Con motivo de la apertura de una cadena de lavanderías que ha incorporado a sus instalaciones servicios de restauración, Héctor García Barnés escribió un reportaje advirtiendo que "la falta de tiempo de nuestro estilo de vida moderno favorece modelos de negocio donde se pueden hacer varias cosas a la vez".

En España todos los establecimientos se han convertido en lugares para comer, pues "las fronteras entre trabajo, ocio y labores del hogar han desaparecido en la España-restaurante".

Algo análogo cabría decir del ligoteo. Ya no sólo las redes sociales propicias para el cortejo como Instagram o Tinder, sino todas las plataformas de interacción se vuelven foros aprovechables para encontrar pareja.

Una hilera de carros del Mercadona frente a la sección de frutería.

Una hilera de carros del Mercadona frente a la sección de frutería.

En su día, Wallapop explotó este colonialismo de la seducción para una campaña destinada a mostrar que lo verdaderamente interesante de su app no era conseguir a precio de saldo una lámpara vieja, sino el morbo de poder iniciar una relación sentimental con la persona que te la vendía.

Es cierto que no vimos venir que los pasillos del Mercadona iban a suplantar a las discotecas como sede del emparejamiento de la chavalada. Cuesta acostumbrarse a la evidencia de la maleabilidad algorítmica del hombre-masa contemporáneo, que ha visto definitivamente secuestrada su agencia por el sibilino despotismo de la viralidad.

Y ello pese a que hace mucho que Michel Houellebecq escribió el ensayo El mundo como supermercado, donde concebía la gran superficie como la figura que caracterizaba la estructura de la sociedad contemporánea:

"La lógica del supermercado induce forzosamente a la dispersión de los sentidos; el hombre de supermercado no puede ser, orgánicamente, un hombre de voluntad única, de un sólo deseo. Los deseos del hombre contemporáneo son en gran parte un producto de decisiones externas que podemos llamar, en sentido amplio, publicitarias. No hay nada en esos deseos que evoque la fuerza orgánica y total, tercamente empeñada en su cumplimiento, que sugiere la palabra 'voluntad'. De ahí se deriva cierta falta de personalidad, perceptible en todos los seres humanos".

El enorme influjo que ejerciera en el deseo de los individuos la publicidad tradicional palidece ante la tracción de las "tendencias", capaces de llevar al colapso la tienda de un hipermercado, ante la concurrencia desbordante de solteros, tras la reverberación del aleteo de la mariposa en un vídeo de TikTok.

Esta convergencia entre los amigos del comercio y los amigos del comercio carnal es el epítome de la sociedad mercadotécnica, que se alimenta de la heteronomía de sus replicantes. Y qué elocuente que los sujetos sin personalidad sean emplazados a emparejarse en esos no-lugares impersonales de mortecina deshumanización como son los supermercados.

Con la consecuencia de que esta grosera versión de la fiesta del semáforo, como sucede con todo lo que reemplaza lo orgánico por lo mecánico, desnaturaliza la relación afectiva, tal y como ha avizorado Lorena Maldonado. "Ligar en el Mercadona robóticamente es una gansada" porque se plantea como una "ecuación erótica" que suprime el misterio de los encuentros fortuitos, y pierde la hermosura de lo escurridizo en pos del "amor envasado".

Sabíamos, en fin, que habiendo adquirido la gramática del capital, las relaciones amorosas se habían mercantilizado, pero ahora vemos que también el mercado se ha erotizado. Del amor líquido al amor lácteo.

Que el individuo-supermercado coma donde lava la ropa y ligue donde hace la compra es un síntoma de la atomización social y el expansionismo del trabajo que nos afligen. Ante la creciente carestía de espacios comunes de socialización presencial, el inveterado anhelo de contacto humano se expresa buscando el amor entre carritos de supermercado.

Ese es el aspecto más trascendental de la trend del Mercadona: la franja instituida para ligar es de las 19 a las 20 horas por la sencilla razón de que es la hora a la que van a comprar los solitarios después del trabajo. Quienes no disponen de lugares para trabar relaciones humanas tampoco encuentran tiempo para hacerlo. Así que reciclan (en un ejercicio de economía circular propio de la Agenda 2030) los minutos que les quedan libres tras la jornada laboral para intentar salir de su aislamiento.

En las ciudades de hoy apenas quedan espacios en los que las personas puedan encontrarse sin estar mediatizados por el consumo. Así pues, que el amor te pille comprando.