Una raqueta es al tenista lo que el violín al violinista. Es una prolongación de su brazo, una extensión de su cuerpo y, al mismo tiempo, un sexto sentido, una mezcla del tacto, la vista, el oído y el gusto. Su voz y su lenguaje.

Es su manera de no perderse en la vida. 

Para el artesano, la herramienta es su vínculo con las cosas que maneja. No se si han tenido ocasión de ver a un yesista profesional. No le vale cualquier talocha, tiene que ser la suya y la cuida más que su vida.

Lo mismo le pasaba a Antoine de Saint-Exupéry con su avión, que acabó fundiéndose con su cuerpo entero. Hombre y máquina eran una misma cosa. Y así es el mango pulido de la azada del agricultor, con la madera anudada a la medida de los callos de su dueño.

La raqueta, después de horas y horas de juego, se adapta a la mano del tenista de un modo perfecto. Empuñadura y mano, raqueta y brazo, son ya lo mismo para el cerebro que le ha hecho un hueco en alguno de los lóbulos. Lo contrario de un amputado cuyo cerebro renuncia a desprenderse del miembro ya separado, y sigue sintiendo el dolor y enviándole órdenes a una mano que no le obedece.

Algo muy nuestro, como un brazo, puede desprenderse de nuestro cuerpo, pero no de nuestro cerebro, y algo artificial puede acabar siendo asimilado totalmente por nuestra cabeza.

La raqueta no es sólo un instrumento, como el tenedor para el comensal o el billete de tren para el viajero. Es cuerpo de su cuerpo y, por eso, su respeto hacia ella debe ser reverencial, porque es lo mismo que respetarse a sí mismo. Cuando un tenista golpea la raqueta, se golpea a sí mismo. 

Y entonces, ¿cómo explicar que lo de Carlos Alcaraz no me parece mal? Le entiendo y me alegra que le haya pasado.

Me parece muy bien que juegue con una sonrisa en la cara, y que se divierta, pero me parecería mentira, o pura banalidad, si por el camino no se hubiese encontrado con su propio límite. Todos le echamos alguna vez una partida de ajedrez a la muerte. El humorista sólo puede ser gracioso cuando se burla del mal. Gila le quitó kilos de plomo a la Guerra Civil, y Eugenio volvió ligera la depresión.

Alcaraz golpea su raqueta contra el suelo.

Alcaraz golpea su raqueta contra el suelo.

El tenista tendrá estilo, y no sólo técnica, cuando golpee a sus fantasmas. 

La mayoría de los que han criticado a Carlos Alcaraz por romper su primera raqueta, o no han pisado una pista de tenis, o no se han dado un paseo por el lado oscuro de la luna. No se han fijado en el telón negro que da contraste al actor y se han perdido en los brillos de los focos. No saben que en el tenis no se juega contra nadie, que uno está solo consigo mismo en la pista, y que dialoga con sus demonios. Que la relación con su raqueta es el camino hacia lo más oscuro de su alma

No me fío de un tenista que no haya roto una raqueta, como no me fío del que bebe y nunca ha perdido el control. Si no me gusta Djokovic no es porque rompa raquetas, sino porque abraza árboles. El que controla siempre, y en toda ocasión, en realidad se tiene mucho miedo a sí mismo. Si no has sufrido, no puedes ser auténtico, y haber sufrido significa haber sido derrotado por el mal.

En ese jugador abatido y descontrolado hemos podido atisbar la posibilidad de un mito. Antes era show business y marketing. Ahora empieza lo bueno.

Es muy difícil que en una sociedad del espectáculo se entienda que cuando compramos una entrada para un partido de tenis, estamos comprando el derecho de masticar las entrañas del jugador. Que detrás del espectáculo, el glamour y las luces, se representa un drama.

Todo lo demás es farsa.