Termina el verano, se acerca el otoño y, con él, la última etapa de otro año de la década más convulsa de los últimos tiempos. Una afirmación tristemente avalada por los números.
Y es que hemos pasado de un mundo que registraba 40.000 víctimas mortales por culpa de la guerra en 2011 a un mundo que, en 2022, superó los 238.000 muertos por causas bélicas.
Las cifras son de la Universidad de Uppsala, en Suecia, que cuenta con un departamento que se dedica a recabar este tipo de estadísticas.
Tiene su lógica, claro. Fue en 2022 cuando Rusia invadió Ucrania a sangre y fuego. Una guerra que continúa su curso, con los rusos avanzando estas semanas en el Donbás (su objetivo parece ser el nudo logístico de Prokovsk) mientras los ucranianos van ganando kilómetros en la región fronteriza de Kursk.
La guerra en Ucrania comparte foco mediático desde hace meses con el enfrentamiento armado desatado entre una alianza formada por Hamás, Hezbolá, Irán y los rebeldes hutíes (por un lado) e Israel (por el otro) a raíz del ataque terrorista perpetrado por los primeros el 7 de octubre.
Otro conflicto que, a día de hoy, no parece que vaya a reducir su intensidad en el corto plazo. Al contrario. El temor a que la guerra híbrida que tiene lugar actualmente se convierta en un choque abierto, convencional, que arrastre consigo a buena parte de la región, no ha parado de crecer.
Precisamente debido a su intensidad, al número de víctimas y a sus implicaciones geopolíticas, ambos conflictos forman parte del imaginario popular desde el inicio. Copan titulares a diario y hay multitud de personas siguiendo su evolución.
Igual que, salvando todas las distancias del mundo, las elecciones de Estados Unidos. Un evento de importancia global cuyo resultado, dependiendo de quién salga perdiendo, puede volver a regalar imágenes alarmantes.
En resumidas cuentas: sobre esas cuestiones quien no sabe es porque ha preferido no saber.
Sin embargo, hay más lugares embarcados en una deriva preocupante. Y por eso convendría prestarles un poco más de atención.
(1) Siria es un ejemplo. Hace años que el país abandonó el ojo público, en parte por haber abrazado una calma relativa tras unos primeros años de guerra civil particularmente cruentos y en parte por agotamiento mediático.
No obstante, son varios los expertos que dicen que las cosas se están volviendo a poner feas. Y es que al medio centenar de muertos registrados en el último par de meses en las provincias sureñas de Daraa y As-Suwayda fruto de emboscadas, tiroteos y ejecuciones hay que sumar el resurgimiento del Estado Islámico en la parte central del país.
Desde comienzos de verano, los islamistas han matado a docenas de soldados sirios, normalmente en puestos de control ubicados en el desierto, y se espera que su actividad vaya a más.
En (2) Sudán, por citar otro ejemplo, la población va camino del segundo año de guerra civil. En esta ocasión, todo comenzó en la primavera del 2023, cuando un grupo paramilitar llamado Fuerzas de Apoyo Rápido, cuyo origen se encuentra en los tiempos del dictador Omar al-Bashir, se revolvió contra el ejército del país.
El motivo: los generales al frente de ambas fuerzas, antaño aliados en su lucha contra al-Bashir, decidieron que no querían al otro ejerciendo competencia a la hora de controlar los recursos sudaneses (reservas de oro, las aguas del Nilo y los puertos del Mar Rojo).
La consecuencia: más de diez millones de personas (una de cada cuatro) han tenido que abandonar sus casas, y más de la mitad de la población no tiene lo suficiente para comer.
Los pocos reporteros que se asoman al país africano suelen utilizar, en sus crónicas, las palabras "crisis humanitaria", "hambruna" y "atrocidades".
Un poco más al oeste, en la zona conocida como el Sahel, se encuentran (3) Mali, (4) Níger y (5) Burkina Faso. Tres países en donde los golpes de Estado por parte de tal o cual junta militar conviven con el auge de un yihadismo que alterna los atentados con las razias.
Los muertos ya se cuentan por miles y, por si todo lo anterior fuese poco, algunos analistas sostienen que el apoyo militar ruso enviado para sostener a esas juntas militares ha atraído el interés de unos servicios de inteligencia ucranianos decididos, aparentemente, a cobrarse piezas allí donde puedan.
Al otro lado del Atlántico está (6) Venezuela. Todo indica que Nicolás Maduro ha salido derrotado de las elecciones celebradas este verano. Sin embargo, y como muchos habían vaticinado, se ha negado a dejar el poder.
Consecuentemente la oposición, liderada por María Corina Machado, se ha echado a la calle para tratar de forzar su salida. Sin éxito.
El caso es que, si bien las protestas han pasado a un segundo plano en la prensa internacional, es harto probable que el aumento de la represión política certificado por diversos corresponsales y varias ONG agrave durante los próximos meses las consecuencias de una crisis, la venezolana, que en los últimos años ha expulsado del país a más de ocho millones de personas.
No mucho más lejos, en pleno Caribe, hay un país convertido en tragedia: (7) Haití. El lugar continúa sumido en un caos propiciado por los enfrentamientos entre diferentes bandas criminales, que controlan zonas enteras de la capital, y unas autoridades que se ven incapaces de recuperar el monopolio de la violencia.
El resultado es que los desplazados, más de medio millón, siguen aumentando al mismo ritmo que una desnutrición que, según el Programa Mundial de Alimentos, ya afecta a más de la mitad de la población.
En (8) Ecuador, el asesinato del candidato presidencial Fernando Villavicencio, ocurrido hace ahora un año, puso de manifiesto que el país, hasta hace poco considerado tranquilo según los estándares latinoamericanos, tenía problemas.
Cuando cinco meses después varios encapuchados irrumpieron en un plató de televisión secuestrando, en riguroso directo, a los allí presentes, muchos empezaron a referirse a Ecuador como "narcoestado". Una definición avalada por unos índices de criminalidad, conectados al aumento del narcotráfico en provincias como Manabí, que no han parado de crecer.
No son los únicos. Hay más lugares conflictivos o con muchas papeletas para llegar a serlo en el mundo.
En Asia, la guerra civil de (9) Birmania va camino de cumplir su tercer año y el riesgo de implosión de un país en el que conviven decenas de etnias diferentes, si bien no parece inminente, puede desembocar en una grave crisis regional.
Lo mismo ocurre en (10) las aguas que separan China y Filipinas. Las tensiones, todavía dentro de lo anecdótico, podrían desembocar en un conflicto regional si escalan.
En cuanto a Europa, afortunadamente no hay ningún horizonte parecido al que contemplaba Ucrania a principios del 2022.
Pero sí hay procesos electorales, como el que vivirá (11) Moldavia el próximo mes de octubre, que pueden traer problemas.
Y es que desde el gobierno moldavo, liderado por la europeísta Maia Sandu, dicen temer injerencias rusas el día de autos en Transnistria y Gagaúzia. Dos regiones disidentes (la primera se separó de facto en 1992 y la segunda consiguió una gran autonomía en 1994) cuyos gobiernos locales siguen siendo próximos a Moscú.