Cuando una bala atraviesa la bala de uno —una de esas balas diseñadas para reventarte los sesos—, la reacción normal es el terror y el espanto. Me imagino a mí misma echada en el suelo y paralizada por el miedo. En cambio, el expresidente Donald Trump transformó la amenaza existencial en un momento deificante, levantando el puño al aire en un gesto de desafiante y gritando: "Fight, fight, fight!" (Lucha, lucha, lucha, en español).

Tuvo sentido, pues Trump cuenta con un largo historial de incitaciones y celebraciones de la violencia política. Encogerse o mostrar signos de debilidad simplemente no lo habría tenido. El atentado dio poso a su afirmación conspirativa de que es odiado y perseguido por Biden, las élites, la izquierda, el Partido Demócrata y el Estado profundo, pero que es invencible y seguirá luchando. El propio Trump dijo al New York Post: “Mucha gente dice que es la foto más icónica que jamás haya visto. Tienen razón, y eso que sobreviví. Por lo general, hay que morir para conseguir una imagen icónica”.

El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, arropado por su equipo en la Convención del partido en Wisconsin.

El candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, arropado por su equipo en la Convención del partido en Wisconsin. Cheney Orr Reuters

El presidente Biden se apresuró a condenar el ataque: "No hay lugar para esta clase de violencia en Estados Unidos". Lamentablemente, no es cierto. Estados Unidos, con su fácil acceso a las armas, es un país violento. Los tiroteos masivos son tan comunes que los niños son sometidos a simulacros en las escuelas para prepararse en caso de un asalto armado. Y hay mucha violencia política en la memoria reciente, como el intento de asesinato de la congresista Gabrielle Giffords en 2011 en un evento político en Tucson, Arizona. O el tiroteo masivo de 2017 en un entrenamiento para el torneo de béisbol del Congreso, que dejó seis personas heridas de bala. Entre ellos, el líder de la mayoría de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Steve Scalise.

Además, cabe recordar terribles episodios, como la marcha de Charlottesville, en los que Trump tuvo algo que decir. Los supremacistas blancos protestaron contra la retirada de una estatua del héroe confederado Robert E. Lee. Los contramanifestantes apoyaron su eliminación como símbolo de racismo y esclavitud. Los supremacistas blancos empezaron a lanzar insultos antisemitas y asociados con los nazis contra los manifestantes. Finalmente, un autoproclamado admirador de Hitler atropelló con su coche a la multitud, matando a una persona e hiriendo a 35. Trump, que era presidente en ese momento, declaró que había "gente muy buena en ambos lados" de la protesta.

Cuando la violencia se ha dirigido contra los oponentes de Trump, Trump se ha reído públicamente de ello.

El marido de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, estuvo cerca de morir a golpes tras ser asaltado en su casa por un hombre armado con un martillo. Poco después, durante un mitin en California, Trump ridiculizó a Pelosi y bromeó al respecto. También pidió la ejecución del general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto. De esta guisa, cuando se descubrió un complot de extrema derecha para secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, Trump minimizó la amenaza en un mitin mientras sus partidarios coreaban “lock her up!” (encarceladla, en español).

El colofón fue el ataque del 6 de enero al Capitolio, cuando no pudo anular ilegalmente las elecciones de 2020. El personal de Trump testificó que él atendió “alegremente” cómo se desarrollaba la violencia en la cobertura mediática mientras una turba furiosa de partidarios invadía el Capitolio, pidiendo las cabezas de Nancy Pelosi y de su propio vicepresidente, Mike Pence. También ha dicho que, una vez de vuelta en la Casa Blanca, perdonaría a quienes fueron condenados por la violencia de ese día.

A la vista de su inclinación hacia la brutalidad, Trump no ha tenido más remedio que afrontar el atentado contra su vida con un tono desafiante y sin una pizca de vulnerabilidad o humanidad. Quizás este sea el enfoque más coherente con su historia. Por otro lado, su próximo compañero de fórmula, el senador J.D. Vance, sintió la necesidad de señalar con el dedo y publicó esta declaración en X (antiguo Twitter): “La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario que debe ser detenido a toda costa. Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump”.

Si tenemos en cuenta el lenguaje de sangre de Trump a lo largo de los años, es surrealista que Biden sienta la necesidad de respaldar la declaración que hizo, una semana antes del atentado, sobre poner a "Trump en la diana". Ciertos analistas entienden que Biden no tiene más remedio que caminar en la cuerda floja, enfriando la retórica de la campaña sin abandonar la dureza contra Trump.

Pero se equivocan.

Cualquiera que aprecie la democracia debe sentir consternación por el intento de asesinato de Trump y oponerse a toda violencia política. Al mismo tiempo, debemos oponernos a los líderes que toleran la violencia o incitan a sus partidarios a perpetrarla o prometen perdonar a quienes han sido condenados por cometerla. Ser víctima de la violencia política no disculpa a Trump de su abominable comportamiento en el pasado, que será el prólogo de su segundo mandato, en caso de que gane en noviembre.

*** Traducido del inglés por Jorge Raya Pons.