embargo, su imagen especular, la facción de Mélenchon, es ahora la que está (como dice la expresión) a las puertas del poder.

Y es, ahora mismo, esta última la que encarna la principal amenaza para la República, para la democracia y para toda Francia.

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De entrada, nuestra labor consistirá, para los próximos días (o semanas, e incluso meses), en entregarnos de lleno al combate ideológico.

Mis lectores saben bien la cantidad de cuartillas que le he dedicado ya, en los últimos diez años, a este Tartarín, a este Tartufo, a este marxista-leninista de pacotilla que, si por algo destaca, es por su ansia de poder, y al que le tira más la Internacional que a un tonto un lapicero.

Ya expuse, en mi trabajo La soledad de Israel, la deriva paulatina (acelerada de manera pavorosa desde el pasado 7 de octubre) que ha venido transformando su partido en un auténtico partido antisemita.

Parece que mis esfuerzos no bastan.

Una vez más, tendremos que encargarnos de mostrar, tantas veces como sea necesario, que el tipo que nos hablaba, en plena resaca victoriosa, junto a Rima Hassan, no es precisamente un Léon Blum, ni un Maurice Thorez siquiera; ni es, menos aún, un François Mitterrand (el cual, recuerdo bien cuánto lo despreciaba). Más bien es Doriot.

Tendremos que machacar esta idea: que la turba de furiosos que acompaña a Mélenchon, y que no se corta a la hora de gritar su simpatía por los peores terroristas palestinos y de expresar su desprecio hacia los judíos de Francia, piensa y habla igual que Drumont. Y nadie debe olvidar que pensar y hablar como Drumont no es, Francia, un asunto de opinión. Es un delito.

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Nuestra segunda tarea apunta a los aliados del propio Mélenchon.

Me refiero a Olivier Faure, que se ha dejado arrastrar por el fango (como hiciera Éric Chiotti) con tal de salvar su pellejo y su escaño, haciendo añicos el legado del general De Gaulle y dañando la memoria de Léon Blum.

Pienso también en Raphaël Glucksmann, que se ha dejado arrebatar su deslumbrante victoria en las europeas por un Raminagrobis de tres al cuarto que se ha creído Robespierre y ha ordenado a sus perros que cubran a aquel de injurias.

Hablo de François Hollande, que, aunque conoce al dedillo (y ha sufrido él mismo) la verborrea, los excesos, las cantinelas de este lambertista que es, a fin de cuentas, el demagogo más cínico, inclemente, retorcido y desvergonzado de Francia, le ha permitido lanzar, a las 20:05 h de la tarde, su OPA hostil contra nuestro sistema electoral.

Me vienen a la cabeza los ecologistas, que con sus 33 diputados algo tendrán que decir en la Asamblea Nacional.

Por no hablar de los Ruffin, Autain y Corbière de turno, que ahora le ven las barbas a este fariseo al que bailaron el agua.

Confío en que todos ellos, superada ya la resaca electoral, recuperen el juicio y la sensatez.

Su pacto electoral, pergeñado deprisa y corriendo y artífice de un "nuevo" Frente Popular que supone un ultraje del antiguo, ha sido un error político.

Había otras formas de parar los pies a la Agrupación Nacional que no exigían pactar con estos fascistas de distinto pelaje. Creo que se han equivocado.

Pero, ahora que no hay marcha atrás, espero que tengan la probidad suficiente como para comprender que un pacto circunstancial no equivale a un programa político (sobre todo cuando la alianza entre la carpa y el conejo nos acaba recordando a la fábula de la hiena y el pavo).

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El tercer cometido recae sobre el presidente Macron, que ha salido bastante bien parado, se diga lo que se diga, de estas elecciones.

Su labor consistirá en no ceder ni un palmo a la intimidación o al chantaje.

No, Macron no está obligado a proponer a ningún miembro de La Francia Insumisa para el cargo de primer ministro.

Y no, La Francia Insumisa, con sus 75 diputados, no constituye el partido más votado ni es la única fuerza de este nuevo Frente Popular cuya legitimidad, por cierto, está muy lejos de ser suficiente como para gobernar.

Mélenchon y su gente podrán decir lo que quieran e intentar sacar partido del momento presente.

Están en su derecho de creer (y yo les aseguro que es así) que la realidad no existe, que pueden manipularla a su antojo.

Precisamente por eso, recae sobre el presidente, garante de nuestras instituciones, el deber de impedir que este hatajo de facciosos, resentidos y, no lo olvidemos, antisemitas llegue al poder.

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Así, y solamente así, destruiremos este doble mecanismo que nos conduce directamente al caos.

Solo así ahuyentaremos al espectro de aquello que De Gaulle denominaba "la mugre", un mal por aquel entonces bastante menos dañino y pestilente que el que hoy nos amenaza.

Nuestro pueblo aún no ha pronunciado su última palabra.

Como tampoco lo ha hecho ese gran arte francés que llamamos la política. Ahora es cuando ha llegado la hora de la verdad.