Ya que el PP no rompe con Vox, está bien que Vox rompa con el PP. Alguien tenía que hacerlo. La derecha no suma, ni sumará, ni debería sumar nunca.
Y si no suma es por razones tácticas, electorales, ideológicas y morales. Porque cualquier ilusión de juntar lo que es irreconciliable es un presupuesto fallido. No se trata de llenar un recipiente con 176 litros echando lo que sea y cuando sea, porque hay sustancias que, si se mezclan, como la lejía y el amoniaco, reaccionan y producen un gas tóxico.
Era la misma hipocresía la del PP pactando con Vox que la de Vox pactando con el PP. ¿Cómo es posible que el partido de la identidad patriota pactase con la derecha socialdemócrata que coincide con el socialismo en un 90%?
¿Cómo era posible que la derecha nacionalista de los valores pactase con el centro relativista y sin principios?
¿Y cómo se explica que el partido de los valientes gobernase con la derechita cobarde?
Si hipócritas los unos, entonces hipócritas todos.
Vox dice haber dado un paso hacia delante. Echó un órdago, el único que ha echado, y tendrá que ser consecuente.
No lo echó con temas fiscales, luego los impuestos no son su verdadera batalla.
No lo echó con temas laborales, luego los trabajadores no son su línea roja.
No lo echó con la amnistía, luego la cuestión nacionalista se puede asumir en el balance contable.
No lo echó con el CGPJ, luego la judicatura se acepta.
No lo echó ni con el aborto, ni con la eutanasia, ni los nuevos derechos, luego la cuestión de los valores también se puede dejar pasar.
El único asunto que le ha llevado a romper gobiernos son un centenar de menas. Un puñado de chavales menores de edad, sin padres, sin nacionalidad conocida, que han llegado de cualquier manera a nuestro país, y a los que hay que dar alguna respuesta. Esa era la línea roja. Menas sí o menas no.
Pues adelante, ese órdago hay que verlo.
Para empezar, lo que debería hacer Feijóo es salir inmediatamente a la calle y hacerse una foto en un centro de menores, y lo mismo cada uno de sus barones regionales. Y subir la apuesta, doblar el órdago, y pasárselo a Sánchez.
El PP debería pedir que no sean cuatrocientos chavales, sino ochocientos, y además pedir que se construyan más centros, que esos chicos reciban mejor educación todavía, y que se extiendan por todo el territorio nacional.
Y que urjan a Sánchez a hacerlo, a ver si se gasta el dinero en esto en lugar de en la condonación de la deuda de Cataluña. Le mandaría un mensaje muy claro al Gobierno: "¿En qué preferís gastaros nuestro dinero, en seguridad o en romper España?".
Y lo que debería hacer Abascal es ir hasta el fondo con su órdago. Romper con el PP es romper con los gobiernos que tienen juntos. Vox tendrá que convocar una reunión y explicar a los secretarios, subsecretarios, asesores, alcaldes, concejales, tesoreros, vocales y demás cargos que mañana tienen que perder su trabajo, que tienen que dejar a medias ese proyecto cultural en el pueblo de Alicante, que tendrán que cancelar la reunión con el ganadero de Extremadura, y que esa idea de reforma que ya habían cerrado con el constructor hay que tumbarla.
Y tendrá que explicarles que es por cuatrocientos menas. Porque no les parece bien que se realojen y que salgan de Canarias hacia otras provincias. Que por eso van a perder su trabajo, sus proyectos y sus promesas. A ver si le hacen caso.
Y entonces Abascal tendrá que explicar por qué ha hecho de Vox un partido vertical, en el que solo mandan unos pocos, y en el que ni los afiliados ni los cargos pintan nada. Tendrá que reconocer que en realidad no estaba pensando en España, sino que alguien le ha dicho desde Europa que eso es lo que tenía que hacer.
Al final, eso era el soberanismo. No ceder la soberanía a la Unión Europea para cedérsela a Orbán y sus patriotas. Este órdago solo puede salirle mal.
Debería ir pensando en una forma digna de recular o se puede encontrar buscando los votos en Hungría.