Es posible que lo mejor de La habitación de al lado, la última de Pedro Almodóvar, sean las interpretaciones inspiradas y geniales de mis amigos.

Se nota que quieren ver. Todos somos apóstoles a nuestra manera. 

Los míos tienen una fe arquitectónica, una fe capaz de construir bellísimas ciudades enteras en el aire. En su vigor imaginativo, en su deseo, sé que podrán hasta habitarlas. Y yo iré a visitarles a veces, de tanto en tanto.

Así hemos amado siempre las cosas pobres que ya habíamos decidido amar antes del terrible impacto de conocerlas de verdad, antes de decepcionarnos un poquito. Las corregimos en secreto, las contestamos, les dimos cuerpo, las retorcimos para verles el brillo. Las defendimos de los otros y sobre todo de nosotros mismos. 

No hay nada más radical en la vida que la elección profunda de adorar algo. Ahí te subes al tigre y no te baja ni dios.

"No te puedes enfadar con Almodóvar", me dice mi amigo Oliva, "porque Almodóvar es tu abuela, ¿vale? Y tú lo sabes. Es la abuela de todas nosotras, cariño. Pues eso".

Y tiene razón. La abuela fuma y yo no tengo ira contra su esfinge. Admiro a Almodóvar, le estoy agradecida.

Y le tengo en tan alta consideración que no me atrevería a denigrarle mintiendo sobre su última etapa (con la honrosa excepción de Dolor y gloria). Sería como pasarle la mano por el lomo. Sería ser maternalista y tratarle de pobrecito. 

Almodóvar y sus dos maravillosas protagonistas.

Almodóvar y sus dos maravillosas protagonistas.

Era domingo. Caminamos hasta el paseo del Prado. Volvimos a los Verdi de Bravo Murillo y respiramos hondo, sujetándonos las tripas. Venga, vamos allá, hagamos lo de siempre: enfrentemos nuestros deseos a la realidad, pongámosles a pelear como perros. 

Queríamos que nos fascinara La habitación de al lado a pesar de todo.

A pesar, por ejemplo, de Madres paralelas, la última película del director en la que la crítica nos había engañado sonrojantemente.

Los mitómanos inflamados que escriben sobre cine en este país volvieron a sacrificar su ya renqueante ética profesional por unos minutos de falsa amistad con Almodóvar. Por el conchabeíto estéril, cursi, pueril.

Chulear al público (que es a quien se deben) les es lo de menos. Son grandes masturbadores, como aquel cuadro de Dalí, y tienen manos finas y suavísimas. Manos expertas de geisha. 

Te pondrán de "obra imprescindible" cualquier ocurrencia para tomarse un vermú con su autor, que, por supuesto, no les respeta intelectualmente, pero les necesita. Y luego, cuando tú pagues la entradita y te sientas ridículo y estafado y se lo afees, te dirán que no has entendido el "juego de planos".

"Chica, yo qué sé. Te faltará sensibilidad". 

Es fácil verles como enjambres de moscas riéndoles las gracias a viejos y a nuevos. 

Supongo que eso es lo que llaman "la gran familia del cine español". 

Fotograma de 'La habitación de al lado'.

Fotograma de 'La habitación de al lado'.

De Madres paralelas sólo recuerdo que Penélope y Milena se besaban con asco, con boquilla de pato, que no te explicabas cómo la protagonista se podía pagar el kelly en Comendadoras y que Almodóvar cocinó un puré ventajista con todas las causas sociales que nos importan (desde el feminismo a la memoria histórica) y nos lo dio de comer haciendo avioncitos. Fue tan triste aquel trampantojo

En Extraña forma de vida, un mediometraje chungo que parecía un anuncio de tíos buenos (cuando eres pequeñoburgués haces una fiesta, pero cuando eres un director de cine prestigioso puedes hacer una peli para reunir a los pitucos que más te gustan), esbozaba una idea que sí me parece hermosa y que comparte con La habitación de al lado

Es la idea de ser un disidente sentimental y de insonorizarse del mundo en una casa perdida. Es un recogimiento rebelde, una soledad desafiante. Es ser una pareja de gais desencontrados que se amaron en secreto siempre, o quizá ser dos amigas de más de cincuenta (como aquí Tilda y Julianne) que nunca se casaron con nadie y no son madres o son madres de hijas que las odian, y que ahora se acompañan hasta la muerte o a través de ella, lejos de los otros, lejos de todo. 

Hay insurgencia en esa intimidad sellada que inaugura una política propia, desobediente. 

Son los excluidos del canon afectivo ganando una guerra en silencio. Son los que están en contra de la norma, del imperativo social, hasta de la legalidad (como la que prohíbe la eutanasia).

Son los antisistema que Almodóvar celebra. Ya no van por el centro de Madrid ni por las provincias montando el pollo, graciosos y airados, carismáticos y ruidosos como un circo ambulante.

Ahora repliegan sus faldas, sobrios, y se quieren en los márgenes, haciendo a su modo lo que les viene en gana.

Yo creo que Almodóvar nos está diciendo que la revolución la hemos perdido, que el mundo ha impuesto sus lógicas desapacibles, que ahora la rebelión cabe en una casa. Sus personajes cada vez son más antisociales. 

Yo creo que él ya no cree en la gente. 

Hay más cosas bellas. Su lucha contra la pornografía sentimental, sus destellos de historia de fantasmas (ese pequeño momento morboso, perverso y estelar de ver a otro llorar tu muerte mientras aún estás vivo), su simbología privada de puertas abiertas o cerradas, sus colores, su forma, su música, sus alegrías cotidianas (como decía Juan Ramón Jiménez, "yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando"), su forma de esperar el final haciendo maratones nocturnos de películas o cerrando los ojos al sol con los labios pintados de rojo, como en un cuadro de Hopper

Fotograma de la película.

Fotograma de la película.

También hay cosas horrorosas, como los flashbacks, que rozan el mal gusto. Me preocupa el uso pretendidamente revelador de ideas manoseadas, superadas, asumidas desde hace años por todos, como la de "el cáncer no es una lucha entre el paciente y la enfermedad", o "el cambio climático va de la mano del neoliberalismo", o "el sexo contradice a la muerte".

¿De qué va esto?

¿Es un artículo de La Marea de 2010 o uno de El País Psicología?

Siento que antes Almodóvar generaba tesis rupturistas y que ahora imita las más básicas, tarde y a veces de forma oportunista, para meter la cuña política gratuita que subraye su progresismo

Pienso que es errónea esa pose grave y artefactada desde la que coquetea continuamente con Bergman

Pienso que Almodóvar no es un intelectual y que nunca le ha hecho falta serlo, porque es algo mucho más asombroso y complejo que ahora le avergüenza un poco ser: un artista.