Dice Rafa Nadal que lo deja, como si tal cosa fuese posible. No se va Nadal. Tan sólo perdemos la posibilidad de verlo jugar en día y hora que coincidan con los nuestros.
Por lo demás, Nadal sigue. Fingir que creemos que Nadal cuelga la raqueta es como pretender que John Wayne cuelgue la cartuchera.
Conmigo que no cuenten. Los mitos no hacen esas ordinarieces, ni siquiera un mito tan rabiosamente carnal como el mallorquín. La leyenda tiene eso, postra la biología más desatada. Crea el concepto más audaz: el músculo como idea.
Los no madridistas suelen reprocharnos a los que sí lo somos que tratemos de apropiarnos del ícono.
En esto les comprendo (en casi nada más), pero entenderán que sucumbamos a la tormenta perfecta. Yo soy tan madridista como Rafa, pero ni en veintidós vidas seguidas (su número de Grand Slams) llegaría yo a encarnar los valores del club.
Yo siento el escudo, pero no soy Real Madrid. Nadal ha sido a veces más Madrid que el propio Madrid, y además lo siente así, cosa que no le pasaba a Induráin aunque también fuese Real Madrid sin saberlo.
Esa cualidad titánica, que no toma nota ni de lo muy bueno ni de lo muy malo, es la quintaesencia blanca. Es ADN Real Madrid como para volver loco a Mendel.
Nadal no toma nota de que es el número uno porque eso le debilitaría, como no da acuse de recibo de la noticia que dice que en este momento del partido está jugando mal, porque nada debe turbarle más allá del cuadrilátero definitivo que se le ofrece.
No hay juego que engañe al exceso de confianza como el del tenis (la red de seguridad está vertical), y es ahí donde por tramos ha dado Nadal lecciones de madridismo al propio Madrid. A veces al contrario también, claro, pero tengo para mí que Rafa ha sido más veces liebre en la carrera que lo contrario.
El Real Madrid cierra su sección de tenis oficiosa, pero el mundo sigue. Sigue el Madrid y, como indicábamos al principio, sigue Rafa. Sólo ocurre que el tenis del Madrid (o sea, el tenis del no rendirse) queda congelado en el tiempo.
Ha costado la decisión de meter la carne en la nevera (la carne se hizo verbo), pero cómo no iba a costar. Tan admirable es la dignidad infinita de Toni Kroos dejándolo en la élite como la resistencia a hincar la rodilla ante el revés del almanaque.
El tiempo ha hecho subir a la red a Nadal como el City puso contra las cuerdas a los de Ancelotti, con la diferencia de que esta tanda de penaltis estaba destinada a perderse tarde o temprano.
Y está bien que sea así, aunque nuestro negacionismo madridista de lo inevitable haya jugado el partido hasta el final.
Sí, está bien que sea así, y no es verdad, pensándolo bien, que cierre la sección. Pocas veces ofrece Dios consuelos tan eficaces como Carlos Alcaraz. Casi da grima lo bien que encajan las piezas, lo cinematográfico que es el relevo.
Wayne cuelga la cartuchera, pero Eastwood ya se atusa el sombrero.