Por mucho que una pretenda hacer el avestruz durante una semana y meter la cabeza en la arena (o lo que es lo mismo, sacarla de X), resulta prácticamente imposible no ser partícipe en algún momento, de alguna forma, de toda la conversación en torno a David Broncano y su nuevo programa, La Revuelta.

David Broncano no se separa de su bombo en 'La Revuelta'.

David Broncano no se separa de su bombo en 'La Revuelta'. null

Quien dice conversación, por supuesto, dice indignación. 

Que si es muy caro (lo es), que si es una forma de blanquear al Gobierno (no me queda muy claro cómo, pero podría), que si está intentando hacer la competencia a El Hormiguero (por supuesto), que si las preguntas son una vulgaridad (sin duda), que si el tipo al que se está pagando una millonada no va ni mínimamente preparado (lo dudo).

Que si, que si… 

Si mi interés por La Resistencia ya rayaba mínimos durante su emisión, después de tanto lamento encadenado y tanta jaqueca, dudo que su evolución a La Revuelta haga nada por cambiar esta tendencia personal. Aunque sí me resulta más que curiosa la progresión de su nombre. 

Sin embargo, dada la inevitabilidad de ser partícipe de una u otra forma del espectáculo que se ha montado con su anuncio y posterior estreno, con sus negociaciones y presupuestos, me ha picado la curiosidad. No tanto por los presupuestos de Broncano y su Revuelta, que tenemos por todos lados (¡catorce millones!), sino por los de los demás programas que habitan la televisión pública las veinticuatro horas que tiene el día

Y hay que decir que el problema no es La Revuelta en sí. El problema es la concepción que tenemos de lo que debería contratar y emitir una televisión pública. El problema es que seguimos ideando argumentos que justifican el espectáculo de famosos haciendo muffins o bailando o cantando, gente cocinando, personas interrumpiéndose para hablar de la vida sentimental de otras personas.

Es entretenimiento, dicen. 

Pero en la cadena pública hay tantos cadáveres televisivos y programas agonizantes que han sido un coladero de dinero (Baila como puedas, Maestros de la costura, Cover Night) que el programa de Broncano me parece el fichaje más atinado y rentable de los últimos años, por no decir de la última década.

Más si se tiene en cuenta que, en los últimos años, Televisión Española aumentó su gasto en entretenimiento considerablemente para dejar por el camino a parte de su audiencia.

Ya siento pinchar la burbuja de la indignación, pero el problema principal que, está claro, nadie tiene afán por resolver, no es Broncano ni sus amigos. El problema es que se ha asumido como normal y habitual que nuestro entretenimiento se financie con dinero público.

El problema es que se ha disuelto la función que debería tener un medio público que se financia con dinero público, es decir, que pagamos tú y yo.

El problema es que resulta cada vez más difícil encontrar razones que justifiquen el dinero que supone su existencia. En 2023, el coste de TVE fue de doscientos setenta millones de euros.

¿Debería ser la función de una televisión pública informar a los ciudadanos con rigor y veracidad, de forma meticulosa y certera?

¿Debería ser la de entretener al personal con una serie de shows y programas cuyo contenido, más que entretener, parece meter el cerebro de los telespectadores en una especie de freidora?

¿Debería ser la de custodiar las ideas y mandatos de un gobierno para transmitirlas a la población, sin intermediarios ni discrepancias? 

Hay que hacer bastantes malabarismos mentales para encontrar alguna razón que justifique su existencia, teniendo en cuenta el panorama mediático actual. 

Y teniendo también en cuenta que un programa de entretenimiento en el que se pregunta por el dinero en la cuenta bancaria del invitado y por la cantidad de personas con las que se ha acostado en el último mes, se ha merendado parte del telediario.